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A los 69 años de la creación del Estado Y 50 años de la Guerra de los Seis Días

Por: Jack Goldstein

Hace algo de más de un año, escribí un artículo para coincidir con Yom Haatzmaut, pero no vio la luz. Aprovechando que estamos apenas un par semanas post Día de la Independencia y a par semanas de conmemorar los 50 años de la Guerra de los Seis Días, comparto esta nota que, salvo por pequeños detalles intrascendentes, considero sigue tan vigente como hace un año.

En un mundo de Sanders y Trumps, de apasionamientos por la paz en Colombia o por su demonización, en un mundo de ISIS e islamofobias, considero prudente anotar que en Israel y en nuestro mundo judío también estamos polarizados. A 68 años de soberanía es momento de  mesura.

La historia recuerda que hace 2.000 años el odio fraterno gratuito, nuestra soberbia y mesianismos fueron precursores del desastre nacional. Esa historia nos debe dejar lecciones y abrir los ojos ante lo recurrente de los hechos. No soy apocalíptico pero es momento de evaluar el camino recorrido (como siempre debe serlo) y analizar nuestra misión-visión como pueblo y nación. Apuesto a que ningún país se ha transformado tanto y en tan corto tiempo como Israel. Es un país único, líder en las ciencias y las artes, en su capacidad de absorber y educar, y en su capacidad de sobreponerse a lo imposible. Israel también sienta cátedra por su carácter autocrítico y pluralista, a menudo injustamente denigrados, y que deben mantenerse como motores de su desarrollo. Los desafíos que afronta no tienen parangón y eso mantiene a Israel como referente, incluso y muy especialmente entre sus detractores. Pero sus logros nunca serán suficientes. Si queremos que Israel siga siendo modelo a seguir, debemos reinventarnos como  judíos y sionistas. Las circunstancias del vecindario y del mundo entero, las de nuestra demografía judía o israelí, y nuestras parcialidades políticas no son hoy las que fueron hace 10 años, o cuando Ben Gurión declaró la Independencia, o cuando Herzl soñó con un estado soberano, y tampoco serán las mismas de mañana. Para ningún país las variables son tan dinámicas como para Israel.

Al llegar a otro Iom Haatzmaut, es importante analizar cuáles son valores judíos y cuáles los valores de cada grupo judío y entender que no siempre son la misma cosa. Igualmente es válido preguntarse cuáles son valores judíos y cuáles los israelíes y entender que no son necesariamente ni iguales ni monolíticos. Sigue siendo importante reflexionar que el único estado judío no es únicamente de judíos ni únicamente para judíos.

Al llegar a otro Iom Haatzmaut es importante celebrar el reino de la ley, velar porque la ley sea justa y respetar la separación de poderes. Celebremos un Israel de judíos, musulmanes, cristianos y ateos; un Israel con ortodoxos y liberales, con sabras e inmigrantes; un Israel con Mea Shearim y con un espacio para mujeres y reformistas en el Kotel; un Israel que aplique la misma ley para sus infractores indiferentemente de su credo; un Israel que sepa encontrar ese fino camino entre su vocación pluri-religiosa y su espíritu cívico-democrático; un Israel para lo divino y para lo humano. Celebremos el Gay-Pride Parade en Tel-Aviv, la marcha evangélica durante Sucot, y la solemnidad de Tisha B´Av en Jerusalem. Celebremos un Israel que le dé espacio a todos sus “-istas” sin dejarse llevar por tantos “-ismos”. La tan anhelada soberanía trae consigo ironías y riesgos: no todo se vuelve necesariamente mejor o más fácil. Israel debe seguir asumiendo la responsabilidad social, religiosa y cultural hacia judíos, hacia quienes no lo son y hacia quienes quieren serlo.

Las victorias del pasado y del presente no son garantías de triunfos futuros. Al llegar a otro Yom Haatzmaut es también prudente recordar las cosas que no se han hecho bien y que otras que nos deben avergonzar, las que aún se pueden corregir y las que siguen pendientes por alcanzarse. Los años traen madurez y no debiéramos tenerle miedo a enfrentar esos retos y discusiones.

Pero al llegar a este Yom Haatzmaut, celebremos por lo alto y  digamos tranquilamente que le apostamos a un futuro de grandes transformaciones y de progreso, a poder navegar las aguas turbulentas de los retos internos y externos, a que podremos inventarle soluciones ahora inimaginables a los problemas tan únicos de nuestro querido Israel. Debemos seguir genuinamente convencidos que estamos mejor teniendo un estado soberano, y debemos hacerle saber al resto del mundo y convencerlo que así es mejor.