Por: Marcos Peckel
Usar solamente terminología occidental para explicar el Medio Oriente siempre se quedará corto. En esa región aplican dinámicas sociales, políticas, religiosas y militares propias, difíciles a veces de comprender en Occidente, por lo que recetas que pueden servir en ciertos lugares para resolver disputas, no necesariamente son efectivas en una zona del planeta que a través de su historia ha visto imperios llegar e irse, civilizaciones religiosas nacer y expandirse, Estados que un día fueron y ya no son, conflictos que mutan y se reinventan. Parafraseando a la inversa la obra visionaria de Immanuel Kant, “La Paz Perpetua”, en el Medio Oriente la paz ha sido elusiva; quizá habría que hablar más bien de la “guerra perpetua”, esperando que los varios conflictos que afectan la región encuentren finalmente una salida.
Desde el 7 de octubre, tras la masacre perpetrada por Hamás en Israel que dejó 1,200 víctimas mortales—familias enteras asesinadas en sus hogares, mujeres violadas, niños y bebés asesinados, y más de 250 secuestrados llevados a los túneles de Gaza—Israel enfrenta una guerra en siete frentes, una guerra que nunca quiso, orquestada desde Teherán, contra enemigos que buscan su aniquilación. No hay otro país en el planeta cuya existencia esté tan cuestionada y amenazada constantemente.
El timing del ataque de Hamás coincidió con los acercamientos que se daban entre Israel y Arabia Saudita conducentes a una normalización de relaciones de gran beneficio para las partes y la región. Para Teherán, esa normalización dejaba aislados a los Ayatolas y creaba un formidable bloque económico, político y diplomático contrario a los intereses de éstos. Incitar a Hamás a lanzar el ataque contra Israel fue su carta para descarrilar los acercamientos entre Riad y Jerusalén.
Hamás, Hezbollah, los hutíes y las milicias chiitas en Irak y Siria son herramientas al servicio de los designios geopolíticos de Irán, uno de los cuales es la destrucción del Estado judío, como repetidamente declaran sus líderes. Ni a Hamás le importa el destino de los palestinos, ni a Hezbollah el de los libaneses, ni a los hutíes el de los yemeníes, a quienes han sumido en la miseria desde el derrocamiento de Ali Abdullah Saleh, quien gobernó el país durante 33 años hasta la primavera árabe. Estos grupos están dispuestos a sacrificar a sus pueblos si así se lo ordenan los ayatolás, y desde el 7 de octubre han atacado diariamente a Israel, poniendo a ‘su gente’ en la línea de fuego. Más de nueve mil cohetes han sido lanzados por Hezbollah desde Líbano hacia Israel, cuya población cercana a la frontera, unos 80,000 habitantes, ha sido evacuada de sus residencias desde hace ya más de 10 meses.
El pasado mes de abril, Irán atacó de manera directa y por primera vez a Israel, lanzando más de 300 misiles y drones, la mayoría de los cuales fueron interceptados por una coalición ad hoc formada por Israel, países árabes, Estados Unidos, Francia y el Reino Unido. Ya entonces se comenzaba a hablar de una guerra regional que, en la práctica, ya existe, aunque no con la magnitud que podría alcanzar. Este tema resurgió tras el ajusticiamiento por parte de Israel del líder de Hamás, Ismail Haniyeh, en una osada operación atribuida a la inteligencia israelí en Teherán, y del comandante del ala militar de Hezbollah, Fuad Shukr, en Beirut.
La tan esperada retaliación de Irán y Hezbollah no ha ocurrido. Varios factores podrían, al final del día, evitarla. El primero de ellos es la disuasión frente a un feroz contraataque de Israel, tanto a Irán como al Líbano, y la movilización de fuerzas navales de Estados Unidos a la región, que incluye dos portaviones y un submarino nuclear. Irán, que busca encontrar una salida digna tras el asesinato "en sus narices" de Haniyeh, ha condicionado su ataque al avance en las negociaciones de cese al fuego entre Israel y Hamás, mediadas por Egipto, Catar y Estados Unidos, que ya se prolongan por meses sin resultados. El nuevo presidente de Irán, el “moderado” Masoud Pezeshkian, cuyo poder es limitado, ha manifestado su interés en mejorar la economía iraní, para lo cual una guerra con Israel sería fatal.
Hezbollah, por su parte, podría lanzar un ataque masivo con sus más de 150,000 cohetes orientados hacia Israel. Sin embargo, debe considerar la reacción de Israel, cuyos avanzados cazas patrullan los cielos del Líbano con total libertad. Dahieh, el muy poblado barrio chiíta de Beirut, bastión de la organización, arrasado en la guerra de 2006, podría sufrir un destino similar en caso de una escalada en los ataques de Hezbollah a Israel.
Una retaliación limitada para salvar las apariencias por parte de cualquiera de los dos podría resultar en un error de cálculo. Un misil desviado que causara víctimas civiles o daños mayores podría ser el catalizador de una conflagración total que, aparentemente, nadie desea.
Lo que la región está esperando es el fin de la guerra en Gaza y los realineamientos geopolíticos que esto podría traer, final que aún no se vislumbra a pesar de los ingentes esfuerzos de varios actores interesados en que esto ocurra lo más pronto posible.
Para Israel, tras el que trauma que dejaron los ataques del pasado 7 de octubre, es impensable la continuidad del domino de Hamas sobre la franja de Gaza, a la vez que requiere la liberación de los 115 secuestrados que aún permanecen en poder de Hamás, sin que se sepa a ciencia cierta cuantos están vivos. Pareciera que el meollo de la disputa para llegar a un cese al fuego se centra sobre el control del corredor Filadelfia, los 16 kilómetros de frontera entre Gaza y Egipto, donde Hamas construyó sofisticados túneles a través de los cuales introducía los cohetes, misiles y armamento iranies con los que desde el 2007 ataca a Israel.
Israel no ha sido claro en sus planes del día siguiente en Gaza y cuál sería, si alguno, el rol de la comunidad internacional en un gobierno provisional que facilite la reconstrucción de la franja y la transición hacia un gobierno palestino que tendría colosales desafíos tras los estragos de la guerra, la destrucción y el desplazamiento. Hamás no desaparecerá, por más diezmado que esté, por más que haya perdido a la mayoría de sus comandantes y miles de combatientes, por más que sea acusado por una porción importante o no de la misma población palestina de Gaza de la tragedia en que los sumió.
La Autoridad Palestina gobernante en Cisjordania encabezada por Mahmud Abbas debería en teoría asumir el control de Gaza. Sin embargo enfrenta enormes obstáculos, el primero de los cuales su deslegitimación frente a la población palestina, su ineficiencia, corrupción, parálisis y a un Hamás que no estaría dispuesto a entregarle la franja a sus enemigos de Fatah.
A mediano plazo, una vez concluida la guerra, se podría considerar un escenario de pax americana, comenzando por una normalización de las relaciones entre Israel y Arabia Saudita, siempre y cuando se vislumbre una mejora, si no una solución a largo plazo, a la cuestión palestina. Esto depende de que los palestinos, después de 100 años, logren formar un liderazgo con una visión realista que incluya el reconocimiento sin reservas de Israel y el fin del terrorismo. De ser así, Israel, con un gobierno de consenso que margine a los partidos radicales, podría volver a explorar el camino hacia la paz, como lo ha hecho en el pasado.
Desde la fundación del Estado, Israel ha extendido su mano a sus vecinos para una convivencia pacífica. Sin embargo a pesar de los avances: acuerdo de paz con Egipto y Jordania, los acuerdos de Abraham con Emiratos Árabes Unidos y Marruecos, los intentos fallidos de paz con el pueblo palestino, aun prevalecen actores como Irán y sus proxis empecinados en la destrucción de Israel y en sabotear cualquier acercamiento que implique su inserción definitiva y pacífica en la región.