Por: Jorge Rozemblum
Israel está a punto de convocar una vez más (y ya serían cinco en menos de cuatro años) unas elecciones generales anticipadas (que serían las quintas en menos de cuatro años). Aunque en el Parlamento saliente hay representados 13 partidos, en realidad existen dos bloques y una coalición árabe descolgada: los que apoyan a Netanyahu (incluso estando inmerso en juicios por corrupción) y quienes no. La coalición que presentó su renuncia apenas un año después de asumir la dirección era un crisol que demostró ser frágil por el extremo aparentemente más beneficiado: un partido que, con apenas 7 diputados (de hecho sólo 6 a partir de su entrada en la coalición) de una cámara de 120 escaños, tenía a su líder al frente del ejército de siglas hasta la izquierda sionista y más allá, en el ámbito musulmán.
Es difícil imaginar que una parte significativa del electorado haya cambiado de bando en el transcurso de este último año, por lo que el escenario más probable en unos nuevos comicios se prevé muy similar al actual. Israel es el ejemplo más lejano del bipartidismo, como el que reina desde hace siglos en la democracia estadounidense.
Incluso en los primeros compases del estado judío, cuando el sionismo socialista era hegemónico, las mayorías absolutas no llegaban a consolidarse por escisiones en el seno de las formaciones más votadas, a veces por iniciativa del propio fundador o líder de un partido, como cuando en 1965 Ben Gurión funda Rafi (siglas de Reshimat Poalei Israel, Lista Obrera Israelí) para desprenderse de la dirigencia más tradicionalista del laborismo y abrir un espacio para los jóvenes de entonces, como Shimon Peres, Moshé Dayan y otros que llegarían a convertirse en grandes nombres del país. Por otra parte, partidos con baja representatividad relativa como el Mafdal (el Partido Religioso Nacional) solían participar como “socios minoritarios” a cambio de obtener el control de algunos ministerios clave como el de Religión y el de Interior (para que las bodas y separaciones se realizaran según el rito judío entre esta parte de la población).
Con el tiempo, la hegemonía sionista socialista se fue debilitando, especialmente a partir de la aplastante victoria en la Guerra de los Seis Días de 1967 cuyo triunfalismo inclinó la balanza política hacia la derecha, culminando con la llegada de Begin al poder en 1977 (el llamado Maapáj). Fue el inicio de una creciente fragmentación de la izquierda hasta su presencia casi simbólica hoy día. Por el contrario, la derecha se concentró en el Likud, especialmente a través del liderazgo de Netanyahu en las últimas décadas. Sin embargo, desde hace tiempo, no dejan de surgir entre las filas de sus seguidores voces críticas que han iniciado caminos independientes en lo personal, aunque casi nunca en lo ideológico. Quizás la maldición política del país sea la de verse condenada a un ciclo infinito por el cual las mayorías acaban siempre atomizándose y remezclando la baraja política.