Por: Vivianne Tesone
Esta semana se cumplen los 75 años de independencia del estado de Israel. Aquel 14 de mayo de 1948 David Ben Gurión declaraba la independencia del Estado en Tel Aviv y las calles frente a la residencia de Dizengoff se llenaban de personas celebrando el nacimiento del Estado Judío.
A veces al enfocarnos en la crisis de gobierno actual, la economía, las relaciones diplomáticas o los conflictos internos nos olvidamos del milagro que significa la existencia de Israel. Olvidamos que pasamos casi 2000 años llevando con nosotros nuestras tradiciones y nuestra identidad, deambulando entre países, perseguidos, huyendo, en ghettos, con restricciones, con mayor o menor prosperidad, hablando diferentes idiomas, adaptándonos a climas y culturas, emprendiendo camino, cantando, orando, estudiando, creciendo y aportando, pero recordando anualmente nuestra salida de Egipto y repitiendo las mismas palabras “el año que viene en Jerusalem”.
Generaciones de judíos conocieron Jerusalem solamente a través de los textos sagrados, pero llevaron consigo el amor a la ciudad dorada de David. La añoranza de la tierra está embebida en nuestros textos sagrados, en nuestra historia, en nuestras tradiciones y celebraciones y, como dice el salmo recordamos y enaltecemos a Jerusalem ante nuestras mayores alegrías.
Teodoro Herzl escribió en el epígrafe de El Estado Judío “Si lo deseas, no es un sueño”. El movimiento sionista tomó el sueño de aquella Jerusalem de la añoranza y lo volvió un objetivo. Ese ideal lejano se convirtió en un deseo práctico y el sionismo en el mecanismo para regresar a Sion, no solo metafóricamente sino para dejar de ser un pueblo sin tierra y reclamar nuestro derecho a un Estado.
Israel es milagro, pero es un milagro logrado por el pueblo. Es un milagro creado a partir de miles de acciones de generaciones que llevaron la tradición a sus hombros, de quienes se atrevieron a soñar, de quienes escucharon y creyeron, de halutzim que construyeron con sus manos, de filántropos que compraron terrenos y llenaron alcancías, de discusiones sobre cómo crear un país y qué país se quería tener, de luchas filosóficas y armadas, de cenas de Shabat en la diáspora, de enseñanzas de Torah y nuestra tradición, de académicos que revivieron un idioma, que crearon un sistema económico, que construyeron universidades antes de tener un Estado, de voces que cada año repiten una añoranza milenaria, de quienes fueron ese 14 de mayo al Bulevar Rothschild a presenciar un milagro y de quienes 75 años después entonamos el Hatikva y nos enorgullecemos que esperanza de ser un pueblo libre en la tierra de Sion y Jerusalem es una realidad.