Por: Jack Goldstein
Vuelve y juega. El Gran Rabino, ese invento de británicos sin el que vivimos muy bien durante dos mil años, ese mismo que probó haber sido en buena medida la causa de la destrucción del Templo y la pérdida de nuestra soberanía se volvió expresar. Dejó claro, para quienes dudan o desconocen del alcance malévolo de la naturaleza de nuestros “grandes”, es que su posición los entroniza en posición política artificial que se traduce en odio gratuito, ese mismo que dicen invitarnos a condenar.
Hacía algún tiempo que no usaba alguna declaración desafortunada de cualquiera de los dos grandes rabinos para un artículo, como para no ser cansón. Nuestros rabinos son como Trump, un pozo infinito de situaciones que alimentan a cualquier caricaturista o columnista por sus pronunciamientos disparatados, extremos y ofensivos. El tema es que a Trump el pueblo puede reelegirlo o sacarlo, al menos, cada cuatro años. Además, Trump puede pasar por un proceso de impeechment que pudiera llevar a destituirlo e incluso a encarcelarlo. Pero con nuestros grandes rabinos nos toca esperar a la justicia Divina, esa que al menos en vida nunca se deja ver. Si, al Gran rabino también se le puede destituir, pero los mecanismos no son claros y tienen que enfrentar argumentos en el plano irracional de lo que es o no sagrado.
Comenzando el año, un miembro de bajo perfil en la Kneset, un inmigrante ruso de las filas liberales tuvo la osadía de decir la verdad: que grupos como los haredim, con grandes tasas de natalidad, bajos niveles de educación y alta proporción de estudiantes adultos (para no referirse a ellas como “masas improductivas”), implican un alto costo al presupuesto nacional. Una de esas verdades de Perogrullo, como decir que el agua moja. Y con eso se armó Troya. El gran rabino sefaradí salió a decir que todos los inmigrantes rusos son unos “goys comunistas que odian la religión”. Netanyahu mismo tuvo que salir a descalificar esos comentarios. Rivlin también lo hizo. Pero figuras religiosas de ese nivel están protegidas por un manto divino, un manto divino inventado por los británicos que siempre han sabido dividir para reinar. Y nosotros, impávidos, nos hemos comido el cuento. Nos sorprendemos al ver cómo es que los británicos ungieron a la dinastía extranjera hashemita en Jordania y cómo a su vez el pueblo jordano se tragó el sapo de un monarca de arabia. Nos sorprende ver cómo los británicos impusieron caciques tribales por doquier en Africa, y los más estudiosos y viajados saben opinar que las fronteras en Africa son artificiales o que las guerras allá, o en Afganistán, o entre India y Pakistan son resultado de esa política británica de dividir para reinar.
Entonces ¿Por qué no despertar y vernos al espejo y entender que ese Rabinato es la semilla mala que nos dejaron sembrado al interior de nuestro pueblo? ¿Quién necesitaba un Gran Rabino si vivimos sin esa figura durante 2000 años? ¿Por qué dejamos privatizar el negocio de quién es judío? ¿Por qué necesitamos nosotros tener también un líder en bata de colores y turbante caprichoso? ¿Acaso algo sugiere que nos iría mal sin ellos? ¿Por qué no discutimos el verdadero aporte que han tenido ellos sobre Israel y la judería mundial? Quien quiera dar ese debate, recomiendo que se googolee un top 10 de las más grandes barrabasadas dichas por cualquiera de los dos grandes rabinos en los últimos años, sus grandes frases de odio, sus prontuarios criminales abiertamente reconocidos. Tan probado está que las teocracias no funcionan que debiéramos ser los primeros en huir de ellas, incluso, para preservar el judaísmo mismo. Los grandes rabinos debieran ser todos como los no tan grandes rabinos, empleados de respeto de comunidades homogéneas, de libre nombramiento y remoción.