Imprímeme

Entre las sombras

Por: Vivianne Tesone

La Ciudad Vieja está en silencio en la noche. Los pasos y las voces se pierden en las piedras, escondiéndose entre unas y otras y penetrando en las calles. Las luces artificiales delimitan la muralla, iluminan la Torre de David y la puerta de Yafo; luces que se ven a lo lejos pero que al interior de la muralla sólo producen un resplandor mudo. 

Un grupo de jóvenes se detiene en la encrucijada entre dos caminos. De día y de noche, pero no tan tarde en la noche, la calle frente a la torre de David se llena de personas, músicos, vendedores de comida, turistas y estudiantes, pero ahora se encuentra abandonada. Uno de los jóvenes todavía carga una botella vacía de cerveza y de vez en cuando la voltea sobre su boca con la esperanza de que el líquido no se haya acabado. La muchacha sobria lo observa y se ríe calladamente mientras cambia su peso de un pie al otro. La pareja de novios, igualmente borrachos y alegres aprovechan la pausa momentánea en el camino para besarse. A un lado, el de la camisa verde mira a la derecha y a la izquierda. 

El camino más corto de regreso a los dormitorios es atravesando el mercado árabe. Todos lo han recorrido suficientes veces de día pero tarde en la noche siempre han decidido cruzar por barrio armenio. Tras una noche de tragos y música, y una caminata de más de diez cuadras por la Ciudad Nueva se detienen en este punto frente a la Torre de David y contemplan la posibilidad de aventurarse por el camino corto. "¿Por dónde?", pregunta el de la camisa verde, y el de la botella de cerveza levanta la mano vacía y señala hacia el frente, hacia el mercado.   

Todos los ojos se posan en el camino oscuro. De día la calle se mantiene alegre, colorida y ruidosa. Los comerciantes se paran en frente de sus tiendas y detienen a uno que otro transeúnte con calladas conversaciones en decenas de idiomas. El mercado es una entidad viva que palpita fuertemente con la luz del sol pero muere al caer la noche. Y es la calle lúgubre y callada la que ellos contemplan ahora. 

Los novios se han apoyado contra una reja de metal, sus brazos están entrelazados y ahora ellos también observan el camino. Ella desvía la mirada rápidamente y dice, en un susurro, que prefiere el camino largo. Sin decir palabra, él le da un beso en la mejilla.

El barrio armenio es callado de día y de noche. Quienes transitan por sus calles lo hacen de forma silenciosa, pasos que conducen firmemente a un destino y que no se detienen a pasear por el camino. Para muchos es más conveniente esta vía sin distracciones o tumultos, unas cuantas calles en las que la Ciudad Vieja parece sólo una ciudad en vez de un monumento. Una ciudad que ha sido erguida, destruida, reconstruida y separada del resto de mundo mediante sus murallas doradas. En la noche estas calles no mueren, pues no han estado vivas durante el día. El barrio armenio permanece estático, no cambia, salvo por una mínima disminución de transeúntes. 

La botella de cerveza cae al piso y rueda hasta la entrada al mercado. Su dueño la sigue con pasos letárgicos y se agacha a recogerla. Un deseo de dar un paso más y entrar al oscuro mercado se apodera de él, pero aún en su estado de embriaguez percibe algo sombrío en la calle y se detiene. Mira el camino desde el límite que delinean las sombras y no puede conciliar las calles diurnas con estas imágenes de la noche. La muchacha sobria se acerca, toma la mano libre de su amigo y lo guía unos pasos atrás, deteniéndose bajo la luz de un farol. Exceptuando la noche que bebió demasiado, el de la cerveza siempre ha amenazado con aventurarse solo por el camino corto, pero nunca lo ha hecho. La próxima vez, siempre dice en la mañana, la próxima vez. 

Según la noche y dependiendo del ánimo de sus compañeros, la muchacha sobria espera cinco, diez, quince y una vez hasta veinte minutos antes de tomar la decisión. Dos caminos, dos opciones, lo oscuro del mercado o lo tenue del barrio. Siempre es ella quien decide, arguyéndose a sí misma y a los demás que es la única en capacidad de hacerlo, pero sabe que su decisión es la de todos y ella y su sobriedad son una conveniente excusa en la mañana. Esta noche el miedo se hace presente antes de lo esperado. Cuando empieza a caminar los demás la siguen. 

En la mañana volverán al mercado y se preguntaran, como todas las otras veces, por qué no lo atravesaron, por qué es fácil caminar en él durante el día mientras la noche hace ver las mismas casas, piedras y caminos extrañamente lúgubres.

La próxima vez se aventurarán entre las sombras, piensan. Será la próxima.