Por: Omar Bula-Escobar
Próximamente se llevará a cabo la visita del presidente de Irán, Ebrahim Raisi, a nuestra región. La próxima semana, el mandatario iraní emprenderá un viaje a Venezuela, Nicaragua y Cuba con el objetivo de "fortalecer las relaciones en materia económica, política y científica" con los países que Teherán considera "amigos".
Comencemos por aclarar que, al hablar de Irán, es recomendable (por no decir imprescindible) ser cauteloso y descubrir lo que se esconde tras sus aparentes propósitos amigables hacia nuestra región.
Recuerdo vívidamente la impactante noticia de la inesperada muerte del fiscal argentino Alberto Nisman en 2015, tras la publicación de mi primer libro sobre geopolítica, "El Plan Maestro", el cual abordaba la influencia de Irán y su grupo terrorista, Hezbolá, en nuestra región.
Bajo una gran sombra de dudas sobre un supuesto suicidio, lo que se supo fue que Nisman pretendía exponer las conexiones ocultas entre la Presidenta Kirchner y el Gobierno de Irán ante el Congreso argentino. Además, el fiscal tenía la intención de proporcionar información sobre redes terroristas respaldadas por Irán en América Latina, en colaboración con Hezbolá. Según él, estas redes se extendían a países como Brasil, Colombia, Chile, Paraguay, Surinam y Trinidad y Tobago.
Pues, no se lo permitieron. No obstante, ya está ampliamente documentado que Irán ha encontrado en la izquierda latinoamericana un socio perfecto para evadir sanciones y promover su agenda antiestadounidense. Desde que Fidel Castro reconociera al Ayatolá Khomeini en 1979, y con el respaldo de figuras como Hugo Chávez y el Foro de Sao Paulo, la influencia iraní en la región no ha cesado de crecer.
Mediante alianzas firmes con Cuba, Venezuela y Bolivia, Irán ha fortalecido su cooperación militar y desplegado redes de inteligencia en toda la región. Hezbolá, por su parte, ha consolidado su participación en el narcotráfico en países como Venezuela y México, en colaboración con importantes carteles de droga.
Ahora bien, mientras los medios se limitan a interpretar la visita del presidente de Irán a la región como un nuevo esfuerzo para fortalecer su posición en el "jardín trasero" de EE.UU., la realidad es mucho más compleja.
En primer lugar, porque estamos ante un Irán renovado, más poderoso tanto en el ámbito político como militar.
En el terreno político, Irán se convirtió en un aliado importante del bloque liderado por Rusia y China, y está en segundo lugar en la lista de espera para unirse al grupo BRICS+ (después de Arabia Saudita).
En la esfera militar, la nación islámica ha fortalecido su industria armamentística suministrando armas a Rusia en el conflicto de Ucrania y ha avanzado hacia su anhelado objetivo de obtener el arma nuclear, con poca resistencia por parte del gobierno Biden (algunos dicen que ya la tiene).
En segundo lugar, no es un secreto para nadie que en medio del creciente conflicto en Ucrania y la tensión entre potencias, la posibilidad infausta de un conflicto nuclear se vuelve a asomar.
En este contexto, es muy probable que las intenciones del presidente iraní trasciendan el simple fortalecimiento de relaciones con países "amigos" en la región y respondan a otras exigencias de carácter global, entre las cuales está la necesidad urgente de cimentar el apoyo de naciones aliadas en posiciones geoestratégicas clave, ante la posibilidad de un gran conflicto.
En cualquier caso, queda claro que la visita de un Irán fortalecido y nuclear plantea escenarios muy inquietantes para la región, incluyendo la deplorable posibilidad de que nuestra América Latina se vea involucrada, algún día, en un conflicto de carácter global.