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Halajá en la actualidad: Del juicio de Dios a las cortes humanas

Por: Rav Daniel Shmuels

A Rosh HaShaná también se lo conoce como Yom HaDin, que significa el Día del Juicio porque es el día en el cual, de acuerdo a nuestros sabios y tradición, creemos que Dios inicia el juicio sobre nuestras acciones del año inmediatamente anterior. El sello final de dicho juicio se da en Yom Kipur, cuando nosotros expiamos por más de 24 horas nuestros pecados y errores hacia Dios y hacia los demás. Antes de Yom Kipur, hemos tenido 10 días de introspección y reflexión que nos procuran enmendar dichos errores, 10 días que conocemos bajo el nombre de Aseret Yemei Teshuvá, los Diez Días de Arrepentimiento. 

Con toda certeza, ese es el juicio y veredicto que más vale para todos nosotros; empero, Dios puso en nuestras manos cortes de justicia para procurar el orden y balance social entre nosotros. Dichas cortes tienen unos lineamientos específicos establecidos por la Torá y la Halajá. De cualquier forma, son cortes de hombres y debido a ello pueden errar tanto en su veredicto como en su función primordial a pesar de todas las precauciones que la Torá nos exige para su establecimiento.

Estás cortes de justicia son las que comúnmente se conocen en singular como Beit Din. Como nos enseña el Rambam, antiguamente en Israel cada ciudad y pueblo tenía su propia corte con sus respectivos jueces; así mismo, cada tribu tenía una corte superior que supervisaba a estas pequeñas cortes y también procuraba sus propios edictos. Todas estas cortes respondían a la gran corte del reino, el Sanhedrin. Es el Sanhedrin, con sus 71 jueces, el encargado no sólo de propiciar la fidelidad en la transmisión de la Ley de Dios sino también de imponerla acá en la tierra para que se logre esa estabilidad social deseada entre nosotros de acuerdo a esa Ley. 

A pesar de la llegada de una diáspora permanente continuamos en el intento de mantener nuestros asuntos legales, religiosos y comunitarios dentro del marco de nuestra tradición, es así como a través de los siglos mantuvimos estas cortes legales a todo lugar al que llegásemos. Aquellos judíos que se quedaron o regresaron al área del Israel bíblico también mantuvieron sus cortes a través de los años sin importar qué imperio de turno aparecía. 

Tal vez el concepto de corte judía de justicia o Beit Din cambió con la llegada del Mandato Británico al área conocida en ese entonces como Palestina y Transjordania, territorios que fueron otorgados por parte del imperio Otomán a la Gran Bretaña después de la Primera Guerra Mundial. 

Digo que el concepto de corte de justicia tal vez cambió con la llegada de los británicos porque si somos francos, en último análisis, fue el Imperio Británico el que subió al poder político y religioso a esta instancia que nunca habíamos tenido y que hoy en día conocemos bajo el nombre de Gran Rabinato de Israel. 

Actualmente es el Gran Rabinato el que dictamina todas las instancias del judaísmo tanto en Israel como en la diáspora. Ya no son las cortes judías locales, con sus necesidades y realidades particulares, las que tratan nuestros asuntos. Son los dictámenes de esta institución suprema y sagrada, ungida por los británicos, la que tiene la hegemonía absoluta sobre el día a día de nuestro pueblo; es más, es esta santísimas institución la que determina si un Beit Din, en cualquier lugar del mundo, es legal o no. 

El problema frente a este poder absoluto es que no hay ningún rastro en nuestra Halajá para que exista tal instancia que no sea el Sanhedrín como tal y Sanhedrín no tenemos (por más que haya unos cuantos personajes en el Estado de Israel que hayan creado lo que ellos consideran el Sanhedrín actual).  Es decir, esta importantísima institución que debe establecer los asuntos religiosos judíos, representar su Halajá, transmitir e interpretar la Ley de acuerdo a los parámetros establecidos por nuestros sabios, no tiene ninguna base Halájica; sin embargo, tiene todo el poder político y religioso para hacer lo que quiera.

Su poder es tan grande y avalado por la inmensa mayoría de judíos que es ella la que determina quién es judío y quién no. Ya no es no el Shulján Aruj, la Mishná Torá o el Talmud quién hace esa determinación, ahora es esta institución la que lo hace con ese poder infinito otorgado por la Corona. Esto de determinar quién es judío; por cierto, se ha convertido en algo más complejo y más contradictorio dentro del mismo Gran Rabinato y que, a nivel político en el Estado de Israel, ha creando tensiones irresolubles e inútiles que evidencia el fracaso de instaurar como legislador absoluto de nuestro judaísmo una institución foránea a nuestra tradición. 

El asunto de saber quién es judío o no también resulta fascinante porque en estos Yamim Noraim (Días de Respeto) habrá muchos que para el Gran Rabinato no lo son; empero, ellos celebran, festejan y se arrepienten como lo hacemos los demás judíos del mundo, creyendo que son judíos en su totalidad pero la realidad es que el Gran Rabinato ha anulado sus conversiones porque el pertenecer a la lista de los Batei Din aceptados por ellos, en este preciso instante, tampoco es satisfactorio. Nuevamente, un caos total aceptado por la silente mayoría de judíos que creen fielmente en este espejismo que un imperio pasajero, como tantos otros, no dejó. 

Este poder político y religioso otorgado al Gran Rabinato por parte de todos los judíos del mundo es fascinante por el simple hecho que no es un concepto que haya nacido de nuestros sabios sino que surgió de una sucesión de imperios que exigían una instancia que representara a la población judía frente al emperador de turno. Esto, hasta el sol de hoy sigue en pie verificando que es la cultura dominante, ese otro poder foráneo, el que nos rige en lugar de ser nuestras cortes ancestrales y mucho menos, en el seno de ellas, nuestra sagrada Halajá la que determina nuestro proceder.

¿De cuándo a acá necesitamos la aprobación del poder extranjero para determinar que la capital de Israel ayer, hoy, mañana y siempre es Yerushalaim? Pero no, no señor, nosotros necesitamos esa aprobación porque lo que nos enseña el Tanaj y nuestros sabios no es suficiente. Desde cuándo necesitamos al charlatán de turno para crear la supuesta paz en el Estado de Israel cuando es absolutamente claro por nuestra sagrada Halajá que es el Moshiaj Tzidkeinu quien se establecerá como Moshiaj trayendo paz a Israel. ¿Hasta qué punto este comportamiento atrevido, osado y anti Halájico nos va a guiar?

Sigo creyendo sin duda alguna en el objetivo final por el cual todo Beit Din ha sido creado; a saber, el legislar cualquier asunto legal que surja entre judíos y para judíos. Cosa que hoy en día es irrelevante porque como lo he mencionado a lo largo de este escrito es el Gran Rabinato de Israel el que determina si una corte de justicia judía es “apta” para llevar a cabo su ejercicio legal judío innato. 

Al parecer, el Gran Rabinato, ese regalito que nos dejaron los británicos, tiene la facultad de destituir y anular cualquier legislación que se haga o se haya hecho en el pasado hasta el punto de anular al mismísimo Shulján Aruj porque son sus paginas las que nos enseñan que un Beit Din se puede constituir en cualquier lugar y para cualquier necesidad que surja desde que se cumplan los lineamientos establecidos por la Torá y el Talmud. Hasta donde sé, el Shulján Aruj no menciona que un Beit Din debe ser avalado por el Gran Rabinato de Israel para llevar a cabo su labor.

Tenemos un Dios, una tradición, y una Halajá que nos dice claramente cómo instaurar estas cortes de justicia para nosotros. Son esos lineamientos los que debemos seguir como judíos y no las instituciones que los poderes foráneos de turno nos exigen. El Gran Rabinato de Israel no va a desaparecer hasta que llegue el Moshiaj Tzidkeinu; hasta entonces, ¡sea cual sea el devenir del judaísmo, su tierra y su pueblo, sólo Dios puede determinar el veredicto final y sólo Dios puede saber la verdad absoluta!