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Jonathan Jay Pollard y una condena excesiva

Por: Victor Zajdenberg

Han pasado 30 años (1985) desde la detención de Jonathan Pollard por espiar a favor de Israel y 28 años (1987) cuando el Juez Aubrey Robinson de los Estados Unidos lo sentenció, sin contemplación alguna, a cadena perpetua.

Noticias de estos días indican que Pollard podría ser liberado el próximo mes de Noviembre de 2015 pero con la prohibición de salir del país hasta dentro de 5 años a partir de su liberación.

Jonathan nació en una localidad de Texas el 7 de Agosto de 1954 en el seno de una familia judía-sionista y se desempeñaba, para la época de los dramáticos sucesos, como Analista Civil de Inteligencia en la “Naval Criminal Investigative Service” de los EE.UU.

Cuando fue detenido, sus abogados lo convencieron que se declarara culpable y dispuesto a colaborar con la investigación y el juicio posterior como la mejor estrategia para la defensa, tomando en cuenta que Israel era un país aliado y no enemigo, a fin de lograr una sentencia menor o por lo menos no mayor a la de otros casos similares, incluyendo las condenas a espías de naciones enemigas de los Estados Unidos como lo era, en aquella época, la URSS y otros países pertenecientes a la órbita soviética.

Después de negociar esta posición con la Fiscalía designada por el Estado renunció al derecho a juicio, como parte del trato, ofreciendo todas las informaciones que había proporcionado al Estado de Israel, datos que resultaron ser exclusivamente necesarios para la seguridad vital del mismo y en absoluto no eran perjudiciales para los EE.UU.

Los informes entregados por Pollard se referían a:

1. Las amenazas que representaban los misiles de Irak que estaban dirigidos hacia Israel (no olvidar que en aquel entonces Estados Unidos era todavía un necesario aliado de Saddam Hussein en su guerra contra el indeseable enemigo común, o sea la nueva República Islámica de Irán gobernada por una teocracia impuesta por Jomeini).

2. Los preparativos para una guerra química que la República Árabe Siria tenía proyectado desencadenar en las alturas del Golán (cabe recordar que Siria estaba gobernada por Assad padre quien no solo le declaró la guerra a Israel en tres oportunidades <1948-1967-1973> sino que además no se cansaba de solventar a distintos grupos terroristas para atacar a Israel desde las fronteras de Líbano).

3. La vigilancia electrónica que los sistemas satelitales americanos realizaban a los campamentos que Yasser Arafat había establecido en Túnez luego del obligado retiro del territorio libanés impuesto por el General Sharón durante la Guerra de 1982. Desde las recientes bases establecidas en Túnez, Arafat preparaba nuevos y sangrientos atentados terroristas contra los intereses israelíes en Europa e Israel (leer el increíble reportaje que Oriana Fallaci le realizara a Arafat en su guarida de Túnez publicado por Noguer en “Entrevista con la historia”).

4. En general toda información sobre las capacidades balísticas de los países árabes vecinos de Israel que sirvieran para prevenir ataques por sorpresa. 

A pesar de las circunstancias esbozadas y de los acuerdos preestablecidos Jonathan Jay Pollard fue mal aconsejado por sus abogados defensores, engañado por el Estado norteamericano, maltratado por el Juez de la causa, abandonado por las Organizaciones y Dirigentes de las Comunidades Judías de los Estados Unidos e incluso tuvo que comprobar, con dolorosa sorpresa, la negativa y la indiferencia del Estado de Israel y la de los propios israelíes.

Fue condenado por unanimidad del jurado y el Juez a cadena perpetua, con confinamiento en solitario por 7 años consecutivos y con la recomendación de no otorgarle libertad condicional. Cabe destacar que nunca fue acusado de traición ya que solo es aplicado a espías para países enemigos en tiempos de guerra. Solo fue sentenciado por pasar información a un aliado sin querer dañar a los EE.UU. Nadie en la historia fue a cadena perpetua por informar a un aliado.

A Pollard lo confinaron en Marion, una prisión de máxima seguridad, donde encierran a peligrosos asesinos y violadores, sin haber asesinado, violado ni traicionado a nadie.

Es evidente que el arreglo recomendado por sus abogados terminó por ser un desastre para Pollard y para las relaciones estratégicas y diplomáticas entre los EE.UU. e Israel.

¿Cuáles fueron las causas que motivaron la excesivamente dura condena por espionaje a un país aliado, la más larga e injusta en toda la historia de los Estados Unidos?

Si Pollard hubiera mantenido al comienzo el derecho al silencio, que le otorgaba la enmienda constitucional correspondiente, se hubiera podido defender más tarde, durante el juicio, con el alegato del incumplimiento por parte de las Agencias de Inteligencia del Memorándum de Entendimiento que los EE.UU. habían firmado con el Estado de Israel en 1983, por el cual deberían haber informado, justamente, los datos estratégicos de supervivencia que Pollard descubrió no se estaban transfiriendo.

Las Agencias y el Gobierno de los EE.UU. no estaban cumpliendo con el mencionado Memorándum y se reservaban una información vital para la seguridad de Israel, permitiendo dejar a un aliado incondicional al borde de un peligro existencial.

En este caso hubieran salido a la luz, como mínimo, las deficiencias de los funcionarios de Inteligencia de alto rango, apareciendo quizás el antisemitismo oculto de algunos de ellos, lo que hubiera llevado también a dar testimonio a los propios integrantes del Gobierno Nacional.

Uno de ellos, el Secretario de Defensa Caspar Weinberger, de padre judío, o sea “norteamericano de origen judío”, hubiera tenido que aclarar y dar explicaciones sobre sus manifestaciones públicas a la prensa, que predispusieron al jurado y a la población en general, cuando declaraba que “Pollard merecía ser colgado” (3/3/87), una verdadera muestra de auto odio judío.

La perpetuidad de la condena no solo fue exagerada por espiar para un aliado sino inclusive por espiar para un país enemigo como la Unión Soviética ya que ninguno de los innumerables espías de la Guerra Fría desarrollada durante 47 años (1945-1992) recibieron tamaña condena y todos iban siendo liberados en diferentes intercambios de espías entre ambas potencias a los pocos años de haber sido capturados.

Un tiempo después el conocido y excelente Juez Arthur Goldberg (judío-norteamericano) decide mantener una conversación con el Juez de la causa Aubrey Robinson (norteamericano de color), al que conocía del ambiente judicial común, con el objeto de indagar sobre las circunstancias que influyeron para el dictado de una condena tan severa y dura, impuesta para el caso de Jonathan Pollard.

Cuál sería su sorpresa, luego relatada al talentoso abogado Dr. Alan Dershowitz, ante la furia demostrada por el Juez Robinson por la conexión comercial y armamentística que existía en aquellos años entre Sudáfrica e Israel (la Sudáfrica anterior a Mandela).

Claramente el Juez tomó esa “evidencia” circunstancial y externa a la causa Pollard para dictar una condena tan injusta como discriminatoria, no solo por lo antiisraelí sino también por estar en los bordes mismos del antijudaísmo. “Si el Gobierno especuló con el antiisraelismo del Juez Robinson no tiene excusas” manifestó el Juez Goldberg (“Chutzpah” de Alan Dershowitz – Planeta).

La Comunidad judía organizada de los Estados Unidos también abandonó a Pollard a su suerte por un concepto enquistado entre sus miembros que rebaja en sus méritos a una dirigencia comunitaria tan importante que, hasta hace muy poco, era la mayor comunidad judía del mundo (hoy está posicionada segunda luego de la israelí).

La palabra “shande” en idish quiere decir vergüenza; “a shande far di goim” significa que es una vergüenza para los gentiles y ese sentimiento de inferioridad para con el medio mayoritario en el que convivían condujo a la dirigencia judía a apartarse de este tema sin considerar siquiera la falta de derechos humanos aplicados a este hombre, salido del riñón mismo del judaísmo norteamericano.

Algo similar y con consecuencias más catastróficas todavía sucedió durante el Gobierno de Franklin Delano Roosevelt cuando este desoyó todas las pruebas de la aniquilación de judíos en la Europa nazi, que estaba en pleno desarrollo, no moviendo un solo dedo para bombardear los rieles, las locomotoras, los vagones, los campos de exterminio y los hornos donde se estaban incinerando a 6 millones de judíos. Para los integrantes de la Comunidad judía de los EE.UU. era un “shande” molestar al Presidente por lo que dirían los gentiles.

Recién el 11 de Junio de 1990 el American Jewish Congress emitió una resolución “donde manifestaba su preocupación por la manera como el Gobierno presentó el caso, siendo Pollard judío y de que la Nación a la que ayudó era Israel”.

El 4 de Julio del mismo año la B´nei B´rith declaró que “el tratamiento de Pollard era indebidamente duro y excesivo en el sentido que su sentencia no tuvo precedentes y fue mucho más severa que aquellas aplicadas a la mayoría de las personas condenadas por espionaje”.

Queda bastante claro que los procedimientos discriminatorios aplicados a Pollard por los poderes Ejecutivo y Judicial de los Estados Unidos pueden muy bien caracterizarse como antijudíos y antiisraelíes.