Por: Ricardo Angoso
Reflexionar sobre el Holocausto, cuando han pasado tantos años desde que ocurriera esta gran tragedia europea, sigue siendo absolutamente necesario, y trabajar para que las futuras generaciones conozcan lo que ocurrió, un deber intelectual.
El Holocausto, como final de un largo camino incubado durante casi siglos, tenía una explicación; no era el recurso irracional de una sociedad enloquecida por el nazismo y llevada de una locura colectiva con pasiones genocidas, sino que era más bien fruto de un largo proceso larvado nutrido del odio hacia el diferente, la exhibición de un nacionalismo primario intolerante y brutal y un antisemitismo primitivo y básico.
Esas concepciones, que bebían de las tradiciones europeas más rancias, estaban enraizadas con la religión dominante -el cristianismo-, los dogmas establecidos durante una larga época en busca de una identidad nacional que contribuyera al fortalecimiento de las nuevas naciones en ciernes y un cierto sentimiento de inferioridad frente al diferente, por explicarlo de una forma sencilla. Además, estas ideas, como principales nutrientes, fueron manipuladas y utilizadas por el nazismo para conseguir el éxito político en una sociedad como la alemana, abatida y hundida tras la derrota en la primera contienda mundial y después castigada por una crisis económica que hizo tambalear al sistema democrático, incapaz de dar respuestas lógicas a una sociedad hastiada ante tanta calamidad. El fracaso de la democrática república de Weimar tiene mucho que ver con esa incapacidad manifiesta.
Esas concepciones peyorativas sobre el judío, por llamarlas de alguna forma, calaron en la sociedad alemana, y acabaron dando sus siniestros frutos, como el Holocausto. La desaparición no fortuita de seis millones de judíos en Europa tiene mucho que ver con la historia de Alemania, tal como relata el siempre brillante Daniel Goldhagen:
“Tomo como punto de partida lo más evidente: el Holocausto surgió de Alemania y por tanto, fue principalmente un fenómeno alemán. Este es un hecho histórico. Es indudable que una explicación del Holocausto deberá considerarlo como un desarrollo de la historia alemana. Sin embargo, aunque el Holocausto surge de la historia alemana, es preciso reconocer que no constituye el desarrollo inevitable de esa historia. Si Hitler y los nazis no hubieran alcanzado el poder, el Holocausto no se habría producido”.
Luego el hecho mismo del Holocausto nos hace enfrentarnos con una nueva dimensión de la tragedia a la que no estábamos “habituados”, por decirlo de una forma eufemística, porque, como nos recordaba la filósofa Hannah Arendt:
“no tenemos nada en que basarnos para comprender un fenómeno que, sin embargo, nos enfrenta con su abrumadora realidad y destruye todas las normas que conocemos”.
El Holocausto ocurre porque respondía a unos planes preconcebidos por Hitler previamente a la llegada al poder de los nacionalsocialistas. Hitler había asegurado que, durante la primera guerra mundial se debería haber gaseado a los judíos por haber sido los responsables de la llamada “puñalada por la espalda”.
“Sin embargo, sí existe un lazo casual directo entre lo que Hitler afirma en Mein Kampf sobre los judíos y los hechos posteriores. Es así porque, como estaba convencido de que los judíos había saboteado desde su posición de retaguardia, la posibilidad de que Alemania venciera en la guerra, también estaba resuelto a impedir que volvieran a tener ocasión de hacer lo mismo.
‘Esa raza de criminales tiene sobre su conciencia a los dos millones de muertos de la primera guerra mundial -afirmó Hitler en privado el 25 de octubre de 1941, cuando ya hacía dos años que se había iniciado la segunda guerra- y ahora ya tiene a varios de cientos de miles más’.
La idea de que había que “aprender” de la primera guerra mundial y que la lección aprendida legitimaba el Holocausto la volveremos a encontrar más adelante”, escribiría el experto en el tema Laurence Rees a este respecto.
El Holocausto inspirado por la Alemania de Hitler está muy ligado también a las teorías conspiranoicas, como las que se plasmaban en Los protocolos de los Sabios de Sion y otras ideas preconcebidas que le fueron muy útiles a los nazis, como la de la "puñalada por la espalda” en la Primera Guerra Mundial, tal como explica el historiador Evans:
"Para Hitler y los líderes nazis, el genocidio de los judíos de Europa fue sin duda un acto de venganza porque supuestamente habían traicionado a Alemania durante la primera guerra mundial. Pero no se referían a ello asociándolo con la subversión socialista. Hitler recuperó de la guerra de 1914 al ‘capital financiero internacional’ judío”.
Partiendo de la premisa no discutible de Primo Levi de que
“si el mundo llegara a convencerse de que Auschwitz nunca ha existido, sería mucho más fácil edificar un segundo Auschwitz. Y no hay garantías de que este vez sólo devorase a los judíos”, El historiador Enrique Moradiellos establece que “esta mera y simple razón serviría para justificar la necesidad de conocer lo que fue el Holocausto como cumbre de la barbarie humana y precaverse contra las semillas teóricas y doctrinales que lo alentaron bajo la forma del antisemitismo y la judeofobia”.
También el historiador Francois Furet apunta en la misma dirección:
“Los crímenes del nazismo fueron tan grandes y resultaron, al final de la guerra, tan universalmente visibles que el mantenimiento pedagógico de su recuerdo desempeña un papel indiscutiblemente útil, y hasta necesario, mucho después de que hayan desaparecido las generaciones que los cometieron. Porque la opinión tuvo, más o menos concretamente, conciencia de de que esos crímenes había algo específicamente moderno, que no carecían de relación con ciertos rasgos de nuestras sociedades, y que era menester velar cuidadosamente para evitar su regreso (…) Las formas de rememorar que adopta (el recuerdo del Holocausto), el tipo de pedagogía que inspira, no siempre son muy profundas, y puede ser utilizada con finalidades políticas. Pero lo que esta desgracia expresa ha de tomarse con un sentimiento político esencial en los ciudadanos de los países democráticos en este fin de siglo -este texto está escrito a finales del siglo XX. Al historiador, y más en general al intelectual, toca convertirla en enseñanza más informada y menos partidaria. Confieso que no es fácil, pero es necesario”.
Luego, en todo este asunto del Holocausto, hay una responsabilidad de los países europeos de la que no podemos sustraernos, tal como señalaba con verdadero acierto Friedländer:
“En efecto, la complicidad tácita de Occidente frente a la persecución de los judíos y luego el silencio casi absoluto frente a su exterminio fortalecieron a Adolf Hitler en su convicción de actuar en bien de la humanidad entera. El antisemitismo endémico de los pueblos europeos no fue la causa directa de la solución final, pero facilitó su ejecución".
Tampoco después del Holocausto, una vez consumada la gran masacre, hubo una verdadera catarsis colectiva en el continente europeo acerca de la verdadera magnitud de lo que había ocurrido, sino que, como señala la ya doctora María Sierra, "las sociedades europeas no afrontaron en la inmediata posguerra el fenómeno del holocausto ni asumieron la honda crisis cultural y moral que significaba". La reflexión, entonces, acerca del Holocausto, sus consecuencias y su significado, no ya solamente en la historia de Europa, sino de la humanidad, sigue siendo absolutamente un deber inexcusable e irremplazable en nuestra sociedad.