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Ser judío en Cuba… lamrot hakol

Por: Moisés Asís

Moisés Asís, es mi primo hermano. Ambos nacimos en Cuba, mi familia emigra a Barranquilla en 1960 y su padre quien tenía enorme afecto por la revolución, decide permanecer. La historia llenó su vida de tropiezos y difíciles momentos, pero estas dificultades lo templaron para mantener unida a lo que quedaba de la comunidad judía cubana. Su andar por esta es ejemplo de tesón y entrega a nuestra cultura y valores sin haber nacido con ellos. En su biografía es realmente modesto en cuanto a la magnitud de su labor.

En lo personal siempre sentí enorme admiración por su trabajo y aunque yo le solicité su biografía, Moisés nos brinda este relato histórico de los judíos en Cuba, agregando comentarios que muestran su solidez literaria y conocimientos sobre el tema.

David Behar

La expresión hebrea lamrot hakol significa “a pesar de todo” y puede resumir mi experiencia al tratar de conciliar mi amor al judaísmo y pueblo de Israel con la realidad cotidiana en Cuba tras enero de 1959, fecha que marca la conversión del archipiélago, de una joven república a un estado comunista totalitario.

Cuba fue la última colonia española que obtuvo su independencia al costo de perder la mitad de su población por la guerra, el hambre y las epidemias en una desigual guerra entre 1868 y 1898, enfrentada al ejército más formidable (cientos de miles de hombres) que nunca antes mantuvo España en América, luego la intervención y ocupación por los Estados Unidos hasta 1902, una sucesión de gobiernos mejores o peores, dos dictaduras militares y finalmente una brevísima revolución que en dos años y con el apoyo norteamericano puso en el poder a Fidel Castro.

En poco tiempo la revolución populista se develó como una tiranía nepotista con características más parecidas a la Italia de Mussolini, la España de Franco y la Dominicana de Trujillo que a la Europa del Este bajo control soviético o Corea del Norte. Mientras, la población judía cubana (unas 15 000 personas) emigró masivamente y se redujo a solo 6%. Principalmente emigraron los profesionales, rabinos, maestros, jazanim, hombres de negocios y las personas con mayor identidad judía.

Yo tenía solamente 6 años en 1959 y no pude percibir ese gran vacío simplemente porque yo no era parte de aquella comunidad.

Mi padre –Alberto Asís Lévy (1926-1996)-, hijo de una modesta tejedora de alfombras y de un comerciante sibarita, ambos emigrados de la comunidad sefardita de Estambul, Turquía, se quiso alejar del ejemplo de su padre y con el tiempo llego a ser un negociante exitoso. Estudió y completó cuatro carreras universitarias, aprendió bien el hebreo pero le molestaba que nunca lo llamaran a leer la Torá en la sinagoga, y en 1948 estuvo a punto de alistarse –como lo hicieron sus amigos más cercanos- en el Irgún de Menájem Begin con el grupo cubano de Machal que desembarcó con el barco “Altalena” (1) en Israel durante la Guerra de Independencia de Israel. Dos de sus mejores amigos, Daniel Lévy y David Mitrani, murieron cuando la Haganá de David Ben Gurión (el Ejército de Defensa de Israel) bombardeó y hundieron el barco. Luego mi padre se enamoró de mi madre y eso lo separó durante muchos años de la comunidad judía.

Mi madre –Luisa Córdova Alcalá (1932)- procedía de una familia católica muy pobre, hija de una trabajadora habanera, biznieta de una esclava africana y de un colono español, y mi abuelo era un mecánico nacido en Ciudad Real, España, cuya hermana fue monja en la Casa de Beneficencia y Maternidad de La Habana hasta que Fidel Castro las desterró a ella y a otros cientos de sacerdotes y monjas en septiembre de 1961.

Excepto por tener un nombre poco “cubano” y estar circuncidado, jamás me hubiera imaginado un vínculo con el pueblo judío. En Cuba durante decenios la religión estuvo restringida y discriminada. La única vía para realizar estudios universitarios era negando cualquier afiliación con instituciones religiosas o cualquier fe y ese era el medio en que creció mi generación. Recuerdo en mi casa un ambiente revolucionario, militante, muy impregnado de la ideología comunista, pero tampoco se consumían productos del cerdo y una vez al año ayunábamos, y en una ocasión celebramos Pésaj con mis abuelos, mis tíos y mi primo paterno antes de que todos ellos emigraran, y nunca olvidé el sabor de las matzot y el relato de la liberación de nuestros antepasados que habían sido esclavos en Egipto.

Pasaron los años y al cumplir 17 años caí preso por intentar escapar de Cuba en un bote. El bote se hundió en la costa de Caibarién y nos arrestaron a los pocos días. Lo demás fue una farsa judicial tras permanecer en los calabozos de la Seguridad del Estado, un centro de reclusión para menores de edad y un juicio militar donde mi abogado de oficio no me defendió. Fui condenado a cuatro años de reclusión en un campo de trabajo por “Delito Contra la Integridad y Seguridad de la Nación” en la Causa 50 de 1970 del Tribunal Revolucionario No. 1

Para mayor información leer en Wikipedia sobre la Batalla de Altalena.

Delitos políticos y de conciencia). Por mi buena conducta, al año salí en libertad tras trabajar en calidad de prisionero plantando árboles en el Parque Lenin en las afueras de La Habana.

La mayoría de los trabajadores que crearon el Parque Lenin eran voluntarios enviados por las organizaciones comunistas, y recuerdo el comentario de uno de ellos que dijo sobre el conflicto árabe-israelí: “Lo peor que hizo Hitler fue no matar a todos los judíos”.

Tomé aquellas palabras muy seriamente y durante años escuché esa misma expresión de otros comunistas. Fue entonces que al salir en libertad fui en búsqueda de mis raíces.

La comunidad judía –y lo mismo las iglesias católicas y protestantes - sufrían una gran crisis por el abandono físico y espiritual de sus miembros. Me acerqué a la comunidad con la intención de aprender hebreo (siempre me habían llamado la atención esas letras bonitas que tenían algunos documentos guardados en mi casa) y me incorporé a la única aula donde podía aprender esa hermosa lengua: éramos dos alumnos.

Fui muy afortunado de tener mentores como Moisés Baldas (Baldasz), de quien aprendí a amar el hebreo, la historia judía y el pensamiento de Maimónides; Abraham Marcus Matterín con quien aprendí sobre el aporte judío a la cultura; Isaac Chammah, quien me enseñó a leer la Torá con la milenaria entonación litúrgica, e Isidoro Stettner, quien conocía bien la historia de la comunidad judía cubana desde la contribución de los judíos de Tampa y Key West a la Guerra de Independencia de Cuba (1895-1898), la participación de 3600 voluntarios judíos norteamericanos en los Rough Riders de Teodoro Roosevelt (1898) y los eventos en el siglo XX.

De 1961 a 1991, el gobierno cubano intentó seriamente asfixiar todas las religiones en el país, principalmente aquellas que le habían retado o que eran más populares, como la iglesia católica, los bautistas, los testigos de Jehová, los adventistas y otros. Los judíos éramos un grupo mínimo con tendencia a la extinción natural. Muchos miembros de grupos religiosos, incluidos judíos, fueron a parar a prisión, incluso cumplieron su servicio militar en campos de trabajo llamados UMAP (Unidades Militares de Ayuda a la Producción), creados personalmente por Raúl Castro, según le escuché entonces a un militar amigo de mi padre. Cuando el éxodo masivo del Mariel (1980), muchos testigos de Jehová fueron literalmente sacados de sus casas y deportados. La propaganda antisemita, antisraelí y antirreligiosa era intensa y extensa.

Cuba entrenaba a miles de terroristas palestinos, incluso a los seguidores de Abu Nidal y George Habasch; publicó mucha propaganda antisionista y antisraelí mostrando la literatura y arte judíos e incluso el Holocausto como propaganda sionista. Los cubanos nunca pudieron leer libros de autores como Ana Frank, Isaac Bashevis Singer o Eli Wiesel, o Agnón o Malamud, por ejemplo. Cuba era el peor enemigo de Israel en las Naciones Unidas y tomó la iniciativa de embargos, sanciones y aislamiento contra Israel (pese a que Cuba se quejaba siempre del embargo estadounidense) y tomó la iniciativa para aquella espantosa resolución de “Sionismo igual racismo”, tan injusta y nociva para Israel y el pueblo judío mundial. Tuve ocasión de asistir –invitado por el American Jewish Committee- a la sesión de la Asamblea General de Naciones Unidas, a finales de diciembre de 1991, que revocó unánimemente la infame resolución de “Sionismo igual racismo” y recordaré siempre los argumentos descabellados del delegado cubano tratando de justificar su voto antisionista.

Aunque no había declaraciones antisemitas en el gobierno cubano, y muchos militares sentían admiración en secreto por Israel, la mayor parte de la población cubana ignoraba la existencia de judíos en Cuba y la propaganda antisraelí hizo su efecto en la conciencia social de la población cubana. En un país donde el gobierno posee y tiene el monopolio de todas las imprentas, editoras, canales de televisión, bibliotecas, publicaciones seriadas y estaciones de radio, así como en el presente el acceso a internet e intranet, algunos libros con fuertes elementos antisemitas fueron publicados y distribuidos, sin que la comunidad judía pudiera hacer nada.

Algunos ejemplos, Sionismo: El fascismo de la estrella de David por el periodista de Prensa Latina José Antonio (Tony) Fernández Pérez (La Habana: Editora Política, 1979), que es una ofensa a la historia y religión del pueblo judío.

El Grupo de Estudios e Información sobre el Sionismo (GEIS), publicó en 1983 los documentos de un simposio celebrado en La Habana sobre la Penetración sionista en América Latina, cuya preocupación real era la presencia judía en este continente. Paradójicamente, uno de los autores era un medio judío asimilado, Rafael Pinto, cuyo abuelo era muy respetado por su actuación como rabino en la comunidad sefardita en La Habana.

Era un clima matizado por presiones internas, aislamiento, incertidumbre, temores y una fuerte propaganda antirreligiosa y antisraelí. Al día siguiente del asesinato en 1971 de los atletas israelíes en Múnich, Alemania, por terroristas palestinos durante los juegos olímpicos, el diario oficial Granma puso un gran titular en su primera página: “Audaz acción de comando palestino en Múnich”. Por eso no es extraño ni incomprensible la asimilación y alejamiento de muchos de esos pocos judíos que habían quedado en Cuba por diversas razones. Recuerdo a dos muchachas que militaban en el Partido Comunista y en la Juventud Comunista, respectivamente las hermanas Victoria Elí y Matilde Elí, a las que amenazaron con truncarles sus estudios universitarios si continuaban activas en la comunidad judía. El ingeniero Rafael Diner pasó años en prisión por una falsa acusación de sabotear una construcción civil. Al químico Gregorio Imiak lo tuvieron largo tiempo detenido por la posesión de algún libro que mencionaba la tragedia de los judíos soviéticos. Así pasó con otros y de la mayoría de los casos ni nos enteramos. Por tal motivo merecen respeto todas aquellas personas que se atrevieron a ser judíos en esos años y aquellos ancianos que hicieron que nunca se dejara de rezar en shabat en las sinagogas durante más de medio siglo de comunismo, que participaban en las celebraciones comunitarias y cuyos hijos y nietos se acercaron a una comunidad que no sabían de su existencia.

Cuando reflexionaba en aquellos años sobre mi identificación como judío, llegué a la conclusión de que el judaísmo es un paradigma insólito de conciencia social. El judaísmo ha sido único en la historia como religión, cultura y civilización. Incluso su influencia externa lleva a la creación del cristianismo y del islam.

En cada judío hay algo de ese paradigma insólito de conciencia social, interrelacionado constantemente con el conocimiento acumulado de la historia, de las ideas jurídicas y políticas, el arte, la moral, la filosofía, la religión y la psicología social de la época y sociedad en las que la persona vive.

La única escuela judía, “Albert Einstein”, en La Habana, fue nacionalizada al igual que todas las escuelas cristianas pero un poco después, y por algún tiempo los niños judíos iban en carros pagados por la comunidad a una escuela improvisada; cada semana yo participaba en recoger y llevar a un grupo de esos niños a la escuelita comunitaria, hasta que la maestra decidió emigrar.

A partir de 1991, el gobierno cubano abandonó su posición hostil y comenzó un diálogo con las religiones para tratar de ganar el favor de los religiosos dentro y fuera de Cuba.

El resto de la historia de los judíos cubanos en el periodo castrista y mis vivencias personales los he relatado en varios artículos publicados en los EE.UU., Argentina, Israel, y otros países. 

La condición de ex preso político me convertía automáticamente en un paria a los efectos de tener oportunidades laborales y académicas. Por definición no se me permitía trabajar en muchos lugares en un país donde el único empleador era el gobierno, y estudiar ciertas profesiones en un país donde todas las universidades exigían filiación procomunista, ateísmo y no ser un antagonista político.

Pese a todo, logré graduarme en Información Científico -Técnica, Sistemas de Información Documentaria, y Derecho, y luego universidades extranjeras me concedieron títulos en Hipnosis Experimental (PhD) y Medicina Alternativa, al tiempo que quince de mis libros se publicaban en Cuba y en el extranjero, lo mismo que unos cien artículos científicos.

No quise darle la espalda a la comunidad  judía sino hacer algo por ella para evitar su erosión, implosión y extinción. En los años 1970s y 1980s era extremadamente difícil emigrar, así que había que buscar una solución para la supervivencia de esta comunidad extremadamente asimilada y aislada del resto del mundo, así que pensé que la única solución estaba en la educación judía, tal como esa fue la solución para la supervivencia del pueblo judío dos mil años atrás (Yavne) después que los romanos destruyeron el Segundo Templo de Jerusalén y asesinaron a cientos de miles de judíos en Israel.

En 1976 me casé con Teresa (Rivka) bajo el palio (jupá) de la sinagoga conservadora y toda la comunidad fue invitada a la boda. Era la primera boda judía en muchos años, y la comunidad se ocupó de todos los preparativos y de nuestra conversión por el rito ortodoxo, ya que no había en Cuba ningún rabino.

En 1985 pedí a los dirigentes de la comunidad que me permitieran abrir una escuela dominical judía. La llamé “Tikún Olam” [“reparación del mundo”], y empezamos sin recursos, era solamente un puñado de niños y algunos padres que los acompañaban. Como el tiempo era limitado y la oportunidad podía desaparecer en cualquier momento, enseñé hebreo a esos niños usando canciones, métodos creativos, e incorporé temas como religión comparada, historia, y los niños aprendieron acerca del Holocausto, Israel, y otros aspectos de la vida judía mediante el uso de videos.

Era una época en que la mayoría de los judíos negaban serlo, en que menos de 700 personas se identificaban como judíos (70% matrilíneos y 30% patrilíneos). Los padres no enseñaban a sus hijos que eran judíos, la práctica del judaísmo se redujo a cero en la mayoría de los hogares, y recuerdo en los años 1980s un Kol Nidré, la víspera de Yom Kipur, en que había solamente siete hombres en la sinagoga.

Contrario a lo que yo esperaba, hubo mucha incomprensión hacia la escuela “Tikún Olam”. A veces el van o microbús donado por la comunidad judía venezolana era usado para muchos otros usos excepto el transporte de los niños a la escuela. Con frecuencia los donativos de materiales escolares eran simplemente sustraídos con la intención de dañar a la escuela, y los conflictos entre las distintas sinagogas y organizaciones judías repercutían en la participación de niños en las clases dominicales.

En ese tiempo se mejoraron las relaciones con otras religiones y tuve oportunidad de hablar sobre judaísmo ante congregaciones católicas, protestantes, Baha’i, y otras, y se estableció una cooperación que a corto plazo sería muy útil para todos.

En 1986 mi amigo argentino Jacobo Kovadloff, quien había sido dirigente de la comunidad bonaerense durante la dictadura militar (1976-1983), me presentó en Nueva York al rabino Marshall T. Meyer, quien había logrado el renacimiento de las comunidades judías conservadoras en Argentina en esos años difíciles en medio de la lucha por los derechos humanos. De esa entrevista surgió una beca financiada por el American Jewish Joint Distribution Committee y así estuve seis meses como alumno en el Seminario Rabínico Latinoamericano, en Buenos Aires, y en mi tiempo libre aprendiendo con diferentes instituciones (ORT, Macabí, Hebraica, AMIA, B'nai B’rith, FACMA, Hacóaj, DAIA y otras) todo lo que podía ser útil para Cuba.


Viajé varias veces, lo cual en Cuba era prácticamente un privilegio, y a finales de 1991 la Universidad de Miami me invitó a investigar la contribución de los judíos de Key West a la Guerra de Independencia de Cuba, y en ese viaje di conferencias en la Universidad de California en Los Ángeles (UCLA), San José, Washington DC, Boston, Nueva York y otras ciudades. Con la ayuda de un amigo judío cubano en Los Ángeles (Rafael Maya) y el apoyo del Congreso Judío Mundial, viajé a Israel por varios meses y esa experiencia fue transformadora para mi destino.

En Israel, independientemente de las conferencias y entrevistas en universidades, organizaciones, periódicos y estaciones de radio, las visitas a universidades, hospitales, museos, caminar por las calles, la experiencia más importante fue conocer los kibutzim.

El kibutz (plural kibutzim) es la base de la economía israelí. Los kibutzim son comunidades agroindustriales, son productivos, exitosos, económicamente ricos, los miembros son altruistas, educados, creativos, trabajan según su capacidad y reciben según sus necesidades, disfrutan de total libertad, democracia, participación. Los primeros kibutzim fueron fundados a finales del siglo XIX por judíos europeos con ideales socialistas. Trabajaron duro, pelearon en todas las guerras para defender la supervivencia de Israel y mantuvieron el espíritu altruista, libre y democrático de sus miembros. Pero solamente un 6% de la población israelí vive en kibutzim y muchos de los jóvenes nacidos en esas comunidades ideales e idealistas quieren abandonar el kibutz para vivir en las ciudades bajo las leyes capitalistas de oferta y demanda. En la actualidad los kibutzim han modificado su estructura y ya no son aquellas comunidades colectivistas que conocí entonces.

Estuve y hasta residí en un total de nueve kibutzim y mi conclusión fue: si solo una minoría de los israelíes quiere vivir en kibutzim pese a que estos les garantizan un mejor nivel de vida, una mejor educación y futuro, ¿cómo los comunistas cubanos pretendían obligar a toda la población a que viviera bajo un régimen comunista –pobre, sin libertad, sin democracia, sin futuro- al mismo tiempo que los propios dirigentes cubanos y sus familias viven y añoran la vida de lujos y privilegios. No había dudas: el sistema comunista es una utopía absurda, vacía, improductiva, contra natura.

De ahí salió mi resolución de abandonar Cuba con mi familia. Ya el Joint Distribution Committee estaba enviando periódicamente rabinos, activistas (madrijim), delegaciones, para reanimar la comunidad. La ayuda económica a la comunidad se incrementó tras el desplome de la Unión Soviética y sus satélites. Los judíos de Argentina, Venezuela, México, EE.UU., Brasil, Colombia, Panamá, Chile, Canadá, y otros países se involucraron directa y efectivamente en esa ayuda.

Tras muchas gestiones y dificultades (incluso desde dentro de la comunidad judía cubana intentaron sabotearme la salida del país), y con la ayuda de los gobiernos de Israel y España, e invitaciones de Brandeis University, Gratz College y el Seminario Rabínico Latinoamericano, en noviembre de 1993 salimos de Cuba mi esposa Teresa (Rivka), nuestra pequeña hija Dina Lílit y yo.

En la actualidad, la comunidad judía cubana recibe una millonaria ayuda de todas las organizaciones y comunidades alrededor del mundo. Quedaron atrás esos largos años en que yo enseñaba y organizaba la escuela dominical hebrea “Tikún Olam” sin recibir un solo centavo a cambio. Hoy la comunidad no solamente es próspera, sino que más de mil personas han ido a Israel y son ciudadanos israelíes. Y ahora la escuela “Tikún Olam” es prácticamente el núcleo central de la comunidad y se entiende que la educación debe seguir jugando un papel fundamental.

Desde 1993 mi familia y yo nos establecimos en Miami, hemos trabajado duro para sobrevivir y alcanzar el llamado “sueño americano”: tener empleos que nos permitan la independencia económica y una casa propia.

En los EE.UU. cambié radicalmente mi perfil profesional y obtuve una Maestría en Trabajo Social Clínico y en Adicciones en la Florida International University. Trabajo para el Estado de la Florida, en Miami, como investigador y protector de los ancianos y adultos incapacitados, un empleo estresante, dinámico, pésimamente remunerado y que requiere mis esfuerzos prácticamente cada día del año, pero siento que a diario sigo haciendo mitzvot [buenas acciones], salvando vidas, ayudando a aquellos más débiles e indefensos y necesitados, tal como hice en Cuba con la escuela dominical hebrea, las consultas de hipnoterapia, el desarrollo de la Apiterapia y otras Medicinas Alternativas y Complementarias, y la Parapsicología.

Con respecto a Cuba, nunca más he regresado porque muy poco ha cambiado aún,  pero Cuba nunca ha salido de mi conciencia.