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La invención de la tradición

Por: Jack Goldstein

The Invention of Tradition, escrito por Hobsbawm, es un libro que trata de demostrar que ciertas tradiciones que se asumen son trascendentales y antiquísimas son en realidad muy nuevas y perfectamente inventadas de la nada. Ese título siempre me ha fascinado y ahora lo uso a mi conveniencia.

Todas las tradiciones son inventadas. En el algún momento, alguien le habrá dado por consagrar un vino, circuncidar al octavo día, ponerse los calzoncillos al revés, tocar madera, y el resto de sus parciales repitieron. Sentido le encontraron a ese comportamiento, o al menos así se los vendieron, y todos comieron cuento. Las tradiciones son bonitas, precisamente, en la medida en que transmitan valores y sentimientos sublimes, hermosos, inteligentes o prácticos. Igualmente, pierden sentido en la medida en que resulten ser meros caprichos, cuando pierden su razón de ser al salir de contexto o porque ya no logran conectar su gente entre sí. Para los más iconoclastas, las tradiciones pueden entenderse como el matoneo (bullying) del que somos víctimas los vivos por cuenta de los muertos (Hágalo porque hay N generaciones detrás que así lo han hecho y murieron haciéndolo para que usted pueda estar acá, ahora).

Alguna vez le escuché decir a una buena amiga que las nuevas halajot o takanot tenían su origen en los “descubrimientos” de nuevas verdades por parte de nuestros sabios. ¡Wow! Y pensar que el mismo Dios nos dice que todo está ahí, obvio y tácito para nosotros. Según ella, sería entonces fácil considerar que grandes figuras de la talla del Rey David, Maimónides o Rashi se convertirían en grandes pecadores o al menos, en ingenuos debutantes en los misterios del judaísmo. Ellos, por haber vivido en el pasado, no fueron bendecidos con estos “descubrimientos” y murieron desconociendo nuestras (milenarias) tradiciones. ¡¿Qué?!

Por ejemplo, una bonita tradición recientemente inventada es la de regalar un dólar doblado para que, quien lo recibe, a su vez lo entregue como tzedaká al llegar a destino y así ir en misión sagrada para gozar de la protección divina. Bonito concepto, incluso para quien no crea en esa póliza de seguros. Sencilla, sublime, inofensiva y bien barata.

Todo esto me lleva a cuestionar otras “verdades” convertidas recientemente en “tradiciones”: ¿Cómo es que de repente nos decretan la muerte clínica del espárrago en las mesas kosher? ¿Acaso hubo un momento telepático en que Dios le comentó al gran rabino de turno que a partir de tal momento la fresa, el brócoli o coliflor se volvían taref? ¿Por qué una comunidad religiosa y orgullosamente observante debe pasar súbitamente a cambiar recetas? ¿Por qué motivos un grupo de personas pudo comer felizmente durante años de una vajilla kosherizada, pero hoy ya no puede sentirse cómodo salvo que use desechables o platos de vidrio? 

En el museo de la diáspora en Tel Aviv también aprendí hace mucho tiempo que cierto grupo social solo consumía carne cortada de manera circular. Generaciones después, algún curioso descendiente comprendió que eso se debía sencillamente a la forma de la paila en la que cocinaban, sin más ciencia de fondo. Para quienes consumir carne en círculos hace sentido, bienvenidos sean a consumirla así, pero entendamos bien el origen de esos caprichos.

Cuando se “descubren” tantas normas caprichosas y extemporáneas, se arriesga alienar a grandes multitudes que de otra manera seguirían felices manteniendo sus tradiciones, esas sí genuinamente milenarias, o cumpliendo con nuevas costumbres de buen recibo y genuino valor tribal.