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Adolf Eichmann: El mal no sigue órdenes

Por: David Alejandro Rosenthal

“El increíble espectáculo de la modernidad...de haber unificado la humanidad en una casa de locos global estallando de estupenda vitalidad”. -Eric Voegelin.

Adolf Eichmann es el único mando de alto rango nazi que no solo logró escaparse y vivir de forma cómoda en el aparente exitoso exilio que le trajo la cobarde fuga cuando del Tercer Reich no quedo solo que cenizas, sino que fue capturado, judicializado y ejecutado en el recién creado moderno Estado de Israel.

Para Hannah Arendt, aquella tan celebre filosofa y teórica judía alemana que emigró a Estados Unidos, precisamente escapando de la gran matanza, Adolf Eichmann no era un antisemita en realidad y capaz que tampoco era un psicópata. Sin embargo, la historia demuestra sin lugar a revisionismos y mucho menos a negacionismos (aunque los hay) que Eichmann era un genocida que desarrolló e implementó el sistema de aniquilación más desarrollado que conocemos. Un sistema de exterminación masiva que ceso con una tercera parte del pueblo judío y que además desapareció a otros millones, entre ellos, gitanos, homosexuales, comunistas, etc.

En su libro “Eichmann en Jerusalén”, Arendt pretende analizar como una estructura perversa puede reclutar, convencer, convertir y obligar a hombres y mujeres a comportarse de una forma que no es humana, que no es racional siquiera y que atenta contra la esencia divina que el ser humano posee.

Para el gran teórico alemán Eric Voegelin que estaba en contraposición absoluta no solo con el nazismo, sino que también con toda la cultura alemana del siglo 20, Arendt se inmiscuyó en alguno de los acontecimientos más virulentos de su época como el caso Eichmann. Y es que Arendt, en definitiva, tuvo coraje de hacerlo, pero fue tan lejos quizá, que se perdió del camino. Ella de alguna forma u otra entendió o más que eso, dio la razón a figuras como Eichmann, que es una personificación del mal y de Hitler para los judíos. Además, Arendt nunca apoyó al Estado de Israel, a pesar de tener relación con grandes sionistas, como el profesor Gershom Scholem.

Asimismo, Arendt admiraba a Voegelin, no por nada diría que: «el mejor relato histórico del pensamiento racial en el marco de la historia de las ideas», esto sobre el libro de Voegelin titulado: sobre la teoría de las razas.

Pare el teórico alemán, Israel acepta vivir en un mundo sin omnipotencia y por eso es capaz de reconocer la omnipotencia como una ausencia. Dios es una ausencia y no una presencia, como tienden a interpretarlo una y otra vez los autores cristianos al hablar de Israel. Así, Voegelin se interesó siempre por Israel, su conformación, historia y rol en el mundo. A diferencia de Arendt que toma por sentado lo que es Israel y se decide por ir por temas que aún estaban en desarrollo, Voegelin entiende que una figura como Eichmann, que en efecto es parte de una estructura perversa, actuaba de forma autónoma dentro de esa misma corrupción.

Adolf Eichmann, que había vivido más de una década en la Argentina bajo el nombre de Ricardo Klement, fue capturado el 11 de mayo de 1960, en medio de la operación inaugural del Mossad y el Shin Bet. Está operación conocida como Finale o Garibaldi, contó con Simón Wiesenthal, Rafael Eitan, Peter Malkin e Iser Har'el. Este último, primer director del Shabak y del Mossad, quien le respondió al premier Ben Gurion cuando se enteró que Eichmann vivía en Argentina: “traer a Eichmann a Israel, como sea”.

Luego de la exitosa operación Garibaldi, Eichmann fue llevado el 11 de abril de 1961 a juicio ante el Tribunal de Distrito de Jerusalén, presidido por Moshe Landau, Benjamin Halevy e Yitzhak Raveh. Además, en virtud de la democracia que es Israel, Eichmann tuvo un defensor, el alemán Robert Servatius, pues como dijo el ministro de Justicia Pinchas Rosen: “creo que será imposible encontrar un abogado israelí, judío o árabe, que acceda a defenderlo”.

El juicio de Eichmann fue cubierto por la prensa internacional, entre los diversos corresponsales, había viajado desde Nueva York, una corresponsal de The New Yorker, su nombre: Hannah Arendt.

El fiscal general Gideon Hasner, se encargó de preparar todo un registro con material gráfico sobre la Shoah y llevó a 112 testigos, sobrevivientes de Auschwitz y demás campos de exterminio. La labor de Hasner fue esencial para recopilar que lo que sucedió en la Alemania nazi no era una mentira. Al igual, dijo que: “No es un individuo el que está en el banquillo de los acusados ​​en este juicio histórico ni solo el régimen nazi, sino el antisemitismo a lo largo de la historia”.

Servatius, el abogado de Eichmann impidió que se mostrara todo el material sobre el Holocausto, y además intentó reivindicar al individuo Eichmann de sus actos, afirmando que era un burócrata, alguien que solo seguía órdenes. Y eso fue la defensa del mismo Eichmann, argüir que solo era un miembro del partido nazi que seguía órdenes. Afirmó que las decisiones no las había tomado él, sino Müller, Heydrich, Himmler y, en última instancia, Hitler.

Pero, es un absurdo decir que Eichmann solo seguía órdenes, cuando fue él quien ordenó que en los campos de exterminio fuera eliminado todo el pueblo judío. En facto, el fiscal Hasner presentó pruebas de que Eichmann había declarado en 1945: “Me iré a la tumba riendo porque la sensación de tener cinco millones de seres humanos (judíos) en mi conciencia es para mí una fuente de extraordinaria satisfacción”.

Así que Arendt estaba equivocada al hablar sobre la “banalidad del mal” e intentar dar razones a una figura repulsiva como Eichmann. Además, si solo hubiera seguido ordenes, ¿por qué llegó tan alto dentro de la cúpula del III Reich?

A la final Eichmann fue condenado por 15 cargos de crímenes contra la humanidad, crímenes de guerra, crímenes contra el pueblo judío (condenado también por delitos contra polacos, eslovenos y gitanos) y pertenencia a organizaciones criminales como a Gestapo, el SD y las SS. De hecho, uno de los prontuarios más grandes era el de Eichmann, pero con gran cinismo se declaraba inocente. Los jueces sentenciaron de manera en absoluto acertada que Eichmann creía de todo corazón en la causa nazi y había sido un autor clave del genocidio.

Eichmann fue ahorcado en una prisión en Ramla y según Rafi Eitan que presenció y participó todo momento desde la captura hasta su fin, dijo que sus últimas palabras fueron:

“Espero que todos ustedes me sigan”.

Sobre la banalidad del mal de Arendt, se contraponen diversos autores como Bettina Stangneth, para ella en su libro Eichmann antes de Jerusalem (Eichmann Before Jerusalem), este era un antisemita ideológicamente motivado y un nazi comprometido de por vida que intencionalmente construyó una personalidad como un burócrata sin rostro para su presentación en el juicio. Otros historiadores como Christopher Browning, Deborah Lipstadt, Yaacov Lozowick y David Cesarani comparten esta idea de que Eichmann no era un funcionario irreflexivo como Arendt y otros creyeron.

Si bien Eichmann era un burócrata, eso no debe de ninguna manera justificarlo ni excusarlo de haber ordenado por medio de documentos con su firma y aprobación el asesinato de millones de personas. Así mismo, él pudo haber elegido entre lo bueno y la malo (como todos nosotros podemos), pero eligió lo segundo, sin importarle las consecuencias que esto podría tener.