Por: Jorge A. Mejía González
La realidad demográfica nos dice que cada vez hay menos familias con niños. Las parejas jóvenes están optando por tener un gato o un perro; y si tienen niños, tienen uno o máximo dos. Las familias de tres, cuatro o más hijos son muy raras por estos días.
Esto lleva a una situación muy complicada para los colegios privados. Entran en una competencia directa por cada vez menos estudiantes y esto los lleva a un dilema que puede ser bastante peligroso, sobre todo para las administraciones de los colegios.
Se ha desencadenado una tendencia global a administrar los colegios como si fueran hoteles. La rectoría parece más la gerencia de un hotel: lo prioritario es la satisfacción del cliente. En un hotel lo más importante es que las sábanas estén limpias, que el room service llegue a tiempo, que la comida sea de un nivel superior; en fin, que hasta el más mínimo de los gustos y deseos del cliente sean satisfechos.
Así se están manejando los colegios. Aunque claramente es un servicio por el cual se paga (y se paga bastante), el de la educación (¡y la formación sobre todo!) no necesariamente va de la mano con satisfacción del cliente.
La participación de los padres de familia es importante para el correcto funcionamiento de un colegio. No solamente hacen aportes valiosos que ayudan a mejorar la gestión del mismo, sino que la mayoría están interesados en que la institución donde están sus hijos sea la mejor posible. Tampoco se puede desconocer que sin las familias (los clientes) un colegio privado no puede sobrevivir.
Habiendo dicho esto, hay que establecer que un colegio es diferente a un negocio tradicional. La misión fundamental es brindar una educación académica de calidad y acompañar a las familias en la formación de sus jóvenes. Una enseñanza de calidad requiere necesariamente de un rigor; los logros importantes requieren de dedicación. Por otro lado, el establecimiento de límites y el reconocimiento que las acciones tienen consecuencias - tanto positivas como negativas - es primordial para la formación de cualquier niño o niña.
Hoy en día vemos que algunos padres de familia no están de acuerdo con estas características. Excusan a sus hijos por comportamientos irrespetuosos y por bajos niveles de esfuerzo. En su afán por darles la mejor vida posible, equivocadamente piensan que esto se logra cediendo ante todos sus deseos y cubriendo todas sus faltas.
Un colegio, naturalmente, debe ser un ambiente en el cual los alumnos se sientan seguros y felices en su aprendizaje, pero debe estar complementado con una experiencia de aprendizaje y formación que requiere del establecimiento de normas y expectativas. Es importante que las nuevas generaciones entiendan que hay derechos, pero también que hay deberes; que los derechos de uno terminan donde empiezan los derechos de los demás. Es fundamental que crezcan sabiendo que los triunfos en la vida se logran con esfuerzo; que las cosas que valen la pena no llegan fácilmente.
Un colegio boyante económicamente está en los mejores intereses de todos. Sin embargo, el enfoque debe ser – tomando prestado el término del Barcelona Futbol Club – que un colegio es “más que una empresa”. Para los administradores, maestros, estudiantes y padres de familias es más motivante hacer parte de un proyecto pedagógico innovador, con altas expectativas académicas. Una situación económica ventajosa es un factor necesario para ser un buen colegio; unos clientes satisfechos son la consecuencia natural del mismo.