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Medio Oriente 2022- Incierto Ajedrez geopolítico

Por: Marcos Peckel

“Irán, Turquía e Israel, los tres países no árabes se erigen como los principales jugadores  geopolíticos y los Estados  de la región se acomodan a una realidad post – americana y  post – petróleo. En ese dinámico entorno, unos progresan, otros se quedan”   

El pasado año fue testigo de importantes  movidas  geopolíticas en el Medio Oriente y Norte de África – MONA-. Los acuerdos de Abraham concretados en los albores de la administración Trump, la reiniciada negociación nuclear con Irán, el apocalipsis en el Levante  y una debilitada alianza Turquía-Qatar-Hermanos musulmanes marcan  los hechos geopolíticos quizás más significativos  en la región comenzando el año 2022.   

Se trata de una región altamente inestable, sin mecanismos de seguridad colectiva,  en la  que arrecian conflictos sectarios,  predominan tiranías monárquicas y militares,  viejas  fracturas  sociales,  territorios sin Estado, pretensiones hegemónicas y  en varios países, desesperanza generalizada de la población. 

En el plano  geopolítico, Estados Unidos  trata desde hace años  de  disminuir su  involucramiento   en la región  mientras que   Rusia incrementa  su presencia dentro de limitaciones históricas y  estratégicas.  Irán, Turquía e Israel, los tres países no árabes se erigen como los principales jugadores  geopolíticos y   los Estados  de la región se acomodan a una realidad post – americana y  post – petróleo. En ese dinámico entorno,   unos progresan, otros se quedan.   

Israel aprovecha  su fortaleza militar y  creciente  “softpower”, potenciado en su capacidad  tecnológica, sólida  economía y formidables relaciones con Estados Unidos,  para cosechar importantes logros diplomáticos alrededor del planeta.  Un  Irán envalentonado usa sus proxis  para dominar  países vecinos.  Turquía  no oculta sus pretensiones neo-otomanas y  los países del Golfo, bastiones del islam sunita, se alían  con Israel.   

En la clasificación de  democracias  del 2021 de  Freedom House, la gran mayoría de Estados de la región aparecen como “no libres”  exceptuando a  Israel y  Túnez;   “libres” y Marruecos y Kuwait;  “parcialmente libres”. En un   abatido  mundo árabe, los países del Golfo, sin ser democracias y Marruecos   gozan de estabilidad  social y política  y crecimiento económico y  enfrentaron  con mayor éxito la pandemia del COVID.  

Libia  se transformó en el Somalia del Mediterráneo, Yemen es  víctima de una guerra brutal que enfrenta a Arabía Saudita contra los  Houties, proxis de Irán.   En los últimos dos años, los regímenes  de Argelia y Sudán fueron derrocados por la furia popular y la democracia tunecina, el único resultado positivo de la primavera tambalea frente a fuerzas autoritarias. 

Acuerdos de Abraham

En 2020, Israel y cuatro países árabes –Emiratos Árabes, Bahréin, Sudán y Marruecos– firmaron los Acuerdos de Abraham, en honor al padre de las tres religiones monoteístas, inaugurando así una nueva era en el medio Oriente. Atrás quedó el paradigma  de que ningún país árabe normalizaría sus relaciones con Israel hasta tanto no se resolviera la cuestión palestina.   Estos  cuatro países antepusieron sus propios intereses nacionales formalizando y fortaleciendo sus relaciones con Jerusalem. 

Además de Irán como enemigo común, los países de golfo ven en sus relaciones con Israel amplias posibilidades  de desarrollo y cooperación en múltiples campos.  Los Emiratos obtuvieron un compromiso  por parte del gobierno de Israel de no anexar territorio en Judea y Samaria lo cual sacó de la agenda ese espinoso tema, abrió el camino a los acuerdos y  dejó abierta la oportunidad  a los palestinos para que en un futuro se unan a los mismos. 

Las relaciones de Israel y los Emiratos Árabes   han avanzado a la velocidad de la luz y ya incluyen cooperación militar, científica, académica, comercial y en innovación y emprendimiento. Decenas de miles de turistas han surcado lo cielos en los  recientemente instaurados vuelos directos entre ambos países.

Lo de Marruecos  merece capítulo aparte pues fue una  magistral jugada diplomática  del expresidente americano  Donald Trump quien a cambio de que Rabat  normalizara sus relaciones diplomáticas con Israel, reconoció la soberanía marroquí sobre el Sahara Occidental.  Los dos países, unidos por centenarios lazos históricos, profundizan sus relaciones con visitas de dignatarios israelíes a Rabat, apertura de embajadas, vuelos directos y cooperación en seguridad. 

Es de esperar que otros países se unan a los acuerdos de Abraham  incluyendo, quizás,  “la joya de la corona”, Arabia Saudita.  

La reacción palestina a los acuerdos  se enmarca dentro del negacionismo  que ha caracterizado sus posturas por décadas. A los Emiratos y Bahréin  los acusaron de traición, aunque  con Marruecos su reacción fue  más medida.   En tanto subsista la división entre  Hamás y Fatah,  el apoyo y apología al terrorismo y la parálisis en el liderazgo palestino, poco se avanzará en la paz, en una región en que algunos emprenden un nuevo rumbo hacia la reconciliación y el progreso y otros se quedan en el pasado de resentimiento y odio.    

Irán nuclear

Lo que ocurra en el 2022 en la región de MONA dependerá en buena medida el resultado de las actuales conversaciones en Viena  destinadas o lograr  el regreso de Teherán al cumplimento  de los términos  del   acuerdo nuclear  de  2015, tras la  unilateral retirada de  Estados Unidos  en  la administración Trump. Irán  busca  que se levanten las  draconianas sanciones que ha impuesto Washington,   sin embargo,   ha dado pocas señales de flexibilidad en su postura.  El  director general de la AIEA, Rafael Grossi ha manifestado acerca de Irán que “no hay ningún país que haya llegado a esos niveles de enriquecimiento de uranio, salvo aquellos dotados de armamento nuclear”.  

De no lograrse un acuerdo, Estados Unidos que al igual que Israel, ha  manifestado  que no permitirá un Irán dotado de armas atómicas,  tendría que sopesar su reacción. Para un estratégicamente   confuso Estados Unidos, su mayor prioridad regional sería lograr un acuerdo con Teherán para  reducir las tensiones regionales, sin embargo, no cualquier acuerdo pues Biden enfrenta seria oposición en el Congreso y en la misma región en la medida que  un  acuerdo se perciba  como  apaciguamiento.  

En estas circunstancias no es   descartable una acción militar contra los reactores  nucleares persas con las implicaciones que esto tendría para la región toda.     

El Levante no levanta

En tres países del Levante;   Irak, Siria y Líbano  confluyen todos   los demonios que azotan el Medio Oriente:  colapso institucional, guerra sectaria, intervención extranjera, sociedades postradas, desplazamiento y desesperanza.  Irak y Líbano  son además precursores de un nuevo  y perverso modelo  institucional   en el que el monopolio de las armas  no  recae  en el Estado, sino  que  este debe compartirlo con milicias proxis de Irán que han sido  legalizadas.  

Líbano  pasa  por el peor momento desde 1989 cuando concluyó  la   guerra civil. La moneda ha perdido  su valor, el sistema político  basado en clientelas étnico-religiosas hizo agua, más de un 80% de la población esta empobrecida   y el país es rehén de la organización terrorista Hezbollah cuyo poder bélico es mucho mayor que el del ejército nacional. El país no parece tener  futuro alguno a menos que haya cambios estructurales al sistema político y Hezbollah se desarme. Un Hezbollah contra la  pared o empujado por sus jefes en Teherán podría acudir una vez más a su siniestra estrategia de iniciar un guerra contra Israel con desastrosas consecuencias para el país del cedro.   

Irak, cuna  de la  guerra sectaria en la región entre sunitas y shiitas, consecuencia de la invasión de Estados Unidos,  padeció lo horrores del Estado Islámico hasta que este fue derrotado dejando un legado de  ciudades en ruinas y millones de desplazados.  Antes de la pandemia la población estaba en la calle exigiendo cambios en el sistema político, servicios públicos, reconstrucción y rechazando la excesiva injerencia iraní.  En contraste, desde 1991  los kurdos en el norte del  país gozan de completa autonomía , controlan sus fronteras, establecen sus propias relaciones internacionales y progresan más rápido  que el resto de lo que queda del estado iraquí.       

Sirio cesó de ser un Estado hace ya años.  Ciudades enteras yacen en ruinas, más de seis millones de refugiados han abandonado el país y  el desplazamiento interno afecta a la mitad de la población.  Bashar al Assad continua en el poder  tras haber asesinado a más de medio millón de conciudadanos,  gracias al paraguas diplomático e  intervención militar de Rusia y el apoyo  de  Teherán,  aunque controla a medias  solo dos terceras partes del territorio.   Sin embargo, las fisuras de  la alianza   entre Irán y Rusia se hacen cada vez mayores mientras que   Israel lleva a cabo operaciones regulares contra las fuerzas iranies y sus proxis shiitas. Por su lado,  Turquía ocupó parte de la región kurda al norte del país de la cual difícilmente se irá.     

La alianza difuminada

Desde hace años se viene  consolidando  una extraña alianza, política e ideológica, entre Turquía, Qatar y los Hermanos Musulmanes, agrupación islamista  con presencia en varios países árabes principalmente en Egipto y en Gaza con Hamás.  Turquía  bajo el nuevo “Sultán”,  Recep  Erdogan,  implantó una agresiva política de expansión  combinando todas las formas de lucha: militar, económica e ideológica. obteniendo un inobjetable triunfo bélico  con Azerbaiyán, ocupando territorios kurdos en Siria y enviando tropas a Libia.  Su alianza con Qatar se fortaleció cuando este último fue víctima de un bloqueo total impuesto en 2017 por Arabia Saudita, los Emiratos Árabes, Bahréin y Egipto. Estos cuatro países sancionaron a Qatar por su apoyo a los Hermanos Musulmanes y por la propaganda hostil promovida desde los estudios del canal de televisión Al-Jazeera. Este bloqueo se levantó en 2020 y Qatar volvió al su redil natural. 

Turquía es presa de una  severa  crisis política y económica, su  economía va   en caída libre, la moneda ha perdido más del 50% de su valor, la inflación está desbordada y sus extensas aventuras militares pasan factura. Erdogan, quien modificó  las constitución para perpetuarse en el poder,  enfrenta  quizás la  mayor crisis de su presidencia, situación que lo  ha empujado a  buscar mejora en  sus tensas relaciones con Israel, Egipto y el Golfo. La reciente visita del príncipe heredero  de los EAU a Ankara demuestra el interés de Erdogan de cambiar de rumbo y rehacer amistades que el mismo había alienado. 

Se difumina la alianza de  Turquía con Qatar y los Hermanos Musulmanes, quizás para bien de la región.