Por: Rav Daniel Shmuels
La Parashá de Naso nos entrega 18 nuevas Mitzvot; entre ellas, la obligación positiva de confesar nuestros pecados. Nos enseña la Torá: "Dile a los hijos de Israel: Si un hombre o una mujer comete algún pecado contra alguien, actuando de manera traicionera contra Dios, y esa persona es encontrada culpable, ellos deben confesar el pecado que han cometido" (Núm 5:7). Esta Mitzvá positiva es la piedra fundamental para corregir nuestras acciones inapropiadas, algo que nuestros sabios instituyeron en nuestros rezos diarios bajo el nombre de Vidui, confesión; pero no sobra preguntarnos, ¿para quién es esta confesión, para Dios, para el prójimo contra quien hemos actuado mal o para toda la comunidad de Israel? ¿Cuál es la penalidad de no confesar nuestros pecados? Más allá de ello, ¿hay una penalidad por ello? En general, ¿cuál es el propósito de confesar nuestros pecados?
Nuestra sagrada Torá no utiliza la palabra Vidui; de hecho, cuando habla de la Mitzvá anteriormente mencionada usa la palabra Hitvadu que proviene de la palabra Yadah la cual significa "arrojar" o "mano extendida" y que en ese sentido implica entregar, dar y es así como Vidui se convierte en confesión, un acto en el cual se entrega una información, se da a mano extendida un reporte que en este caso es acerca de nosotros mismos y de nuestro proceder inadecuado. Es a partir de ahí que nuestros sabios instituyeron, como parte diaria de nuestro rezo, la sección conocida como Vidui, para cumplir a cabalidad esta Mitzvá positiva de la Torá.
De acuerdo a nuestra Halajá hay dos tipos de pecados por los cuales confesamos; a saber, pecados contra Dios y pecados contra otra persona. De acuerdo al Talmud los primeros no se deben hacer con un público presente en tanto los segundos están permitidos de llevarlos a cabo de esa manera y de hecho el Rambam, en su Mishná Torá, nombra dicha confesión como elogiable. Empero, ¿qué se obtiene con dicha confesión? ¿Cuál es el objetivo de confesar nuestros pecados verbalmente? ¿No sería más productivo sencillamente ir donde el infractor y reconocer frente a él nuestra falta? Tal posibilidad solo serviría si los pecados fueran contra el prójimo, pero en último análisis, todo pecado va en contra de Dios por cuanto es Él quien nos ha entregado ese código de leyes que conocemos como Torá.
En nuestro judaísmo, la confesión de un pecado no trae perdón instantáneo; de hecho, el pronunciar Vidui diariamente sin ningún sentido verdadero cae en el sin sentido absoluto y se torna en una transgresión en sí misma. Técnicamente hablando, la confesión de un pecado marca el punto de partida en el cual un judío demuestra formalmente que reconoce su transgresión y a partir de ese momento evitará llevar a cabo transgresiones similares para entonces ser perdonado. Es decir; pronunciar nuestros pecados verbalmente, no tiene ningún objetivo si no nos entregamos a una transformación de nosotros frente a los actos cometidos. Entonces, el perdón no es inmediato y de hecho la confesión se instaura como un periodo de prueba que puede o no culminar en perdón. La pregunta que acá surge es, ¿por qué tenemos que verbalizar nuestros pecados? Si bien el Talmud nos dice que confesar nuestros pecados de manera pública es un acto de irrespeto, ¿por qué entonces tenemos que hacer nuestras confesiones verbalmente?
Nuestra Halajá establece tres niveles de pecado; estos son:
1. Pesha: Pecado que se hace intencionalmente desafiando las ordenanzas de Dios a pesar de saberlas.
2. Avon: Pecado que se lleva a cabo con conocimiento pero que no se origina como un desafío contra Dios sino que surge a partir de emociones incontrolables que van en contra del poder de la voluntad de una persona.
3. Jet: Pecados que suceden sin intención o sin conocimiento de tal.
El Rambam, en la Mishná Torá, en Hiljot HaTeshuva capítulo 1 Halajá 2 nos presenta la fórmula cómo debemos hacer la confesión de un pecado, fórmula que incluye los tres niveles de pecados que podemos llevar a cabo. Aparte de ello tenemos las confesiones diarias que decimos como parte de Tajanún y que se conocen como Ashamnu y para finalizar la confesión que decimos anualmente en Yom Kipur conocida como Al Jet. Todas ellas tienen que ser verbalizadas, si bien no se dicen en voz alta excepto en los días establecidos, se tienen que pronunciar verbalmente de manera adecuada. El punto aun cuando no explícito es bastante obvio; a saber, el que nosotros al escucharnos reconozcamos nuestra falta y a partir de ahí podamos corregir nuestras acciones, corrección que no debe esperar hasta los Diez Días de Arrepentimiento, como comúnmente se supone, sino que se debe hacer cuanto antes para que llegado el día del juicio el perdón sea dado no sólo por aquel contra quien se pecó sino para que nosotros nos podamos perdonar a nosotros mismos de tales actos. Vidui es una confesión de nosotros para nosotros mismos. Si bien, la confesión está dirigida a Dios para que nos perdone, el perdón empieza por nosotros, sólo si reconocemos nuestros pecados y nuestro mal proceder al pronunciarlos y al escucharlos de nuestra propia voz podemos asumir frente al Todopoderoso y frente a los demás nuestros actos inapropiados, la confesión en última instancia es una confesión para con nosotros mismos, la cual está dirigida hacia Dios con el firme propósito de crear un camino hacia el arrepentimiento y corrección de nuestro proceder con Él y con nuestro prójimo.
En época del Templo las transgresiones eran penalizadas físicamente y cuando las transgresiones exigían una ofrenda para ser perdonadas era necesario que estas fueran acompañadas de una confesión, de lo contrario la ofrenda no era aceptada por Dios. De acuerdo al Rambam, esto implica que toda transgresión exige una confesión; empero, actualmente no hay una penalidad por no confesar nuestros pecados, no tenemos Templo, no tenemos Sanhedrin, no somos castigados de hecho por no confesar nuestros pescados, sencillamente no se nos perdonan nuestros pecados y a la larga somos solo nosotros los perjudicados por cuanto no hemos corregido nuestro proceder y nuestro devenir y vivir se convierte en un absurdo. Entonces, no resta más que recapacitar sobre nuestro Vidui diariamente para finalmente lograr esa transformación que nos permitirá enaltecer el nombre de Dios.