Por: Gustavo D. Perednik
Mientras escribo estas líneas, la “Asesora Legal” del gobierno israelí (un cargo que ha sido definido por un jurista de izquierda como “la persona con mayor poder en el mundo democrático”), está sopesando si dispondrá la remoción del Primer Ministro que fue elegido democráticamente hace unos meses.
Semejante enormidad resulta de que la figura del “Asesor Legal” (cuya función original era asesorar a cada ministerio y órgano gubernamental sobre el componente legal de sus decisiones) se ha transformado paulatinamente, por decisión unilateral de la Suprema Corte que lo ampara, en un monstruo que no existe en ningún otro país, que puede imponer su visión política por medio de dictámenes vinculantes que el gobierno está obligado a implementar.
Esta metamorfosis es parte de una revolución impulsada por quien hasta 2006 presidió la Corte Suprema de Israel, Aharón Barak, con el objeto explícito de “trasladar el poder de los políticos a los funcionarios”. Así reflexiona al respecto el jurista estadounidense Richard Posner: “Barak es un déspota ilustrado que habita un extraño universo jurídico en el que los jueces se imponen al parlamento, y tienen una autoridad inherente para cancelar leyes. Su abordaje puede describirse como usurpativo. Según Barak, la separación de Poderes significa que el Ejecutivo y el Legislativo no pueden interferir en el Judicial, cuyo poder es ilimitado... Es un pirata judicial”.
La gran mayoría de los israelíes deseamos recuperar la ejemplar democracia que vibró en el país durante su primer medio siglo de vida, y que durante las últimas décadas fue erosionada por una sistemática apropiación de privilegios por parte de la Corte Suprema. Aspiramos a volver a parecernos a las democracias Occidentales en las que el pueblo ejerce su soberanía por medio de sus representantes parlamentarios, y en las que prevalece la ley, sólo la ley, y no el principio de la “razonabilidad” a los ojos de un juez. Queremos ser como 31 de los 36 países avanzados miembros de la OCDE, en los que los jueces de la Suprema Corte son elegidos por personas electas por el pueblo soberano, y no por los jueces mismos.
Debido a esa voluntad nacional, millones de israelíes hemos votado al actual gobierno en la esperanza de que finalmente se restablezca la división de poderes, y la Corte vuelva a ser independiente y fuerte, y no omnipotente como es ahora.
En el Israel de hoy, la Corte anula de un plumazo leyes votadas democráticamente; debate acerca de cuestiones constitucionales sobre las que no tiene potestad, impide la designación de ministros y desplaza al Presidente del parlamento. Todo ello en base de sus propias interpretaciones radicales, basadas en el arbitrario principio de la “razonabilidad”, y siempre desde una cosmovisión ideológica “progresista”.
La Corte ha impedido la expulsión de terroristas; le otorga el estatus de “refugiados” a los inmigrantes ilegales; impone el otorgamiento de premios estatales a enemigos de Estado; exige al gobierno la financiación de películas antisraelíes; se inmiscuye en la política energética, militar, económica. No hay terreno en el que no dictamine, dado que en Israel todo ente, incluso los cientos de ONGs políticas que actúan contra Israel con financiación europea, tiene derecho de solicitar de la Corte que bloquee cualquier medida gubernamental.
Como en Israel se ha anulado la exigencia de legitimación procesal, todos pueden litigar y numerosas asociaciones solicitan constantemente que la Corte redireccione la política gubernamental. Ha irrumpido una judicialocracia que interviene ubicuamente y revoca toda acción del gobierno si a los ojos del juez “no es razonable”. Para colmo, en el sistema impuesto por Barak y sus seguidores, los jueces nunca pueden ser removidos, salvo por otros jueces, que son quienes en la práctica se autodesignan. Se han autodefinido como “una familia cerrada”, descalificando a jueces por su postura ideológica y no en base de sus méritos jurídicos, y admitiendo públicamente su nepotismo.
Por lo antedicho, la Reforma judicial es primordial para sanear la democracia israelí, y por eso la han apoyado siempre aun quienes hoy en día se le oponen acremente. Sin embargo, en rigor, la Reforma no tiene importancia.
A pesar de la prístina legitimidad de la Reforma Judicial a la que aspira el pueblo israelí, ha estallado contra ella una violenta campaña que interrumpe las principales rutas y paraliza el aeropuerto; que desalienta las inversiones, promueve el boicot contra Israel, la desobediencia al ejército, y aun la guerra civil. Que ataca físicamente a quien apoya la Reforma (no es metáfora: lo anuncian abiertamente en los medios de difusión).
Más grave aún, los opositores a la Reforma, en vez de esbozar argumentos para criticarla, profieren amenazas. En un lenguaje orwelliano anuncian que la Reforma conlleva “el fin de la democracia” y que no van a dialogar hasta que el gobierno no se rinda. Los medios han logrado instalar un clima de histeria colectiva que, según los cánones de Saúl Alinsky hace siete décadas, demoniza a las personas, pero nunca discute ideas.
Ello es así porque lo que impulsa a los líderes de la oposición, según sus propias declaraciones, no es detener la Reforma, sino deponer al gobierno por medio de un caos. En suma: no aceptan haber perdido las elecciones.
Quienes se pregunten por qué conocidas personalidades se expresan contra la Reforma, me permito recordarles que Jean-Paul Sartre viajaba a Moscú para luego elogiar al estalinismo, que Roland Barthes ensalzaba la “Revolución Cultural” de Mao, que Noam Chomsky defiende a Pol Pot y a los negacionistas del Holocausto, que Foucault se identificaba con el ayatola Jomeini, y que Slavoj Žižek justifica el terrorismo. Basta con leer a Paul Johnson para saber que los intelectuales no son de fiar, y que el sentido común no es su virtud más visible.
En Israel, por ejemplo, el mundo académico y cultural se sumó con entusiasmo a los Acuerdos de Oslo de 1993 que resultaron en un baño de sangre sin precedentes en el que fueron asesinados centenares de israelíes en confiterías, fiestas de cumpleaños y medios de transporte.
Periodistas antisraelíes como Thomas Friedman reclaman desde el exterior la intervención norteamericana para detener la Reforma, no porque ésta sea mala, sino porque no responde a su propia visión de lo que Israel debe ser, una visión a la que sus acólitos consideran la única verdad en materia política.
La “democracia” que proponen los enemigos de la Reforma es tan singular que no ha sido implementada en ningún otro país del mundo. Por eso no ofrecen explicaciones, no se trata de una postura racional sino de un mero sentimiento artificialmente fabricado. No expresan opiniones; emiten veredictos. Exigen detener todo el proceso legislativo, para dignarse más adelante a dialogar sobre las ideas.
A pesar de todos ellos, Israel superará esta crisis como ha sabido superar muchas otras, porque es un Estado asentado en el gobierno democrático de la mayoría, y en la tradición judaica que alienta el respetuoso disenso y el debate en aras de mejorar.
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*Publicado en El Observador de Montevideo 13-9-23