Por: Jacobo Celnik
El Nobel de Literatura a Bob Dylan es justo, es merecido. Su obra sí hace parte de la literatura. Basta con leer las declaraciones de Leonard Cohen. Quién más legítimo que él. Dijo: “este galardón es como ponerle una medalla de oro al Everest”. Que sea este el momento para intentar descifrar quién es Dylan, qué se esconde detrás de su genialidad y su arte. Porque ante todo Dylan es un artista. No lo minimicemos con categorías como la de cantautor, cantante, rockero, pues él no solo compone canciones, poemas, obras en todo el sentido de la palabra que hacen parte de la literatura, es actor (ha participado de siete largometrajes como Masked And Anonymous), director de dos películas, pintor, escultor, guionista. “Las obras literarias son creaciones retóricas, además de simples relatos».
Lo que dota a las canciones de Dylan de fondo literario no es su aspecto (la canción lírica frente al soporte del libro); tampoco la intención lírica, que no es suficiente. Es su dicción. Su lenguaje”, dice el crítico y académico británico Terry Eagelton. Dylan fue construyendo su personalidad artística a través de la tradición literaria y musical de los Estados Unidos.
Nació en Duluth, Minnesota en 1941, hijo de un hogar judío. Su nombre es Robert Allen Zimmerman, y ante la Torah se llama Shabetai Zisl ben Abraham y se identifica a sí mismo. En Dylan encontramos a Whitman, Ginsberg, Frost, Burroughs y Kerouac. También a Hank Williams, Peter Seeger y Woody Guthrie, su principal referente musical.
Originario de Duluth, Minnesota, muy joven emprendió un camino en busca de su yo y de su hogar. Un poco motivado por una creciente insatisfacción con su entorno. En enero de 1961 llegó a Nueva York donde puso la primera piedra a su gran edificio musical. En diversos cafés y bares del Village comprendió la movida bohemia y cultural del barrio. Se abrió camino como pudo y en menos de 8 meses tenía un contrato discográfico en sus manos. Firmó sin leer, sin pensar. Dijo algunas mentiras y cautivó a John Hammond, uno de los cazatalentos más importantes de la Columbia Records.
En noviembre del 61 grabó su primer trabajo, lanzando oficialmente al mercado en marzo del 62. Tenía dos canciones de autoría y 11 versiones de clásicos del folk y el blues. Pronto la prensa notó la diferencia del joven Dylan, quien con tan solo 21 años le había dado un nuevo aire al folk. El secreto radicaba en su memoria. Desde muy joven se aprendió toda una legión de temas del country y el blues que le permitieron marcar la diferencia entre los cantautores de los bares y los cafés. Ese proceso implicó crear un nuevo yo, un yo artístico que dejara atrás a Robert Allen Zimmerman y le diera vida a un compositor multifacético. En un lapso de ocho años creó grandes trabajos que redefinieron el curso del rock gracias a una manera novedosa y experimental de crear canciones.
The Beatles, los Stones, Donovan, Van Morrison, Cat Stevens, todos le aprendieron a Dylan. Basta con escuchar trabajos como The Freewheelin´Bob Dylan, Highway 61 Revisited, Blond On Blond y Nashville Skyline para encontrar a un artista sólido en todo el sentido de la palabra. Sus letras en esos nueve trabajos de los años 60 son el reflejo de toda la cultura popular de un país que parecía estacando en el tiempo y que tuvo en Dylan a su juglar, a su trovador que supo dar cuenta de los cambios y de los procesos. Lejos de cualquier tinte político, Dylan simplemente hacía lo que quería con su arte. Por eso cuando dejó el folk y electrificó su sonido muchos lo criticaron. Desde su amiga Joan Báez, hasta el público que lo tildó de Judas. A Dylan eso lo fortaleció, lo invitó al ostracismo y se reinventó rápidamente.
Los años 70 fueron de cambios, de altibajos emocionales que le permitieron crear obras maestras como Blood On The Tracks, de 1975. Hubo colaboraciones junto a The Band en tres trabajos, Planet Waves es uno de ellos. Tremendo de principio a fin con “Forver Young” como himno, tema inspirado en la Torah y que compuso para su hijo Jakob Dylan, cuyo texto dice: “que D-os te bendiga y te proteja siempre y que todos tus deseos se hagan realidad”, inspirado en una tefilá judía que dan los cohanim al pueblo de Israel y los padres a sus hijos en Shabat.
En 1979 y tras una serie de trabajos donde revivió su “activismo” como Desire (1976), Dylan tuvo una revelación y emprendió un extraño camino evangelizador a través de sus canciones. Del periodo denominado The Jesus Yearsquedaron temas que muestran una escritura madura, avanzada, profunda como sucede en los temas “Changing The Guards” y “Gotta Serve Somebody”. Si bien no fue un periodo de reconocimiento a nivel comercial, los tres trabajos de ese periodo dedicados a Jesús –Slow Train Coming, Saved y Shot of Love-, le abrieron las puertas de un nuevo público que disfrutó de sus sermones en iglesias y centros comunitarios. Durante los 80’s, tuvo un fuerte regreso a sus raíces judías apegándose al movimiento de Chabad principalmente. En 1983, poco después de la guerra del Líbano compuso “Neighborhood Bully”, el matón del barrio, cuyo texto compara a Israel con un exiliado e injustamente etiquetado como “un matón”, por defenderse de constantes agresiones de sus vecinos.
En 1983 hubo un renacer en canciones no confesionales gracias al disco Infidels, para muchos críticos una especie de continuación de temas pendientes de los años de Blood on The Tracks. “Silvio”, “Jokerman” y “I and I” dieron cuenta que la magia en Dylan seguía intacta. Cuatro álbumes más en estudio, una gira junto a Grateful Dead y una colaboración con el mega proyecto Traveling Wilburys, junto a George Harrison, Roy Orbison, Jeff Lyne y Tom Petty, cerraron la década de los 80, un periodo raro en el que Dylan extrañó a Albert Grossman, su mánager y gran artífice de su carrera en los años 60. La década del 90 recibió a un Dylan en un momento alto de su creatividad hasta el punto que la Academia le concedió el Grammy en 1998 por el álbum Time Out Of Mind, elegido como el disco del año.
La obra de Dylan se sustenta en 37 álbumes en estudio, 6 compilados oficiales, 12 series de Bootlegs con grabaciones inéditas, más de 450 canciones compuestas y 2.500 conciertos desde 1988 en su Never Ending Tour, que sigue en la actualidad. Es un creador incansable en todo el sentido de la palabra, único, indescifrable, que le enseñó al mundo del rock cómo se crean grandes canciones que trascienden en el tiempo. El Nobel es un hecho más en su carrera. Puede que incluso ni se presente a la ceremonia o lo rechace. Con él todo es posible. Pues Dylan es más grande que el Nobel.
*Publicado en El Colombiano, octubre 16, 2016
Editado para Hashavúa Bogotá