Por: Vivianne Tesone
Publicado originalmente en El Espectador.
Lo primero que pensé en la madrugada del sábado, cuando apenas llegaban los primeros reportes de que algo estaba ocurriendo en el sur de Israel, fue “aquí vamos de nuevo”. Fue un pensamiento instintivo, creado por años de desgaste, de oír la misma historia, de dar las mismas batallas y de ese mecanismo de supervivencia humano que vuelve, con el tiempo, las dificultades en parte de la cotidianidad: aquí vamos de nuevo.
No podía estar más equivocada.
Desde el Holocausto el pueblo judío no había sufrido una tragedia igual, y hablo del pueblo judío en general porque esta masacre no solo afecta a quienes viven en Israel. ¿Cómo explicar que Israel además de ser un estado moderno, con todos los desafíos que ello conlleva, es también la esperanza y el hogar del pueblo judío? ¿Cómo explicar que aunque vivamos en la diáspora nuestras familias, nuestros amigos y nuestro corazón están allá también? ¿Cómo explicar que “Am Israel Jai”, ese lema que estamos todos poniendo en nuestras redes sociales, es la conexión que sentimos como pueblo, que cuando un judío es atacado, donde quiera que esté, todos sufrimos?
El día a día sigue. Nuestras comunidades llevan a cabo rezos y celebran Shabat. Las escuelas judías continúan sus clases, las familias se reúnen, leemos noticias, mantenemos contacto con nuestra gente cercana en Israel, vamos al trabajo, lavamos los platos, pensamos dos veces en usar nuestra cadena con la estrella de David, en hacer ese comentario en redes, en identificarnos como judíos. Vamos a demostraciones de apoyo a Israel. Dormimos. Lloramos. Escribimos artículos. Existimos con la mente y el corazón siempre aquí y allá. Nos adaptamos a una nueva cotidianidad, a un mundo permanentemente cambiado… y seguimos adelante.