Por: Jorge A. Mejía González
Jorge A. Mejía González es rector del Colegio Colombo Hebreo en Bogotá.
Con el propósito de contextualizar y abordar de una manera apropiada este tema, lo primero que debemos hacer es diferenciar y dejar de lado todo aquello que no es propio de una institución educativa.
Por un lado, la politización de este debate ha generado tanto ruido que más que contribuir, lo ha enredado. La pelea entre la oposición, encabezada por el Procurador, y el gobierno de Santos, ha proporcionado elementos de desinformación de lado y lado. Si a la desinformación le añadimos un alto nivel de emocionalidad, el resultado será mucho de los reportajes y declaraciones que aparecieron últimamente. El Ministerio ha sido claro, por lo menos en los últimos días, de que no va a imponer ningún tipo de ideología en los manuales de convivencia de los colegios. Entonces, ese no es el problema.
También hay que retirar del contexto de una institución educativa discusiones de temas como qué constituye una familia, o si las parejas homosexuales pueden adoptar, por dar un ejemplo. Estas polémicas no son de la competencia de un colegio; son de otras esferas, como la política, religiosa y constitucional.
Lo que no podemos ignorar son dos realidades. La primera se podría denominar como una señal de los tiempos. Si uno mira las tendencias globales, hay una evidente y creciente aceptación de la homosexualidad, en comparación con décadas pasadas. Inclusive la Iglesia Católica, que históricamente ha sido tan renuente de aceptarla, está empezando a dar indicios de cambio.
Otro ejemplo es la sociedad norteamericana – que difícilmente podríamos calificar de liberal o vanguardista – ha mostrado en los últimos años una mayor tolerancia del matrimonio gay y de los derechos de la comunidad LGBT.
La otra realidad que debemos tener en cuenta es la estadística. La mayoría de estudios demográficos indican que un porcentaje entre el 1 y el 10 % [i]de la población es homosexual, inclusive algunos hablan de un porcentaje mucho mayor (Reporte Kinsley). Si tomamos la cifra más conservadora – el 1 % - podríamos decir que de una población de cien estudiantes, uno de ellos es homosexual. Aunque haya uno sólo, no debemos ignorarlo.
No podemos seguir barriendo este tema debajo del tapete, o para usar una expresión más significativa, no podemos seguir guardándolo en el closet. La prioridad para una institución educativa ha sido y debe ser el bienestar del estudiante, basado en el respeto y la empatía. Ésta trasciende cualquier posición u opinión que se tenga, tanto a nivel institucional como personal. Debemos brindar y lograr la creación de un ambiente, en donde el adolescente que esté enfrentando dudas conflictos internos de identidad, tenga un respaldo de parte de sus compañeros, sus profesores y sobre todo, su familia.
Tenemos que crear espacios para hablar del tema, espacios que no tienen que ser necesariamente los talleres de Educación Sexual; donde se hable de valores y donde tratemos de entender y apreciar las posiciones de los otros, aunque no sean parecidas a las nuestras. Estas conversaciones deben estar centradas en acompañar y respaldar al individuo, como se ha hecho hasta ahora en el CCH.
Finalmente, como educador y padre de familia, la conclusión es clara: la comunidad educativa, definida como estudiantes, profesores y familias, debe estar alineada para respetar la diversidad, llámese de orientación sexual, religiosa, política.
[i] Sex in Australia: The Australian study of health and relationships, Australian Research Centre in Sex, Health and Society. (Published as the Australian and New Zealand Journal of Public Health vol 27 no 2.)
Dawson, D. & Hardy, A.M. (1990-1992). National Center for Health Statistics, Centers for Disease Control, Advance Data, 204, 1990-1992.
Ritch C. Savin-Williams (2006) Current Directions in Psychological Science, Cornell University, Volume 15—Number 1