Por: Raquel Cuperman
Durante los días de la shiva alguien muy especial me dijo que conocía a mi mamá como abuela pero que quería que le contara cómo era mi mamá, más allá de esa faceta de abuelita.
Para empezar, debí recordar que mi mamá nunca tuvo abuelas así que no tenía un modelo que imitar, copiar o criticar. Ella se inventó como abuela. Como una abuela absolutamente increíble, con todos y cada uno de sus siete nietos. Era una abuela que acolitaba pero que sabía dar un regaño y un consejo en el momento propicio; sabía jugar tirándose al piso y saltar y bailar al ritmo de una música que podía sonarle muy distante de lo que realmente le gustaba. Podía hablar el idioma de cada uno de sus nietos, sin importar la edad de cada uno. Creo que es difícil pensar en una abuela igual a ella, pocas lo logran.
Pero mi mamá también era una docente increíble; una persona que marcó la vida de tantos. Una amiga incondicional que disfrutaba estar con sus amigas y que quería a sus amigas y el tiempo que pasaba con ellas. Tenía tiempo para ellas, para entender a cada una y saber cómo eran y cuándo la necesitaban y qué necesitaban de ella, aun cuando ella ya no podía dar todo lo que podía.
Era un líder comunitario. Una persona que soñaba con hacer cosas por la vida de los demás, por buscar la manera para que otros estuvieran bien. Incluso cuando ella no estaba bien, seguía preocupada por otros: sus pacientes, los residentes del Beit Avot, algún amigo que no pasaba por buen momento y alguno de sus hijos o nietos que pedía un consejo, una sesión de masaje en la espalda o un tiempo para hablar.
Mi mamá fue una rescatadora de la memoria buscando que el mundo escuchara y entendiera. Sabía que había cosas que se debían recordar y contar, y otras, que era mejor olvidar. Mi mamá sabía escuchar en silencio, preguntar con cautela y responder con humildad.
Mi mamá amaba los perros y para ella eran familia. Le encantaban las flores, los chocolates, la comida picante y los jabones de dulces olores. Tenía la sonrisa más preciosa siempre en su rostro y buscaba, todo el tiempo, la manera de hacer sonreír a todos los que la rodeaban. Sabía decir las palabras propicias en el momento adecuado. Era una luchadora de la vida y por la vida.
Mi mamá era mi mamá, un ser absolutamente maravilloso. Un ser que sabía cuándo y cómo poner a los demás antes de ella. Un ser que sabía escuchar y sabía callar. Un ser que entregaba tanto y todo. Un ser cariñoso y divino. Un ser que hoy ya no está.