Por: Raquel Goldschmidt
Hace años estaba en un consultorio siendo atendida por la cosmetóloga Jeannette Serbib, quien me hacía limpieza facial una vez cada dos o tres meses. Era un momento de desconectarse de la rutina y del trabajo, con las fragancias que envolvían, en un mundo de rosas, lilas, aguas mágicas, era como unas micro vacaciones que me dejaban de muy buen genio y totalmente relajada.
Un día en una de esas maravillosas sesiones, en la puerta del consultorio con una mascarilla de rosas en la cara esperando a que haga su efecto, se paró al lado de la puerta una señora española, lo noté inmediatamente por su acento, con su tono impulsivo, me pregunta:
- ¿Usted es judía? –sí, le contesté.
- ¡Es que vosotros se la han pasado matando a los palestinos, vosotros sois unos asesinos!
Me gritó desde la entrada al pequeño salón.
Levanté la cabeza, con la cara rosada, sorprendida, porque no sabía yo a quién había asesinado, ni quiénes me habían acompañado a este acto terrible, ni cuándo había sucedido tremendo crimen.
Me cogió fuera de base, me dejó sin palabras… Siguió profiriendo acusaciones bastantes subidas y sinceramente no sabía yo qué estaba pasando en el mejor lugar del mundo donde creía que estaba.
Nadie dijo nada al respecto. Supongo que a todas las presentes también dejó fuera de base.
Yo sí sabía que existía (y aún hoy existe), una nueva tendencia de antisemitismo (y muy antigua también), que es la de acusar a Israel y a los judíos del mundo, tomando de base cualquier acción y convertirla en “Israel masacró…”, o “el ejército de Israel asesinó a…”, etc.
Al principio, frente a ese tipo de acusaciones, pues los judíos solemos ser blanco del terrorismo verbal gratuitamente, viene el susto “¿Huy qué pasó?”, después la angustia “¿Por qué es que se me acusa?”, después la tercera fase es la duda “¿Será que maté a alguien sin darme cuenta?”, después el raciocinio: “Ah! Como Israel tuvo que defenderse de 150 misiles que le enviaron desde Gaza –o cualquier otro vecino- y tuvo que disparar a quienes estaban enviando los misiles, pues cayeron los culpables y los escudos que ellos utilizan, o sea, los mismos niños o personajes inocentes, entonces como soy judía, nacida en Colombia, pues me acusan de asesinato de niños”.
Algunas personas, incluso algunos israelíes llegan a la cuarta etapa que es la de acusarse a sí mismo y/o a Israel por el crimen de defenderse y defender a sus ciudadanos…
La verdad que no le contesté a la señora porque no era el lugar, el momento, mi cabeza en otra fase de la vida, pero habría que haberle contestado:
Señora:
Si ya voy a acusar al grupo humano por acciones de su país, usted sí que es una torturadora y asesina a sangre fría.
1492: La inquisición, usted, señora, no solamente es una asesina sino una torturadora y además creadora de las torturas más sofisticadas y astutas que se habían creado en aquella época, sin contar con la quema de personas vivas por “herejes”.
1492: Holocausto indígena en América Latina: las siguientes “visitas” de los españoles a América, después de Cristóbal Colón, hicieron desaparecer alrededor de 150 millones de indígenas que habitaban Latinoamérica, muchos de ellos esclavizados de la manera más cruel.
Desde 1492 hasta 1810: Dominio del imperio español, bajo un régimen del terror, abusador, torturador y asesino.
Hoy en día la relación de Latinoamérica con España se normalizó, el tiempo pasó y la historia quedó donde debe quedar: atrás.
Para los judíos, la historia nunca ha logrado quedar atrás y cada vez se renueva, con nuevas acusaciones, nuevas agresiones, nuevas fake news, y no se sabe dónde ni cuándo va a salir el disparo.
Israel y el judío, ligados por lazos de sangre, historia y alma, siempre han sido señalados de algo, que posteriormente la historia demuestra que no fue así, pero algún día… el hombre comprenderá. Algún día.