Por: Marlene Himerlfarb
Yo no sé qué leen ahora los millennials, pero no creo que “Cien años de Soledad”, esté entre su lista de libros preferidos. Además de que no entenderían el árbol genealógico de la familia Buendía, les tocaría investigar acerca de algunas profesiones que ya no existen. Por ejemplo, ya no deben saber qué es un telegrafista, como lo era el padre de García Márquez, a quien se le concedió el Nobel de literatura por esta obra. Este era un oficio que actualmente sólo existe en el diccionario como referencia a un pasado que ya se vivió.
Ellos han vivido en la era cibernética. No les tocaron ni los telegramas, ni las cartas de amor. Los “Baby Boomers” nos enamorábamos de la letras, de las palabras y de los íconos (en esa época no existían los emojies) del remitente. Después de leer las cartas, guardábamos las estampillas para coleccionarlas y tener una gran variedad de esos sellos que venían en el correo como stickers pegados a los sobres. Algunas veces hasta las pegábamos en álbumes clasificándolas por países. Decían que era una colección que adquiría mucho valor. Parece que fuera cierto, pero al momento de ir a vendérsela a un coleccionista pagaban mucho menos del precio, como los discos que daban vueltas en un tornamesa, produciendo sonidos musicales. Valen para comprarlos, pero al momento de venderlos, no pagan nada en el mercado del usado.
Otro oficio que desapareció, cuando fueron reemplazadas las cartas, es el del cartero, quien se encargaba de repartir los sobres. Después hubo oficinas de correo, donde vendían las estampillas para poder enviar las cartas a los diferentes destinos. Atravesaban mares y cordilleras hasta que la persona destinataria recibía la carta en sus manos y podía enterarse de cosas que habían sucedido hacía algún tiempo. La palabra correo se originó por su traducción: correr, ir de prisa, que era lo que hacía el cartero depositando los sobres enviados en los buzones de correo.
Igual sucede con los telegramas. El telegrafista era la persona que reproducía las ideas que el cliente le solicitaba para enviarlas a su destino. Había telegramas de amor, de amistad, de reconciliación, de dolor, de felicitación, de pésame. Infinidad de temas pasaban por las letras de ese telégrafo que se encargaba de reproducir las palabras en una forma abreviada. Era muy divertido, pues el costo era por cada palabra, así que se hacían unas conjugaciones muy novedosas con el fin de acortar las ideas para que el telegrama no saliera tan costoso. Se leían palabras como, regocíjome con tan buena noticia. Felicitamósles, señalamósle, acompañamóslos, congratulamóslos y una serie de conjugaciones que no aparecían en el real diccionario de la lengua española, pero por razones económicas eran aceptadas en este tipo de comunicación.
Más adelante, tanto las cartas, como los telegramas, fueron reemplazados por el mail. El internet se originó por un proyecto militar que se comercializó y pasó a ser un medio de comunicación para todos los que tenían en su casa un computador. Fue creado para asegurar las comunicaciones en caso de un ataque nuclear. Cada persona debía bautizar su dominio con un nombre que lo caracterizara, sin que faltara la arroba para que fuera posible la conexión. Ya la gente no se intercambiaba los números de teléfonos, sino que se apresuraban a escribir en una libreta, esa chorrera de signos que su interlocutor le dictaba. Fampapernitsky@hotmail.com o ravalfredoyraquelita@yahoo.com, por dar unos ejemplos. Generalmente el mail pertenecía a la pareja o a la familia y todos entraban a mirar la información. No existía la privacidad en los mensajes. Corría el año 1971 cuando se empezó a modificar la forma de comunicarse.
La reina Isabel II de Inglaterra, fue la primera jefe de estado que envió un mail para un asunto de gobierno.
En 1984 apareció el Blackberry, que fue el precursor de los teléfonos celulares. El boom fue entre el 2011 y el 2012. Para poder comunicarse entre blackberries, había que introducir un pin. Comenzaba la era celular y no lo sabíamos. En 1999, se había creado el beeper o busca personas, ese aparatico que se colgaba del cinturón del pantalón y emitía un sonido para anunciar el mensaje que debía ser leído en la pantalla. Esa fue la base la base del Blackberrie. Para más detalles pregúntenle al gran rav que era uno de los usuarios.
A estas alturas del siglo XXI, la mesita de teléfono que estaba ubicada a la entrada de la mayoría de las casas, con un directorio telefónico y otro de páginas amarillas, ya no tenía sentido. Había perdido su valor dentro del mobiliario familiar. Podríamos decir que durante la reciente y todavía actual pandemia, fue remplazada por las zapateras para dejar los zapatos contaminados de Covid19 en la puerta de la casa.
El mail todavía es de gran utilidad y se usa mucho, pero cuando llegó el WhatsApp en el 2009, creado por Jan Koum, exempleado de Yahoo, las comunicaciones sufrieron una revolución. Se unió con Brian Acton y se hicieron socios para conformar ese gigante de las comunicaciones que después le vendieron a Mark Zuckerberg para conformar los 3 gigantes, Facebook, WhatsApp e Instagram. El nombre de WhatsApp significa: Qué hay de nuevo, y así comenzó este nuevo sistema de comunicarse rompiendo las barreras a través del mundo.
Ahora la comunicación es inmediata, como lo requieren los millennials. Respuestas rápidas que no exigen la paciencia que requería enviar y/o recibir una carta. Había que leerla, contestarla y esperar la respuesta nuevamente.
Hoy en día, el WhatsApp es un medio de comunicarse de manera inmediata. Hay grupos de trabajo, de ventas, de familia. Y es así como el verbo chatear o incluso whatsAppear, ha adquirido una alta importancia en el mundo moderno. El WhatsApp hace parte de la vida cotidiana de todos los usuarios. En la actualidad es más grave dejar el celular que las llaves.
Este es el recorrido por algunos medios que han aportado rapidez a las comunicaciones y han acercado a las personas en distintos países.
Podemos ver, como con el avance de la tecnología, desparecen negocios y oficios que antes eran imprescindibles para las condiciones sociales del momento, pero que hoy en día pertenecen a la historia y a los museos.