Por: Henry Akerman
El 7 de octubre de 2.023 nos dio un sacudón a Israel y todos los judíos del mundo.
Nos tocó vivir la mayor masacre de judíos desde el holocausto y nos generó un sentimiento de tristeza y de impotencia, de querer ayudar y no saber cómo.
Un sentimiento de tristeza e impotencia se apoderó de mí, en cada momento a partir de ese día.
A pesar de que, personalmente en Colombia, hice todo lo que pude para manifestar mi apoyo al Estado de Israel, organizando eventos, hablando con amigos de Israel y tratando de influir de alguna forma para que el gobierno colombiano presidido por este personaje antisemita cuyo nombre es mejor dejar de mencionar, condenará estos barbáricos ataques sin resultado alguno.
Creo que tenía la necesidad absoluta de tener que viajar a donde tenemos que estar y en el momento que estar. Y sin pensar mucho en todo lo que toca dejar improvisadamente, busque algo en lo que fuese posible ayudar y me anote en un voluntariado.
Iniciaba un viaje de sensaciones y sentimientos encontrados. Iba en camino a Israel, a ese maravilloso país que he pisado tantas veces.
Y llegué a Israel el 26 de noviembre de 2.023 pero era otro Israel. El Israel que conocía antes del 7 de octubre cambió para siempre.
Llegar a un aeropuerto usualmente lleno de gente, prácticamente vacío. No había una sola persona delante mío en la fila de revisión de pasaportes. Pocos vuelos llegando, con la mayoría de los pasajeros israelíes retornando a sus hogares y algunos judíos que sienten la necesidad de ir al único lugar en el que se sienten seguros, a pesar de que este en estado de guerra y le estén lanzando bombas y misiles.
Me dirigí a Jerusalem donde iniciaría mi "misión de solidaridad" al día siguiente.
Ir al monte Herzl a realizar una pequeña ceremonia en el monumento a los soldados caídos defendiendo al estado de Israel y rendir honores a los caídos en esa triste fecha. Cientos de nombres nuevos engrosaron rápidamente este memorial donde cada héroe de Israel es anotado, honrando su sacrificio en la defensa de Israel.
No hay que hablar mucho, la gente en Israel agradece que uno llegue para estar acá en estos momentos.
Una sonrisa y un abrazo son muy valorados.
Al otro día, enfile hacia el sur, a la zona de los kibutzim que fueron atacados por los terroristas de Hamas. Y creo que nadie está preparado para ver el grado de destrucción y barbarie que llevaron a cabo estas bestias y eso que ya habían pasado casi 50 días desde ese 7 de octubre. Decenas de casas destruidas hasta los cimientos, tratar de visualizar, pero no entender que cientos de personas fueron masacrados en sus hogares, que pasaron horas encerradas en sus "cuartos de seguridad" rodeados de terroristas, que el horror, la tortura, las violaciones y toda la maldad no imaginada por la humanidad hacia su presencia contra Israel, contra los judíos deseando nuestra aniquilación. Un olor a muerte y tristeza se percibe en todo el lugar.
Hoy, casi, todo está tal cual como quedaron las cosas después de los lamentables hechos por varias razones: Primero, terminar de identificar las víctimas porque algunas de ellas fueron desaparecidas o incineradas hasta dejar muy pocos rastros ( tenemos 40 personas desaparecidos de las cuales no conocemos su suerte). Segundo, estas son casas de familias a las que esperan retornar, nadie debe tocar ni deshonrar el lugar. Se debe proteger sus pertenencias y su dignidad. Tercero, dejar evidencia y registro de todo lo que sucedió acá. Estamos a sólo 60 días de los hechos y ya se levantan voces que niegan todo lo que sucedió.
Para cerrar esta etapa hay que decir que los sitios víctimas de la tragedia, no serán museos del horror, serán reconstruidos y comunidades vibrantes y resilientes volverán allí para que sus niños vuelvan a jugar en los jardines. Ahí radica el verdadero triunfo y nuestra verdadera victoria.
El infierno en la tierra en que fue convertida esta zona volverá a ser el paraíso que debe ser.