Por: Denise Camhi Simhon
Un 25 de Diciembre nació en Buga, Valle, una tímida niña de ojos azules. Sus padres, inmigrantes judíos, habían llegado años antes desde Jerusalem y se abrieron camino en esta hermosa región vendiendo diferentes artículos importados.
La menor de cuatro hermanos-su hermana la tercera le llevaba más de 7 años, se caracterizó desde el principio por su suavidad y dulzura, y por una timidez extrema que hasta le impedía contestar al llamado de lista matutino de sus profesores en el Liceo Benalcázar.
Desde Cali se fue a Bogotá a estudiar, y fue ahí donde conoció al amor de su vida, Jacques Camhi, quien con gran valentía se atrevió a hacer el viaje a Cali por carretera para pedir su mano.
Tuvieron tres hijos. Ella desde siempre, emprendedora y trabajadora, tuvo un negocio de moda, luego otro de muebles, y finalmente, a manera de hobby, terminó de pastelera... !Y qué pastelera! Sus amigos y conocidos pedían frecuentemente las recetas que la hicieron famosa: el merengue de chocolate y crema, luego el de guanábana y chocolate, la torta Blitz de almendras y merengue, los heladitos de mandarina en su cáscara, las galletas de bocadillo-sus favoritas, el esponjado de Amaretto o el de caramelo, y, claro, el napoleón, una fórmula que su amiga y cuñada Fanny había tropicalizado, cambiando el relleno de crema por abundante y cremoso arequipe.
El pasatiempo pronto se convirtió en ocupación de tiempo completo, donde suegra, hijos y marido jugamos un papel importante; yo, antes de que pasara el bus del colegio a recogernos, me ocupaba de mezclar, esparcir y hornear las bases de las tortas, para armarlas en la tarde; mis hermanos, con la fiebre de practicar sus habilidades de choferes, repartían los pedidos a clientes y nuevos restaurantes que empezaban a surgir. Nana-nuestra abuela paterna, en su Polsky gris y con guantes de cuero, recorría la ciudad también, y no faltaba el incauto taxista que, por atravesarse con alevosía en su camino, recibiera un insulto en su perfecto inglés londinense.
Y por último Jacques, su compañero de vida, tomó el control administrativo, ocupándose de las compras, gastos, costeos y demás menesteres, oficio que aún desempeña con el mismo entusiasmo de hace 40 años.
Con el paso de los años y su fama en ascenso, la cocina de la casa se quedó chiquita; llegaron más colaboradores-algunos de los cuales aún continúan con nosotros- y la casa de la calle 106 fue convirtiendo sus espacios en zonas de producción, horneo, bodegaje(en mi closet se guardaban los insumos) y oficinas. Nada hacía más felices a nuestros compañeros de colegio-y luego de universidad, que reunirse en nuestra casa a estudiar o a hacer trabajos, pues siempre había algo delicioso saliendo del horno para ofrecerles.
Nuestra casa siempre estuvo abierta para todos. Recuerdo la mesa redonda del comedor siempre llena de felices comensales, ya fueran amigos, o la manicurista de turno, o cualquiera que acertara a llegar en el momento preciso en el que Silberia terminara de hacer una cazuela de pescado o su delicioso pollo con verduras.
Al cabo de unos años nos pasamos a una pequeña cocina en la calle 93, que ni aviso tenía, pero donde llegaban los clientes a golpear en la puerta metálica cada vez que les daba un antojo o se acercaba alguna celebración especial. Ahí duramos varios años, después de los cuales inauguramos una sede en la 9na con 81, y un par de sucursales, en Teleport y Centro Andino. Más o menos por esta época llegó a sus manos una receta muy especial: la Torta Imposible, que bautizamos como Chocoflan, y que hoy es un clásico de nuestro portafolio que supera en fama a casi todos los demás.
Siempre innovadora y creativa, Myriam no dejaba de ensayar nuevas recetas y decoraciones; sus amigas le mandaban recortes de periódicos y revistas de otros países, que ella traducía del inglés o francés para ensayarlas con Oliva, Georgina, Josefita, Ana de Lujan, Aracely, Manuela, Sofi o Blanquita-entre otras. Las decoraciones que hacía en caramelo o chocolate parecían esculturas dignas de la mejor galería de arte, siempre innovadoras y originales.
Con el tiempo, llegó a preparar más de 3000 recetas diferentes, de sal y más que todo de dulce, entre tartas, helados, galletas, chocolates, postres, tortas y cheesecakes.
Luego vino la casa de la calle 81, donde estuvimos casi por 15 años. Leyla, Estela, Lucia, Janetica, Jose y algunos más, ingresaron a nuestro equipo.
Alrededor de ese año empezamos a notar algunos cambios en su salud: olvidos, estados de ánimo cambiantes y algo de melancolía, nos hacían sospechar que el mal que había afectado a sus tías y a su mamá, podía estar llevándose su memoria lentamente. Pocos lo notaban.
En estos días tan tristes, hemos hablado con muchas de las personas que la llegaron a conocer antes de la silenciosa enfermedad. Todos coinciden en recordar su dulzura, el amor con el que los trataba, y como a cada uno de ellos los hizo sentir únicos y especiales con sus abrazos apretados y deliciosos, su sonrisa cariñosa, o hasta una que otra galletita que les regalaba sin que se lo esperaran.
Los mensajes que hemos recibido de amigos, familiares, clientes y colaboradores nos llegan al corazón, porque reflejan el recuerdo de la persona maravillosa que fue y que siempre vivirá en nosotros.
Dice en el Talmud que quien persigue honores los espanta, y quien vive sin buscarlos termina por recibirlos. Así fue para Myriam Camhi, la pastelera más dulce del mundo.