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El poder de la palabra
Por: Rav Daniel Shmuels
Dios creó el universo en que vivimos con la palabra, ese es el tamaño del poder que la palabra tiene; obviamente, una cosa es la palabra de Dios y otra es la nuestra; sin embargo, nuestra palabra también tiene poder, sencillamente no tiene la magnitud de poder que tiene la de Dios; empero, tiene consecuencias tanto positivas como negativas.
La palabra, el discurso, es el factor que más nos diferencia de la especie animal. Nos ubica en la cima de todas las especies y da pie a un sinnúmero de beneficios que han permitido nuestro desarrollo humano. Es el regalo más grande que Dios nos dió. De acuerdo a nuestros sabios, este regalo debe ser utilizado para estudiar Torá, alabar a Dios y atender nuestras necesidades mundanas.
Rabi Shimón Ben Gamliel, en Pirkei Avot 1:17, nos enseña: “Toda mi vida he sido criado entre sabios y no he encontrado nada mejor para el cuerpo que el silencio. Lo esencial no es estudiar sino actuar. Y aquel que habla en exceso no hace nada más que traer pecado sobre sí”. Una de las consecuencias de hablar en exceso es la calumnia o difamación contra una persona; como ellas, hay muchas más. En el caso de la calumnia, esta trae consigo, entre otros castigos más, el castigo de Tzaraat, palabra traducida vagamente como lepra. Esto lo aprendemos de la Torá cuando Miriam habla mal de su hermano Moshé Rabeinu y por ello es castigada con Tzaraat.
La persona castigada con Tzaraat lleva por nombre Metzora, es un leproso. Dicha palabra es la mezcla de dos palabras en hebreo; a saber, Motzee Ra, palabras que significan: aquel que trae mal. La Parshá de esta semana nos muestra el aspecto negativo del mal uso de la palabra y subsecuente el aspecto positivo. La palabra tiene un poder y hay que saber utilizarla en beneficio nuestro. Otro ejemplo muy conocido del mal uso de la palabra y su poder es aquel registrado en el Talmud en la Masejta de Guitín 55b-56a, donde se nos relata que la destrucción del Segundo Templo fue debido al discurso inapropiado de judíos hacia otros judíos. Traigo a colación estos dos ejemplos del mal uso de la palabra porque aún en las más simples circunstancias la palabra, con su poder, puede tener consecuencias nefastas dentro de nuestra cotidianidad.
Sigo asombrado con el uso indiscriminado, por parte del judío promedio, de palabras como las enfermedades terminales y crónicas como algo de lo más normal. El punto es que repetir esas palabras constantemente es darle más energía y más fuerza a dichas enfermedades. El caso contrario y caso verificado estadísticamente, es el de aquellos pacientes que son objeto de rezos de Tehilim y de Mishebeiraj. En dicho caso, los pacientes tienden a recuperarse muchísimo más a diferencia de los demás. Algo para pensar, no andar divulgando palabras innecesarias porque ellas ciertamente tienen un poder.
Pero también tenemos un poder muy positivo como el ejemplo anterior lo demuestra. Y así mismo, tenemos el poder de cambiar las vidas de las personas, de judíos y no judíos, alrededor del mundo. Tenemos el poder, con nuestra palabra y discurso, de cambiar la dinámica del lazo social actual, un lazo social que está justo en el borde del abismo con tanto odio y exclusión. No son sólo los líderes sociales los que tienen esa voz en sus manos, sólo todos y todos podemos crear el cambio de un mundo más incluyente donde nos percatamos que una palabra puede destruir vidas enteras mientras que otra puede salvar millones.
Muchas son las Halajot que tenemos que tener presentes al hablar; por ejemplo, no hablar inapropiadamente de los demás, no blasfemar el nombre de Dios, no maldecir a otro judío, no dar falso testimonio, no pronunciar una promesa solemne falsa, no dar un mal consejo o con segundas intenciones, etcétera. Desde el lado positivo, el que sí debemos hacer, nos trae ejemplos como estudiar Torá, rezar, decir Brajot antes y después de las comidas, contar el Omer, pronunciar la Birkat HaCohanim, etcétera.
Dentro de este uso positivo de la palabra tenemos el estudio de Torá. Alguien me dijo en algún momento: “Ustedes los rabinos sólo piensan en que se debe estudiar Torá y nada más”. Creo que si ese fuera el único propósito de un rabino, todos seríamos rabinos y no habría tanta ignorancia entre nuestro pueblo. Lo cierto es que la Halajá exige un periodo determinado de estudio de Torá al día; a saber, como mínimo un sexto de un día, un mínimo de cuatro horas. ¿Qué tan posible es? Bastante posible en tanto ello incluye, rezar, decir Brajot, decir Tehilim, leer la Parshá de la semana, etcétera. ¿Por qué es esto tan importante? Porque, entre tantos otros beneficios, nos enseña que nuestra palabra tiene un poder que con su buen uso puede traer consecuencias muy positivas en todos los aspectos de nuestras vidas.