Por: Broncha Klainbaum
Esta frase, que tiene un dejo casi musical, poético, que cantaron algunos de mis compañeros de colegio y que ha estado dormida durante mucho tiempo, me hizo un “hueco en mi alma”.
Hoy en día, con los brotes antisemitas tan violentos propagados por doquier sale de nuevo, y para ser sincera, sigue sin hacerme gracia, tampoco la entiendo muy bien, exactamente como en el pasado.
El gran problema, como lo he dicho antes, viene de dos corrientes que convergen en un solo punto: el odio infinito hacia los judíos, por el cual se unen a pesar de sus grandes diferencias: “la izquierda” compuesta en su mayoría de musulmanes y otras minorías y la derecha compuesta por blancos desencantados de su situación (falta de educación y por consecuencia de oportunidades) con una necesidad profunda de culpar a otros de sus “miserias”, (entre los que se encuentran las cabezas peladas, neo nazis y otros simpatizantes, muchos de los cuales han formado recientemente, sub grupos que han salido a la luz porque encontraron en Donald Trump un espejo que les ayudaría a salir del descontento y sobre todo a hacer de este país un país de blancos con sub razas: negros, judíos, chinos, etc. (y quienes pasarían a ocupar una segunda clase baja) por lo que hemos visto un aumento en los ataques a sinagogas, una en Pittsburg, la otra en Poway California, así como iglesias de african americans, ataques a clubes homosexuales etc.) y quien muy recientemente se quejara de la infidelidad de los judíos hacia Israel y por consecuencia hacia él.
A pesar de haber pasado setenta años de la liberación de los campos de concentración y a pesar de el “Never Again” (nunca más) el odio latente está infringiendo un miedo profundo que hace que se oculte los símbolos religiosos: no uses kipa cuando salgas a la calle, esconde bien tu cadena, etc.
Hace quizá un par de meses leí un artículo en CNN de una periodista judía, Dana Bash, quien cuenta que durante Janucá su hijo de 10 años le pidió que como regalo le comprase una cadena con el maguen David, pues él quería usarla. El temor le hizo recordar a sus bisabuelos que fueron llevados a los campos de concentración y a sus abuelos que se salvaron por milagro y que al instalarse en los estados unidos habían mostrado con orgullos su identidad, pero también recordó que los tiempos han cambiado y el viejo antisemitismo se había actualizado. Cuenta entonces ella que decidió ignorarlo, quizá así se olvidaría de su petición; pero a los pocos días volvió a pedírselo.
Decidió preguntarle el porqué de ese regalo, el chico contestó que en el colegio sus compañeros usaban sus cruces orgullosos y que él también quería sentirse orgulloso de su estrella judía.