Imprímeme

Criada en un hogar judío

Por: Marlene Himerlfarb

De la serie: “Lágrimas de Shabat”

Fui criada en un hogar judío y por tal motivo respiro judaísmo por los poros. No crecí en una familia muy religiosa y la comunidad de Medellín donde me crié, era una comunidad sui generis.

Durante muchos años ni había rabino, pero el señor Sudit oficiaba para todo: Bar Mitzvahs, (creo que se dice bar mitzvot en plural, pero como soy olá jadashá se me permiten ciertos errores), matrimonios, etc. Guardábamos las fiestas, fui al colegio hebreo y aprendimos principios y valores que me hacen sentir orgullosa del pueblo al que pertenezco.

Crecí con el fantasma del antisemitismo, aunque en forma muy velada. Siempre explicando y resolviendo dudas a aquellos que se preguntaban acerca de ese extraño grupo de seres humanos que se ayudaban entre sí y que parecían ser más ricos y cultos que el resto de la población.

A veces nos miraban como bichos raros, pero la gran mayoría nos aceptaba como un grupo de gente avanzada que quería progresar y aportar al país. Aprendí a vivir mi judaísmo con orgullo y sin miedo. Crecí enfrentando algunas veces comentarios desagradables y siempre defendiendo nuestra posición en el mundo.

Otras veces escuchaba admiración por este pueblo al que orgullosamente pertenezco.

Crecimos oyendo historias del HOLOCAUSTO, de pogroms, un pueblo siempre huyendo y enfrentando a algún enemigo. Un pueblo nómada, el pueblo del libro, de la tradición, de la llegada a diversos países a “transculturizar”. En fin, me siento orgullosa de pertenecer a este pueblo resiliente, que se levanta una y otra vez, a pesar de lo que digan las malas lenguas.

También hubo gestos de admiración cuando el papá del escritor y vecino nuestro, Héctor Abad Faciolince, un conocido médico, defensor de los derechos humanos, obligó a su hijo a pedir perdón por un acto de antisemitismo que había cometido con otros vecinos, vociferando vocablos agresivos contra los judíos. Ese acto llevó a mi familia a la fama, al ser publicado en “El Olvido que Seremos”, libro publicado por el escritor en mención, que ha sido traducido a varios idiomas y además se hizo una película, volviendo famoso mi apellido: Manevich.

Me duele todo cuando oigo a un judío hablar mal de nuestro pueblo. Me sorprende que alguien a quien le corre por las venas la sangre de Abraham, Isaac y Jacob pueda renegar de su origen. Pero más me sorprende que un judío como Salomón Kalmanovich, tenga el valor de publicar un artículo contra el judaísmo, llámese antisionismo o antisemitismo, cuando de pronto sus abuelos fueron sobrevivientes del HOLOCAUSTO, soportaron las más grandes humillaciones por parte de desquiciados como Hitler.

Pienso que los intelectuales judíos debían aprovechar este momento para apoyar y mostrar ante el mundo el por qué Israel tiene que responder así a los ataques, en vez de convertirse en atacantes de su propio pueblo. No puedo entender que haya enemigos del judaísmo dentro de nosotros mismos. Se me revuelve el estómago cuando veo a estos “héroes” de la palabra hablando tan mal de su pueblo, de su origen.

El director Jonathan Glazer y el productor Jonathan Wilson de la película ganadora del Oscar, Zona de Interés , pidieron paz para ambas partes y portaron la conocida insignia roja que pide el alto al fuego, pero en ningún momento en su discurso, el director se inclinó por la defensa del pueblo judío, recibiendo un caluroso aplauso de parte del público. No aprovechar esos momentos multitudinarios para apoyar a nuestro pueblo es permitir que otros hablen mal. Pienso que nosotros como judíos que somos, tenemos un gran compromiso de mostrar esa verdad oculta, esa que la gente del común no quiere ver y menos aceptar.

No es que no nos duelan los muertos de Gaza. Claro que nos duelen, pero es parte del sacrificio que hay que hacer para tratar de acabar con este grupo que le hace daño, tanto a los que ellos consideran sus enemigos, como a su propio pueblo.

¿Si entre nosotros tenemos gente que condena públicamente a nuestro pueblo, que podemos esperar del resto del mundo?