Por: Victor Zajdenberg
“Israel, la pequeña patria al fin reencontrada, surge a mis ojos como el verdadero corazón de Europa. Con gran emoción recibo hoy el Premio que lleva el nombre de Jerusalem y el sello de ese gran cosmopolitismo judío”.
Milan Kundera recibió el Premio Jerusalem en 1985 otorgado antes a Bertrand Russell, Ignazio Silone, Jorge Luis Borges, Simone de Beauvoir, Isaiah Berlin y Octavio Paz, entre otros.
“No es por azar que el premio más importante que otorga Israel esté destinado a la literatura internacional”, dijo el premiado en una parte de su disertación.
Puede afirmarse que Milan Kundera ha sido uno de los grandes narradores de la 2ª mitad del siglo XX ya que influyó en el cambio de los paradigmas más aberrantes que sostenían las “virtudes” del comunismo soviético. Basta recordar solo a algunos de los supuestos intelectuales como Jean-Paul Sartre con su famosa frase “un anticomunista es un perro”; al poeta Pablo Neruda en su vil “Oda a Stalin” o al filósofo Roger Garaudy para quien “La Libertad” era únicamente la soviética stalinista (desarrollado en un libro de 509 pag.).
Cuando en 1967 Milan Kundera logró editar “La Broma” ya se tenía conocimiento de los terribles acontecimientos que se sucedían en el campo soviético debido al terror impuesto por Lenin, Trotski, Stalin y sus sucesores, a partir de la Revolución Bolchevique de 1917.
Pero que una simple “broma” realizada por “Ludvik”, el personaje central, lo haya llevado a una tragedia personal nunca imaginada fue suficiente para cambiar la mentalidad que millones de personas tenían sobre el “paraíso soviético”. El libro, por supuesto fue prohibido y cancelado en su Checoslovaquia natal y su autor expulsado del ámbito literario del régimen.
Años más tarde, en 1975, Milan Kundera pudo auto exiliarse a Francia y ya en París recomenzó una carrera literaria que no habría de detenerse hasta los primeros años de este siglo. Su lanzamiento definitivo y universal llegó con su magistral obra “La Insoportable Levedad del Ser”, publicada en 1984 y ambientada en Praga durante la invasión soviética de 1968, donde relata la odisea existencial en la vida de una pareja, desplegando dolorosos escenarios humanos y filosóficos en esa oprobiosa época que les había tocado vivir.
Ya en Francia su profunda prosa abarcativa de los más complejos caracteres y rasgos del hombre se plasman en libros como “La Identidad”, “La Lentitud”, “Los Testamentos Traicionados”, “La Inmortalidad”, “La Despedida” y otros. Pero vale la pena destacar el texto de “La Ignorancia” en el que manifiesta nuevamente “la levedad del ser” cuando un hombre y una mujer regresan a su país natal 20 años después de haber emigrado y sus encuentros con los pobres recuerdos del pasado (la escena del desprecio por el fino vino francés loando la plebeya cerveza checa es fascinante). Es evidente que en este relato refiere su propio regreso después de la caída del régimen comunista.
Es posible que su último libro haya sido “La Fiesta de la Insignificancia” en el cual simbiotiza los problemas más serios con pensamientos informales nada serios para reflejar fascinación por el mundo real contemporáneo y sus grandes contradicciones dialécticas. Esta obra final sería un apasionante resumen de toda su producción literaria donde comienza con un “chiste” infortunado y desgraciado para arribar a una “fiesta” donde la ambigüedad de nuestra época se extiende como una gran sátira de la vida misma.