Imprímeme

Unidos por el espanto

Por: Gerardo Stuczynski

Le deseo al nuevo gobierno de Israel el mayor de los éxitos; sin embargo, me permito dudar de que pueda obtenerlo.

En el prolongado período de gobierno de Netanyahu, Israel obtuvo logros increíbles en todas las áreas de la actividad humana. Aún así, es saludable para toda democracia una rotación en los partidos políticos que ejercen el poder, y un cambio en los protagonistas.

Pero para concretarlo, lo mejor hubiera sido haber obtenido el triunfo en las urnas. El gobierno entrante se conforma sin contar ni siquiera con el número de parlamentarios mínimo requerido, que es 61 en 120, porque el partido árabe islamista Raam no lo integrará sino que dará su apoyo desde “afuera”.

Dado que Netanyahu parecía eternizarse en el poder y considerando que cuatro elecciones en dos años no lograron conformar mayorías claras ni superar el atascamiento político, la oposición ensayó un camino diferente, se unió con el objetivo de terminar con la era Netanyahu.

Así, una multiplicidad de partidos de escasa votación desde la extrema izquierda a la extrema derecha, decidieron conformar una coalición tan heterogénea y contradictoria que resulta insólita.

Ilustra mi aseveración que el próximo primer ministro Nafatalí Benet obtuvo 7 escaños, mientras el primer ministro actual consiguió 30. Son tantos los partidos y tan radicalmente distintas sus ideas, tan grotescamente contrapuestas sus ideologías, que se le puede aplicar la tan manida frase de que están en las antípodas.

Más allá del empleo de hermosas frases para justificar esta decisión como que “todos somos hermanos”, “pondremos de relieve lo que nos une y no lo que nos separa” y que “nuestras diferencias harán nuestra fortaleza”, en realidad no elaboraron ni podrían construir un proyecto en conjunto. Parafraseando a Jorge Luis Borges, no los unió “el amor sino el espanto”.

Todas estas maniobras, si bien son totalmente legítimas pues se encuadran en el marco de la ley, no deberían ser válidas en cuanto a que muchos de los candidatos debieron desdecirse por completo de las promesas electorales fundamentales con las que obtuvieron su puñado de bancas. El propio Benet sostuvo empedernidamente que jamás recomendaría a Lapid para primer ministro pues eso iría contra sus valores primordiales.  Sin embargo  el acuerdo de coalición prevé una rotación entre ambos en esa función.

Es difícil imaginar el funcionamiento de una coalición de gobierno tan diversa, cuya consigna fundamental se alcanza en el instante en que asume, o sea que el actual primer ministro deje de serlo. Una vez superada esa etapa inicial, parece dificultoso que puedan sucederse los entendimientos.

Hace décadas que cada ministerio tiene un funcionamiento bastante autónomo uno del otro y cada ministro desarrolla sus políticas a su leal saber y entender. Si Beny Gantz es ministro de Defensa del gobierno saliente y continúa en funciones en el próximo, evidentemente no es esperable ninguna variación sustancial.

Sin embargo, a la hora de aprobar leyes, se requiere de amplios acuerdos en el parlamento. Estas concordancias son, en general, complicadas de obtener, y el futuro gobierno carece de una mayoría incluso antes de comenzar su gestión, mientras que sus socios no tienen nada en común.

Resulta extremadamente irónico que quienes se oponen a la desproporcionada influencia de los partidos religiosos en el gobierno, celebren alborozados la asunción de un primer ministro que será el primer ortodoxo observante en la historia del país. Un candidato de un partido que se denomina “Derecha”,  con muy pocos votos, que viste solideo (kipá) y cuya concepción política está basada en creencias religiosas.

A quienes hoy embriaga el entusiasmo por el cambio les sugiero que, una vez superada la resaca, consideren las posibilidades reales que tiene el nuevo gobierno de aprobar leyes capaces de generar cambios significativos en cualquier área. Claro que, entre los que festejan, hay quienes lo hacen por razones totalmente diferentes e incluso contrapuestas.

Lejos de lo deseable, preveo un gobierno precario y débil, que no perdurará en el tiempo. Efectuadas estas reflexiones y para evitar malas interpretaciones ratifico mi más absoluto e incondicional apoyo y solidaridad al gobierno democrático de Israel.