Por: Victor Zajdenberg
Un proyecto nacional requiere de sus integrantes la posesión de un concepto fundamental que proviene del derecho romano: el “afectio societatis”, la voluntad, las ganas, la vocación de constituir una sociedad nacional que acepte la diversidad interna y la aceptación externa para llevar a cabo sus objetivos. El segundo paso a tomar en cuenta precisa tener la suficiente paciencia a fin de darle al tiempo el espacio necesario para el logro de dicho proyecto, ya sea tal como fuera planificado, o modificado por las realidades y circunstancias. (La paciencia, dice un proverbio hindú, es un árbol de raíces muy amargas pero de frutos muy dulces).
Entre el 1er. Congreso Sionista organizado por Teodoro Hertzl en 1897 donde se establecieron las bases políticas de un futuro Estado Judío en Eretz Israel (Palestina en aquel entonces) y la Declaración Balfour de 1917 lograda por Jaim Weitzman y aceptada por las principales Potencias de la época, transcurrieron 20 años en medio de la 1ª Guerra Mundial. Desde este hecho vital (terminada la horrenda 2ª Guerra Mundial) y hasta la Resolución de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en 1947, donde se votó la Partición de Palestina en un Estado Judío y otro Árabe (no palestino), pasaron otros 30 años. Los judíos aceptaron la Resolución de la ONU; no así los árabes que desencadenaron una seguidilla de guerras y terrorismo contra el naciente Estado de Israel. Con objetivos claros, paciencia y unidad de todas las fuerzas y tendencias vigentes, Israel pudo establecerse y crecer hasta convertirse en lo que hoy representa en el Medio Oriente: un país fuerte, democrático y desarrollado.
El así llamado “Plan de EE.UU para la Paz entre Israel y Palestina” fue presentado por el Presidente Trump basándose en la existencia de varias realidades objetivas. Los árabes palestinos, aunque sin propósitos comunes, sin paciencia y atomizados en múltiples fracciones irreconciliables entre sí, necesitarían poseer algún grado de autonomía civilizada. Para avanzar en ese campo el “Plan” conjuga varios elementos que no pueden ser negociados:
1° Israel es hoy una potencia regional, pero rodeada de enemigos criminales (Irán-Siria- Hamas-FLPL-Hezbollah-ISIS-etc.), que defenderá la seguridad de sus habitantes con todos los medios a su disposición.
2° “El Plan Trump” toma en cuenta los hechos inamovibles que existen sobre el terreno y otorga a los israelíes las tierras de Judea (Iehuda) y Samaria (Shomron) donde ciudades, pueblos y establecimientos están sólidamente constituidos. Las afirmaciones que sustentan esta realidad provienen de más del 75% de la población de Israel y de todos los factores políticos del país, ya sea del centro izquierda como del centro derecha.
3° El Valle del Jordán es una zona estratégica y táctica indispensable no solo para Israel, como zona de control a la penetración iraní, sino también de apoyo regional al Reino de Jordania (recordar los intentos de los palestinos de Setiembre Negro y las invasiones de Siria al Reino).
4° La Entidad Palestina que algún día pueda llegar a surgir deberá ser desmilitarizada como lo es, desde hace siglos, Mónaco, Costa Rica, El Vaticano, Cataluña, Tíbet, Chechenia, etc., etc.
“El Plan de Paz de Trump es una oportunidad histórica”, dijo el Gral. Gabi Ashkenazi, actual Ministro de Asuntos Exteriores. El ex Primer Ministro Isaac Rabin (z”l) afirmó en 1995: “Primero y ante todo una Jerusalem unida como la Capital de Israel. La frontera de seguridad estará ubicada en el Valle del Jordán que incluirá a Gush Etzion, Efrat, Beitar y las Comunidades que se encuentren en el este de la Línea Verde”. He aquí algunas de las expresiones que reflejan la aceptación israelí del Plan de Paz de EE.UU que brindaría a los palestinos la oportunidad de no desperdiciarla nuevamente, una vez más.