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La salvación de judíos gracias a una “enfermedad”

Por: León Celnik

O cómo unos médicos y una supuesta infección salvaron judíos romanos durante la 2ª Guerra Mundial (2GM).

El 16 de octubre de 1943 un contingente de soldados nazis de las nefastas SS, con toda su cuadrilla e intenciones entraron al hospital Fatebenefratelli, en Roma, en busca de judíos para trasladarlos forzadamente a los campos de exterminio, tal y como antes lo habían hecho con cerca de 10.000 de estos en el resto de Italia, pero en esta ocasión, no se llevaron a ninguno, por temor a contraer y extender una plaga epidémica que los afectaba. Una zona del hospital que estaba marcada como “Área peligrosa de alto contagio” los albergaba.

Hasta ese año, y desde 1938, Benito Mussolini había expedido una serie de leyes prohibitivas contra la población judía del país, pero que, realmente no se ejecutaban con todo el rigor. A partir de 1943, cuando el régimen fascista colapsó, y los nazis se tomaron el poder en Italia, se iniciaron las deportaciones masivas de judíos italianos a los campos de concentración.

Ubicado en una pequeña isla del Tíber, precisamente enfrente de la Gran Sinagoga de Roma y el Gueto judío de esa ciudad y a pocas cuadras del Vaticano, se encuentra actualmente el hospital Fatebenefratelli. El primer asentamiento en este sitio fue como templo del dios griego de la medicina, Asclepio y se remonta al año 62 DEC, por la época en que Nerón gobernaba a Roma. Posteriormente se convirtió en un santuario dedicado a Bartolomé, uno de los doce apóstoles de Jesús. Su función era la de proveer ayuda para pobres, ancianos y enfermos de la ciudad, pero su designación oficial como hospital después de haber pasado por muchas etapas como monasterio y centros de ayudas sociales, se oficializa en el año 1656, con la ayuda del Papa Gregorio XIII; por entonces se concentró en el tratamiento de la gran plaga de ese año, y posteriormente en 1832, con la epidemia del cólera en esa ciudad.

Adquirido en 1934 por el declarado antifascista Dr Giovani Borromeo, católico, y la ayuda del sacerdote Maurizio Bialek, se convirtió en un hospital moderno, con toda la tecnología de la época.

El Dr Borromeo logró reunir una serie de eminentes médicos, todos desplazados de la comunidad médica por ser antifascistas, entre ellos al Dr Vittorio Emanuele Sacerdoti, judío, quien no podía ejercer por su religión, pero que practicaba la medicina con papeles falsificados, para atender el sanatorio. Borromeo consiguió hacer del hospital una institución muy conocida en la ciudad y de renombre en toda Europa, particularmente por su actitud antinazi, con todas las dificultades que ello podría conllevar en la época. No solo eran antifascistas, sino que habían instalado una estación clandestina de radio mediante la cual dirigían una operación de partisanos. Estos equipos finalmente encontraron su fin cuando los nazis ubicaron su señal y los galenos tuvieron que arrojar los equipos al Tiber.

Precisamente por su filiación política, pero también por la proximidad del hospital con el gueto judío, Borromeo era considerado “persona de interés” por la autoridad Nazi-Fascista. Tanto, que despertó grandes sospechas en el gobierno, que, aunque seguía siendo regido por el mismo Mussolini, ya para entonces era una marioneta de Hitler, por lo que el médico intuyó la inminencia de una “visita” oficial de los matones de las SS y la vil policía secreta, la Gestapo, no exactamente con carácter de buena voluntad. 

Ante tal circunstancia, y preparándose para la inminente inspección, Borromeo hizo llevar a unas salas de aislamiento a un grupo de judíos. Borromeo, Sacerdoti y otro médico llamado Adriano Osscini, planearon una estrategia singular que salvaría la vida de innumerables hebreos. Sacerdoti, por su lado, aprovechó la cercanía con el gueto judío para atraer a una buena cantidad de ellos al hospital. A la fecha no se sabe a ciencia cierta la cantidad exacta, pero se calcula que fueron entre 100 y 200 pacientes los que sobrevivieron gracias a esa estratagema.

Declararon los galenos ante los nazis, poniendo en riesgo su propia vida, que los judíos que ingresaban al hospital buscando refugio, “han sido diagnosticados con el Síndrome K, una enfermedad altamente contagiosa”, obviamente ficticia, y que en realidad no figuraba en ningún texto de medicina ni, menos, tenía tal fatalidad. Esa nomenclatura, “K”, que evocaba al Síndrome de Koch o tuberculosis, realmente hacía referencia a las iniciales de los dos grandes gobernantes nazis de la ciudad, el comandante Kesserling y el jefe de la policía, Herbert Kappler. 

Se les advirtió a todos los “pacientes” que, en presencia de los nazis, simularan tos estruendosa, temblaran convulsivamente, mostraran parálisis de algún miembro de su cuerpo y se revelaran desfigurados. Fué tan real el espectáculo que los soldados no quisieron ni acercarse a los enfermos y “salieron corriendo como conejos” según le dijo posteriormente Sacerdoti a la BBC.

Así continuó funcionando por mucho tiempo el ardid, reemplazando a los judíos que luego eran evacuados y acogidos en casas de familias católicas quienes los albergaron hasta el final de la guerra. 

A principios de 1944, y obligados por órdenes superiores, los nazis invadieron el hospital, pero solo lograron capturar a 5 judíos que se escondían en una terraza.

El Dr. Borromeo fue condecorado póstumamente en Yad Vashem con el reconocimiento de Justo entre las Naciones y al hospital Fatebenefratelli como Casa de la Vida por la Fundación Raoul Wallemberg.