Imprímeme

El entierro de una torta

Por: Raquel Goldschmidt

Hace años, cuando mis nietos eran muy pequeñitos y nos visitaban en Bogotá, decidieron adelantar y celebrar el cumpleaños del “opa”, su abuelo que adoran. Como buena Babi mimadora, les pregunté que si querían elegir el diseño de la torta, ya que una amiga nuestra, Melanie Finkelstein (hoy de Mizrahi) trabaja en la pastelería Joyce, en la que se puede solicitar kasher con hashgajá –supervisión- (mmm… de solo mencionarla se me hace agua la boca). Bueno, ellos decidieron que era una excelente idea hacer una torta-Torah. De esta manera llamé a Melanie y le expliqué todos los detalles del diseño de la torta. El panadero de Joyce, don Pedro, es un grandioso artista que no conoce la palabra “no”, de modo que pusieron manos a la obra.

La gran sorpresa fue que Melanie, se informó cuál era la Parashá del nacimiento de mi esposo, consiguió un papel comestible y fotocopió la primera aliá de su Parashá, era hermosa la torta, era una Torah en serio. Tan en serio que antes de comerla, mi esposo la leyó. Resultó ser una torta muy interesante y educativa. Solo pudimos colocar unas pocas velitas e inclinadas hacia afuera (como pueden ver en la foto), para que no cayera cera de vela en el texto sagrado.

Llegó el momento de partir la torta, pero… “¡No!, no se puede partir la torta”, exclamó mi esposo, “Está el Nombre Divino, es texto sagrado y no se puede cortar”, ¡Cómo así! ¡Ahora qué hacemos babi!, miré a mi esposo con cara de socorro y dijo: “Hay que enterrarla”. Entre risas de mis nietos y angustia mía le pregunté: “Pero Alfredo, ¿dónde la enterraremos?”, en nuestra sinagoga no tenemos una Genizá.

Hago un pequeño paréntesis para comentarles lo que es una Guenizá: es un lugar dispuesto en algunas sinagogas para guardar textos sagrados en mal estado que no se pueden arreglar ni volver a utilizar, con el fin de que no vayan a terminar en algún lugar impuro. Posteriormente estos artículos se queman y se entierran. Sin embargo hay quienes consideran un sacrilegio quemarlos y simplemente los entierran, pero para que no sea en un lugar que pudiese estar expuesto a impurezas, se entierra en un lugar especial del cementerio.

Los chicos estaban ansiosos por asistir a tan importante entierro, sin embargo, sabiamente no fuimos, solamente cortamos cuidadosamente la torta, envolvimos el texto –que se veía delicioso- en un paño fino y limpio dentro de un plástico (porque estaba pegajosito), y lo llevó al día siguiente al cementerio.

Comimos con especial gusto el resto de la torta, Ezri y Elián, mis nietos, (Liel aún no había nacido) mi hija Aliza, mi esposo y yo, sabíamos que estábamos comiendo una torta endulzada con la espiritualidad de la Torah y la alegría y diversión del momento.