Imprímeme
A comer camarón, a comer cangrejo, que venga langosta, ¡que venga de todo!
Por: Rav Daniel Shmuels
Antaño en el pasado, cuando era un niño, decía la canción: “Si el año pasado tuvimos problemas quizás este año tengamos más (...)”. Desde que iniciaba el mes de diciembre esa canción no dejaba de sonar por todos lados; infortunada o afortunadamente, debido a mi gusto musical nunca llegué a memorizar puntualmente la letra pero siempre me quedó, a través de los años, ese sonsonete del inicio y del coro.
El coro, mucho más rítmico, cantaba: “A comer pastel, a comer (...), arroz con gandules, (...) que venga de tooo”. Muchos no tendrán ni idea de qué canción hablo y otros sabrán perfectamente que es una de las canciones más populares del Gran Combo de Puerto Rico y esos mismo recordarán lo repetitivo de la canción por doquier durante esa época del año.
La canción en cuestión representa tres aspectos que, lejos de Halajá, creo son vigentes en la actualidad para muchos; o bueno, lo han sido para mí este año. El primero es lo duro que ha sido este año gregoriano para muchos en todos los aspectos, el segundo es que estamos a punto de finalizarlo y el tercero es mi versión pirata de la canción para poner sobre las mesas judías estos “deliciosos” platos, que espero nadie haya disfrutado durante Jánuca y mucho menos en Shabat.
El “avance” de la Kashrut en el campo de la gastronomía Treif (comida no apta para el consumo judío) es cada vez mayor y cada vez más peligroso para el judaísmo en general. Hoy en día se puede entrar a cualquier supermercado Kasher para encontrar en las neveras camarón, cangrejo y langosta, entre otros productos que jamás pensamos ver en nuestros supermercados ni en nuestras mesas. ¡Obvio, son imitación! Pero el hecho que sean imitación no deja de lado el que aún con Hashgajá (certification rabínica Kasher) y todo sigan siendo ajenos a nuestra Kashrut.
Me resulta un tanto difícil participar de una cena de Shabat o una Seudat Mitzvá donde en lugar de Gefilte fish, atún, salmón o arenque haya camarón, cangrejo y langosta. Cierto es que el asunto es de gustos y desde que sean Kasher, no hay problema. Pero la verdad es que sí hay, por lo menos, un problema. Se trata del concepto Halájico de Merat Ayin, la apariencia del ojo.
Merat Ayin, es un concepto Halájico instaurado por nuestros sabios para prevenir que se lleve a cabo cualquier acto que vaya contra nuestra Halajá; por ejemplo, colgar ropa mojada en Shabat. Ello puede dar la apariencia que se lavó ropa durante Shabat; es más, no importa que se cuelgue en un lugar que nadie pueda ver la ropa escurrir. Es por eso que el dictamen va hasta el punto de ser llevado a cabo aún cuando se esté solo en una isla desierta. El concepto de Merat Ayin está legislado para que nadie diga o siquiera piense que Piluní está quebrando la Halajá por una sencilla apariencia.
Esto es precisamente lo que sucede con dichos productos Kasher que tienen la apariencia de ser los mismísimos productos Treif que algunos de nosotros nos jactamos de no consumir. Entonces, ¿por qué las autoridades rabínicas aprueban las Hashgajot de estos productos? Y más allá de ello, ¿cuál es la vuelta que se le puede dar al asunto?
El por qué hay Hashgajot que certifican estos productos es muy simple; a saber, porque son Kasher. La finalidad de una Hashgajá es determinar si un producto es Kasher o no. Hasta ahí llega la Halajá. Ahora bien, el que haya comunidades enteras que sólo consuman una Hashgajá específica es harina de otro costal. De los productos en cuestión; efectivamente, son Kasher, todos sus ingredientes y el proceso de manufactura son aptos para el consumo judío. De cualquier forma, ¿no sería algo particular el ver a un supuesto judío observante comiendo langosta, cangrejo o camarón?
Entonces, ¿cómo darle la vuelta a esto? Pues bien, a nivel público y con esto me refiero a los restaurantes Kasher, el asunto parece sencillo, es un restaurante Kasher, tiene una certificación vigente a la entrada y no hay duda que todo está en orden; sobre todo, con la certeza que el Mashguiaj (judío observante que supervisa la Kashrut) está en la cocina revisando que todo esté en orden y no durmiendo en una esquina del local. Empero, muchas autoridades han determinado que en el caso de los productos “imitación Treif” los restaurantes tengan expuestos en sus vitrinas o entradas los empaques de los productos con su respectiva Hashgajá. El motivo de esto es porque nuestra Halajá exige que si hay un producto de apariencia inapropiada, es necesario exhibir públicamente que no lo es para que no suceda Merat Ayin.
Cosa muy distinta sucede en una cena privada o una Seudat Mitzvá donde, por lo general, todo está arreglado para ser servido sin ninguna envoltura que aclare su procedencia. Y definitivamente resultaría muy extraño llegar a un Kidush de Shabat donde haya un poco de envolturas olorosas sobre la mesa. De cualquier forma, esa es la Ley y eso es lo que se debe hacer si se decide introducir estos productos dentro de la gastronomía familiar o comunitaria, no importa si se trata sólo del núcleo familiar.
Debido a que el mundo gastronómico latino no es lo suficientemente “exquisito”, dudo que lleguemos a tener lechona, morcilla, chunchullo y qué sé yo cuántas cosas más, dentro de los futuros productos procesados con Hashgajá; pero la verdad sea dicha, nunca se sabe qué nos puede traer el futuro.
Considero que algunos rabinos, en lugar de andar legislando que las fresas junto con el brócoli y no sé cuántos productos naturales más son Treif, cuando no lo son y jamás lo serán, se deberían preocupar más por el aspecto de Merat Ayin de estos productos procesados de apariencia Treif que dejan la puerta abierta para la confusión y desinformación de nuestro judaísmo para las generaciones por venir.