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Un panorama del Ghetto de Venecia

Por: Vivianne Tesone

Hace unas semanas viajé a Italia por primera vez. La primera parada del viaje fue Venecia, ciudad que soñaba con visitar desde pequeña y que siempre me pareció como sacada de un cuento surrealista por el simple hecho de existir flotando en el agua.

Después de hacer varias de las necesarias paradas turísticas me dirigí a uno de los sitios más especiales de la ciudad: el Ghetto.

El Ghetto de Venecia fue el primero de Europa y este año cumplió 500 años desde su creación. El Ghetto funcionaba como la única parte de la ciudad en la que los judíos podían vivir. Durante el día se podían mover libremente por la ciudad pero desde el anochecer hasta el amanecer, las puertas de Ghetto se cerraban y nadie podía entrar ni salir. Guardias de la ciudad, pagados por la comunidad judía, custodiaban las puertas, las marcas de las bisagras todavía son visibles en los umbrales de entrada a esta parte de la ciudad.

Las limitaciones no eran solo de espacio. Los judíos solo podían practicar ciertas profesiones como la medicina (eran reconocidos como excelentes doctores), la banca (porque el catolicismo prohibía esta práctica), el comercio y “strazzarioli” o compra venta de artículos usados. En el Campo Ghetto Nuovo, plaza central del Ghetto, se puede visitar el Banco Rosso, una reconstrucción de un local de banca de la época del Siglo XVI, que recuerda las limitaciones de oficios que tenían los judíos y cómo esto los llevo a ejercer la práctica de la banca en Italia.

Aún con estas limitaciones, Venecia era uno de los pocos lugares en los que los judíos podían residir en la época, por lo cual la ciudad recibió expulsados de diferentes partes de Europa. Esto hizo que su población fuera bastante ecléctica. Debido al tamaño limitado otorgado para el Ghetto, esta parte de la ciudad contaba con edificios hasta de seis pisos desde sus primeros años, una gran hazaña arquitectónica para el momento. Estos edificios albergaban viviendas, comercio, escuelas y sinagogas tanto askenazíes como sefaradíes.

El Ghetto existió por más de dos siglos y medio, sus puertas fueron removidas en 1797, cuando Napoleón conquistó Venecia, y abrió el Ghetto permitiendo a los judíos vivir en otras partes de la ciudad. 

Hoy en día el Ghetto es uno de los atractivos turísticos de Venecia. Allí se pueden visitar las 5 sinagogas antiguas, 3 de las cuales todavía están en uso. También es hogar de un Museo Hebraico que recuenta la historia de los judíos de Venecia y que alberga dos de las sinagogas antiguas que se conservan como monumentos históricos pero que ya no funcionan como templos. La mayoría de los visitantes del museo no son judíos; son venecianos y turistas que quieren conocer un poco más sobre esta parte de la historia de la ciudad, por lo cual el museo incluye exhibiciones que explican las tradiciones y festividades judías.

La mayoría de los judíos de Venecia no viven hoy en día en el Ghetto. Es una comunidad de alrededor de 500 personas con sinagogas, colegio judío, mikve y otros servicios que funcionan desde el antiguo Ghetto como Chabad Lubavitch.

El Ghetto es también hogar de restaurantes, carnicerías y pastelerías judías donde se puede probar gastronomía veneciana e italiana adaptada al estilo judío para que sea kasher. Uno de los platos más reconocidos son las Carciofi alla Giudia o alcachofas a la judía, que son preparadas fritas.

Tiendas de arte y artículos judíos ocupan varios espacios del Ghetto donde se pueden adquirir obras de arte exclusivas, libros de judaísmo y de la historia del Ghettto, joyas y mezuzot fabricadas artesanalmente con el reconocido vidrio de Murano.

Además de todos los atractivos judaicos, el Ghetto es un espacio alejado de los tumultos de las atracciones turísticas más conocidas de la ciudad. Se respira un aire de tranquilidad y las diferentes tiendas y restaurantes llaman a entrar y ser exploradas.

En los dos días que estuve en Venecia, visité el Ghetto tres veces y volvería a ir sin duda alguna. Traje de recuerdo un libro de ilustraciones de fiestas judías, una mezuzá de Murano y un par de collares, pero más que los objetos, traje también un poco de historia y la nostalgia de volver.