Por: Ricardo Angoso
Cuando se abandona la política y los acuerdos conseguidos con el enemigo tras años de negociaciones y arduas conversaciones se convierten en papel mojado, ¿qué es lo que queda? La guerra, la violencia brutal y el enfrentamiento tribal, tal como estamos viendo en estos días en las calles de Israel, mostrando, de una forma gráfica, que quizá la convivencia entre palestinos e israelíes, que comparten este pequeño territorio, es un desiderátum de improbable cumplimiento.
Uno de los principales responsables de esta ola del regreso a la vía armada es el presidente de la Autoridad Nacional Palestina, Mahmud Abbas, quien hace apenas unos días dio por enterrados los Acuerdos de Oslo, la frágil base sobre la que descansaba la convivencia entre palestinos e israelíes hasta ahora, y anunció que no reconocía a los mismos. Como recordarán, dichos acuerdos fueron firmados en la década de los noventa, bajo los auspicios de los Estados Unidos y la comunidad internacional, y supusieron el primer gran "pacto" entre israelíes y palestinos. Firmados por Yassir Arafat, líder histórico de la organización terrorista Al-Fatah, los Acuerdos de Oslo significaron el primer gran reconocimiento de Israel por parte del mundo árabe y el comienzo del diálogo político entre las partes.
Sin embargo, el camino no iba a resultar fácil y la aparición de Hamás, que se atrincheró en la franja de Gaza llegando a controlar ese territorio con mano de hierro, volvió a traer la violencia y el recuerdo de los peores tiempos al Estado de Israel. Nacido como un movimiento de resistencia islámica que no reconocía a Israel como tal y que abogaba por la destrucción de lo que denominan como la "entidad sionista", Hamás atacó sin piedad con sus misiles a las ciudades hebreas y sembró el terror como nunca antes había hecho ningún grupo terrorista palestino, ni siquiera en la época de ese pistolero devenido en político intransigente que era Arafat.
Los líderes palestinos han regresado a los peores tiempos, abandonando la política y abogando de nuevo por la violencia, como si la historia no contara para ellos y no hubieran aprendido nada de la misma. No olvidemos que un 29 de noviembre de 1947 la Asamblea General de las Naciones, reunida en Nueva York, aprobó, siguiendo los consejos de una comisión internacional de expertos de carácter neutral e independiente, la Resolución 181, en la cual se exponía un plan para resolver el conflicto entre israelíes y palestinos dividiendo el territorio de Palestina en dos partes, que en esos momentos estaban bajo la colonización y administración británica.
Se creaban bajo el mandato de las Naciones Unidas dos Estados -uno palestino y otro hebreo- y se dejaba bajo el protectorado internacional a las emblemáticas ciudades de Belén y Jerusalén. El plan, muy generoso con las demandas palestinas que los diplomáticos de las Naciones Unidas habían escuchado, fue rechazado por todos los vecinos árabes de Palestina y el liderazgo palestino de entonces, comenzando la primera gran guerra de los países árabes contra Israel. Allí comenzó la verdadera tragedia palestina, que no es militar sino política.
En 1948, y contra toda lógica, ya que el plan era justo y objetivamente viable, un gran coalición de países árabes, entre los que destacaban Arabia Saudí, Siria, Egipto, Jordania, Irak, Líbano e incluso Yemen, lanzaron un ataque militar contra Israel con el fin de borrar de la faz de la tierra toda presencia judía en la región y acabar de una vez por todas con las pretensiones de crear el primer Estado hebreo en el mundo. Una vez concluida la guerra, los árabes tan solo pudieron conservar Gaza y Cisjordania, quedando constancia de la gran victoria militar de los israelíes, a merced de la conocida ineptitud árabe, e Israel aumentó sus territorios un 23% con respecto a lo que les había sido asignado en el plan de las Naciones Unidas. Los palestinos perdieron la guerra y no aprendieron nada de nada, ¡qué tristeza llegar siempre tarde para coger el tren de la historia!
Se asiste en estos días de atentados, acuchillamientos, ataques a objetivos civiles y regreso al uso de la fuerza por parte de los palestinos a un recrudecimiento de la violencia que pone sobre la mesa lo endeble y frágil que es siempre la paz en esta zona del mundo. Al clima regional absolutamente enloquecido, dominado por la terrible guerra civil en Siria, la descomposición de Irak y la irrupción en la escena política del medieval Estado Islámico, se le viene ahora a unir esta oleada terrorista de impredecibles resultados.
Quizá, y en primer lugar, demostrar que la convivencia con los judíos es un anhelo de imposible acatamiento y que solamente bajo la manida fórmula de los "dos Estados", muy abandonada en los últimos tiempos por casi todos los actores, se podrá lograr la paz en la región. También, ya como segundo elemento a destacar, estaría la pretensión de Abbas por arrebatar el liderazgo palestino a Hamás, siempre mucho más activa en su lucha contra Israel y con una popularidad muy alta en el campo palestino, tal como se vio en las últimas elecciones. Y, en tercer lugar, presionar a la comunidad internacional, en un momento en que se está implicando en Oriente Medio, para que busque una solución política a las demandas que ahora plantean por la fuerza los palestinos. ¿Qué mejor momento para poner sobre el foco sus propuestas más radicales en plena crisis en Oriente Medio, intervención rusa por medio en Siria, ahora que el interés hacia los asuntos de la región está en su punto álgido?
Pese a todo, hay un error de cálculo en la estrategia palestina por desestabilizar Israel y sembrar el terror en las calles del Estado hebreo. La sociedad israelí se radicalizará y el margen de maniobra del ejecutivo de Benjamín Netanyahu será muy reducido de cara a hacer concesiones a los palestinos, precisamente en un momento en que el presidente israelí había propuesto en la Asamblea General de las Naciones Unidas el comienzo de negociaciones cara a cara entre israelíes y palestinos. Cuanto más terrorismo, menos margen de negociación y menores posibilidades de establecer un diálogo entre las partes. Parece que, contra todo sentido común, se imponen los criterios de Hamás de desconocer Israel y apostar por ese objetivo imposible de la destrucción total de la entidad hebrea en aras de construir sobre sus ruinas un Estado palestino monoétnico, integrista y totalitario. ¿Será así?