Por: Rab Yosef Bitton
ND El siguiente artículo fue publicado en “La Página Judía”, el pasado 26 de febrero y ha estado circulando porque muestra el otro lado de la moneda de la opinión frente a la propuesta del gobierno de Israel con el tema de la Corte Suprema de Justicia. El autor es el importante Rabino Yosef Bitton, autor de varios libros, muchos videos y artículos en diversos medios. Nacido en Argentina, fue Gran Rabino en Uruguay, Ordenado como Rabino, como Dayan (juez) en el rabinato de Israel, estudió en New York en Yeshivah University, en Israel en Bar Ilan, en la Universidad Hebrea de Jerusalem, en la Universidad de Ben Gurión y en la Universidad de Emory en Atlanta. Todo relacionado a estudios y análisis de judaísmo e historia judía.
Un entendido en política e historia judía y de Israel, a continuación, su análisis de opinión frente a la situación actual en Israel.
Nuestro querido Estado de Israel está pasando por una profunda crisis: manifestaciones contra el gobierno todas las semanas, un estado de histeria en los medios de comunicación e incluso amenazas de guerra civil. Todo este movimiento político tiene como fin evitar “el fin de la democracia” en Israel. Esta vez no se trata de un conflicto armado con el enemigo, aunque eso nunca falta, sino de una pelea interna que, me parece, la mayoría de los que aman a Israel no entienden bien de qué se trata.
La historia oficial es que la nueva Keneset, o Parlamento israelí, que asumió hace un par de meses, está impulsando una reforma judicial que «traerá consecuencias negativas irreparables para la democracia de Israel a corto y largo plazo». Confieso que al principio yo también tomé muy en serio estos argumentos, pero luego comencé a aplicar algunos principios de lógica talmúdica, que me entrenaron a diferenciar entre eslóganes y datos concretos.
Comencemos por entender un poco mejor de qué se trata la reforma judicial. Aunque en realidad hay 4 puntos (que explique en este artículo anterior) hay un punto que es el fundamental: La reforma propone que los nuevos jueces de la Suprema Corte de Justicia de Israel no sean elegidos, a través del voto o del veto, por los propios jueces que ejercen en la Suprema Corte de Justicia, sino que sean elegidos por los representantes del pueblo, como ocurre en todas las democracias del mundo. Y si bien hay otros detalles, este es el tema más relevante. ¿Cómo lo sé? Porque es el único punto de la reforma que el ministro de justicia Yariv Levín no está dispuesto a negociar.
El sistema de elección de nuevos jueces en Israel es “único” en el mundo democrático en el cual los jueces tienen el veto para descalificar a los nuevos jueces. Comparemos con los Estados Unidos, por ejemplo. Cuando hay una vacante en la Corte Suprema los nuevos jueces son nominados por el Presidente pero deben ser aprobados por el Senado con una mayoría de por lo menos 51 contra 49. Los jueces en ejercicio no tienen absolutamente ningún peso, no voz, ni voto en ese proceso.
Por el contrario, se mantiene totalmente al margen para evitar la percepción de un conflicto de interés y para que el proceso sea realmente democrático. Creo que con algunas variables menores este es el sistema en casi todas las democracias del mundo. En Israel, increíblemente, los jueces de la Corte (en hebreo Bagatz) eligen a sus sucesores. Y dejando al margen otros temas complicados (nepotismo, ver este video, o el conflicto de interés con los dos representantes de la Ofician de Abogados de Israel (otra increíble anomalía en este proceso) este sistema le ha permitido a la Corte Suprema perpetúese ideológicamente en el poder, eligiendo sucesores con la misma identidad étnica e ideología política que sus mentores. Ese hecho fue emocionado hace unos días atrás por el propio presidente de Israel, Isaac Herzog, que dijo que la Corte Suprema de Israel «no tiene una representación significativa sefaradí». Y yo agrego: ni religiosa, ni de derecha (que sumados son más del 60% de la población judía de Israel).
Pero, ¿a quién le puede molestar qué los próximos jueces sean elegidos por la Knesset? Especialmente teniendo en cuenta que el plazo máximo de una Keneset es de 4 años (a veces mucho menos). Y un período de 4 años -escuché decir al ministro Levín- puede haber un recambio de 3 o 4 jueces. Lo que implica que si esta Keneset es de derecha elegirá jueces afines a esa ideología. Y si la próxima Keneset es de izquierda, ¡podrá elegir sus propios jueces! y así, el balance se restablecerá. Volvamos al ejemplo de EE.UU. Gracias a este sistema democrático, a largo plazo siempre se logra un balance en términos de representación ideológica en la Suprema Corte de Justicia: a veces hay 4 liberales y 5 conservadores, o al revés. O 4 liberales, 4 conservadores y 1 juez independiente. El nuevo sistema de elección de jueces que se propone en Israel es de este tipo: absolutamente democrático, mientras que el anterior, que no tiene paralelo en el mundo entero, definitivamente ¡no lo es! ¿Por qué tanto escándalo entonces?
El Estado de Israel moderno fue fundado en 1948 principalmente por judíos europeos sionistas que llegaban de una cultura socialista, atea y liberal (en el sentido de sus valores seculares). Tomemos por ejemplo a David Ben Gurión y a la gran mayoría de los que firmaron la Carta de independencia de Medinat Israel. En la primera Kneset de Israel, la gran mayoría de sus 120 representantes pertenecían a los partidos socialistas Mapai y Mapam, que fundaron instituciones de izquierda como los Kibbutzim. El experimento único en el mundo que ponía en práctica la ideología socialista en su maxima pureza.
La ideología socialista estaba tan arraigada en esos años que la Union Soviética fue el primer país en votar a favor de la creacion del Estado judío, y Checoslovaquia, en ese entonces un satélite soviético, fue el país que apoyó a Israel con aviones y armamentos porque estaban apoyando a un estado socialista.
De cualquier manera, estos héroes de Israel, que no tuvieron una educación judía formal, fueron los responsables de haber fundado el maravilloso estado judío, de haber organizado lo que es hoy uno de los mejores ejércitos del mundo y dieron sus vidas, literalmente, por Medinat Israel. Creo que David Ben Gurión, que a pesar de su secularizad no era ignorante de las fuentes judías básicas «En Israel, el que no cree en milagros no es realista». David Ben Gurión y los fundadores de Israel no eran religiosos, pero estaban orgullosos de pertenecer al pueblo judío, y dieron sus vidas por establecerlo y mantenerlo.
Con el tiempo se fueron dando muchos cambios en Israel que implicaron una transformación de la izquierda, y una pedida sostenida de su fuerza electoral. Por un lado, la caída de la Unión Soviética y el colapso del comunismo. El estado judío se fortaleció económicamente a través de un capitalismo pujante. La plataforma socialista de Mapai fue reemplazada por el liberalismo en cuanto a los valores y “la identidad judía sionista secular” se fue transformando en una identidad «israelí» secular.
Los valores nacionales fueron reemplazados por ideas menos judías y más universalistas, que se destacaban por la bien intencionada voluntad de dialogar con los palestinos y “cederles” (devolverles, según ellos) territorios a cambio de paz. Pero el israelí común se cansó de ver que las concesiones solo provocaban más ataques y guerras. Luego llegó el fiasco de Oslo y la retirada unilateral de Gaza, que no solo que no llevó a Israel a la paz, sino que trajo Intifadas y ataques a través de túneles, luego misiles. Muchísimos israelíes “de izquierda” como Gadi Taub o el asimismo profesor Mordejai Kedar, que creían en un sincero diálogo de paz con los Palestinos se despertaron de su ilusión y se dieron cuenta de que fueron ingenuos.
Que del lado palestino no hay un socio para la paz: que lo que los palestinos quieren no es convivir con Israel, sino reemplazar a Israel. Fue un duro despertar. Y con el tiempo hizo que más y más israelíes seculares se inclinaran hacia la derecha o por lo menos hacia el centro. Los partidos de extrema izquierda como Shinui, Jadash, y lo que es hoy Meretz, eran menos populares.
Pero a pesar (como consecuencia) de perder adeptos, la izquierda se las ingenió estratégicamente para afianzarse en otras instituciones muy poderosas que son independientes de lo que pasa en la Kneset: las universidades, la fuerza aérea, los grupos de élite del ejército, como la unidad de inteligencia 8200, los medios de difusión, la fiscalía nacional, etc., y así poder retener algo del poder que estaba perdiendo en las urnas. El objetivo de la izquierda fue conquistar el premio más preciado de todos: la Suprema Corte de Justicia. En 1995 Aharon Barak, el presidente de la Suprema Corte y activista de izquierda, logró de una manera muy cuestionable (en este magnífico video, televisado esta semana pasada por el canal 14, se puede ver la historia de este acontecimiento, relatada por las personas que vivieron esta revolución judicial) la autoridad de vetar cualquier ley emitida por el cuerpo legislativo, la Knesset, que no fuera aceptable (sabir) o de su agrado o interés político, proclamando a su Suprema Corte de Justicia como la autoridad «por encima de la Keneset. Y para asegurar que la Corte no cambiaría su curso en el futuro, y quedaría fiel a la ideología de izquierda, estableció el sistema de reelección en el que los jueces actuales pueden vetar a los nuevos jueces. En otras palabras, Barak produjo un “golpe de estado judicial”, lo cual significaba que, aunque la derecha fuera elegida en la Kneset, la Corte Suprema, con el poder de anular las leyes legisladas por la Kneset, mantendría su hegemonía, clonándose y auto eligiéndose sin importar los resultados de las elecciones democráticas.
Y esto, queridos lectores, es lo que la reforma judicial impulsada por el ministro de Justicia Yariv Levin quiere modificar. El nuevo gobierno de Israel quiere una Corte Suprema que refleje a la Kneset de turno. Si lo que se reclama “democracia”, pues bien, ¡que la izquierda gane las próximas elecciones y cuando eso suceda, podrá elegir a sus jueces!
Pero la izquierda israelí sabe que cada vez pierde más adeptos. De hecho, y aquí viene el punto más importante de todo este análisis, en la última Kneset, elegida en noviembre de 2022, el partido de izquierda Meretz, heredero de Mapai/Mapam, no recibió los votos suficientes, y por primera vez en la historia, ¡se quedó fuera de la Kneset! Y es por eso que la izquierda está ahora en modo “pánico”, organizando manifestaciones para sobrevivir el “golpe mortal” pero democrático, que recibió en las últimas elecciones.
La propuesta de la reforma judicial que propone el nuevo gobierno nos es la razón de esta crisis, es la excusa de turno para sembrar el caos e intentar desesperadamente por sobrevivir políticamente tratando de por lo menos dañar al actual gobierno. Por supuesto que mientras se haga dentro de la ley, todo intento de sobrevivir políticamente es válido: lo que a mí me duele es que se use cínicamente el argumento “fin de la democracia” para justifica un movimiento que teme “el fin de la izquierda”. Y todo el daño que esto hace a Israel.
La izquierda sabe que, si deja que las elecciones de jueces en manos de la democracia, pierde. No tiene miedo de que Israel no sea una democracia: tiene pánico de que la Corte Suprema de Justicia sea elegida democráticamente.
El supuesto miedo de la izquierda a perder la democracia tiene que ver con el miedo a perder las elecciones. Por un Aldo, la izquierda tradicional pierde adeptos decepcionados de las promesas de paz con los palestinos. Pero hay algo más. El miedo de la izquierda a perder las elecciones se relaciona directamente con un último punto que me gustaría analizar y del cual, mucho no se habla: las proyecciones demográficas.
En 1999, el experimentado líder político religioso Menajem Porush z”l dijo a sus oponentes políticos liberales lo siguiente: «En lugar de protestar, aconsejó a los israelíes seculares tener más hijos… Nosotros tenemos [en el lapso de 70 años] hijos, nietos y bisnietos… cada vez que abrimos un Talmud Tora, o una nueva Yeshivá o una escuela religiosa ¡se llenan de inmediato! Mientras tanto, las escuelas seculares quedan vacías.… Ayuden a que sus propias escuelas crezcan… hoy en día, ustedes tienen hostilidad hacia la natalidad… la mayor tragedia que ustedes mismos crean es la baja tasa de natalidad… tengan más hijos, y juntos nos llevaremos muy bien…».
Porush hacía referencia a que muchos israelíes seculares no se casan, o se casan muy tarde o tienen pocos hijos. De esta manera, mientras que en lapso de 70 años un judío secular tiene 1-2 hijos y 2-4 nietos, un judío observante ¡o tradicionalista Mizrají (Sefaradí)! tiene entre 4-7 hijos promedio, 10-40 nietos, y 30-100 bisnietos, explicaba Porush.
Nadie quiere una guerra civil como ocurrió hace 2000 años entre los Jashmonayim y los judíos helenistas. El nuevo gobierno tampoco quiere que se impongan por la fuerza estilos de vida religiosos o que no se respeten las libertades individuales. Todo lo que este nuevo gobierno pide es respeto a la voluntad de la mayoría del pueblo, aunque haya ido cambiando su ideología y su composición demográfica. La reforma judicial es un paso histórico hacia un estado de Israel verdaderamente democrático y, en consecuencia, con una identidad judía más tradicional. Hacia allí, gracias a Dios, se está orientado Israel.
Las manifestaciones de la izquierda y las amenazas de guerra civil no son por el miedo a la pérdida de la democracia, sino por el pánico ante la nueva realidad demográfica.