Por: Diego Tapia
Cuando una idea supera a su concebidor, éste queda supeditado, atrapado; y de alguna forma hechizado, pues luego para llevar a cabo esa idea queda dotado de una fuerza de voluntad y capacidades para superar cualquier obstáculo y llegar a lugares a los que nunca pensó llegar, pero todo en pos de su meta. Y más cuando se trata de una búsqueda espiritual.
Nací en Bogotá; de padre tolimense y madre bogotana, una combinación que me influenció desde pequeño al estudio, la curiosidad, el descubrir y llevar siempre a término lo que se empieza.
Mi camino espiritual empezó en mi etapa escolar. Las clases de filosofía eran mis preferidas. Devoraba libro tras libro y me encantaba. Por ese entonces, mi hermano Carlos, quien ya estudiaba Física en la Universidad, me influenció en las matemáticas y en la física.
Por situaciones diversas y de fuerza mayor, me vi obligado a trabajar y dejar mis estudios universitarios durante un año. Pero, sin que fuese esto un impedimento a mi formación, hablé con profesores tanto de matemáticas como de filosofía para asistir a sus clases, y contando con la suerte de su aceptación y apoyo, me dirigía cada día después de mi trabajo a la universidad.
Después de aquello entré oficialmente a la carrera de matemáticas. En esta época empezó una búsqueda más allá de lo filosófico, de lo físico y de lo aritmético y se instala en mí una incomodidad, un permanente cuestionamiento hacia aspectos fundamentales acerca de D-s, de la Divinidad, del objetivo del hombre y demás. Sucedió entonces que con la necesidad de aclarar mi rumbo filosófico empleé la mayor parte de mi tiempo a estudiar más acerca de religiones como Cristianismo, Hinduismo, Budismo y otros tantos caminos que hay en la India.
En el transcurso de mi estudio me encontré con constantes inconsistencias, dualidades, distanciamientos entre lo espiritual y lo material. Ideas tan chocantes como por ejemplo la de que para acercarse a la Divinidad habría que apartarse completamente del mundo material, lo cual no me resultaba sensato.
Había escuchado muy poco de judaísmo, quizá solo por algunas fuentes católicas, pero no más que eso.
En una de mis revisiones en la biblioteca Luis Ángel Arango hallé el libro Moré Nebujim del Rambam que me impactó desde sus primeras líneas. Después el Kuzari con el que me sentí profundamente identificado. Estos libros fueron el comienzo de una serie importante de lecturas de todos los libros acerca de judaísmo que tenía a disposición en la biblioteca.
Quedé sorprendido con cada lectura y fascinado cada vez más con ideas y respuestas de la mano de colosos Rabinos y Maestros como el Rab Yosef Soloveitchik en sus libros La Soledad Del Hombre De Fe y El Hombre De La Halajá, o El Rab Sanson Rafael Hirsch, o el Autor Martin Buber entre otros. Hasta que se acabaron los libros de la biblioteca, pero mi sed de conocimiento había crecido exponencialmente.
Determinado en seguir este rumbo que se abrió ante mí, decidí contactar a la comunidad judía en Bogotá, tarea no muy sencilla, pero rebasada por la constancia que mantuve. El Rabino Alfredo Goldschmidt, amablemente y viendo mi insistencia, me concedió una cita y le pude exponer mis deseos de estudiar sobre judaísmo, y con su apoyo y dirección conseguí otros libros en la librería de Felipe Posner y Victor Jara.
Pasó otro tiempo mientras consolidé lo estudiado y fue después cuando llegué a Israel para ingresar en una Yeshivah (centro de estudios de Torá) y con la ayuda del Rabino Goldschmidt pude ingresar al Majon Meir en la ciudad de Jerusalem.
Al cabo de un año de estudio estaba claro que mi vida en Colombia no volvería a ser la misma pues era fuerte la responsabilidad que asumí de lo aprendido. La idea de conversión rondaba por mi cabeza pero no era del todo clara, sin embargo, concluí que renunciar no era una opción pues como me repetía mi papá: “para atrás…ni para tomar impulso”. Así que resolví completar mi proceso aquí en Israel.
Un sinnúmero de pruebas me esperaba al tomar esa decisión. Fueron bastantes los requisitos, cartas de recomendación y peticiones de visa que tuve que realizar durante tres años y medio que duró el proceso.
Finalmente, con ayuda del Cielo realicé mi conversión y ya como judío empecé mis estudios académicos en Hadassah College en Jerusalem.
Por aquel tiempo solo pensaba en aportar y de alguna forma pagarle a esta sociedad que me recibe. Me preguntaba cómo retribuir este mérito de estar en Eretz Israel.
El 28 de noviembre de 2013 me incorporé al ejército de Israel como combatiente dentro del programa religioso Netzaj Yehuda, y a pesar de contar ya con 28 años fui aceptado por mi buen estado físico y la disposición que mostraba.
Y ahora que estoy a menos de dos meses de terminar mi servicio militar puedo decir que ha sido una de las experiencias más interesantes y lindas de mi vida conectarme no solo espiritual e ideológicamente sino más allá de eso llegar a “la acción”, estar en el terreno, compartir, reír, llorar, vivir en carne propia lo que por más de cientos de años el pueblo judío soñó, y que ya por más de 60, con orgullo e independencia hacen: “”Defender la Tierra y el Pueblo de Israel”.
Me siento satisfecho y tranquilo, mi mente está ahora en el futuro. Deseo seguir construyendo mi vida, mi familia, la cual empecé, gracias a D’’s, hace un mes y medio al casarme aquí en Jerusalem.
Continuaré con mis sueños y espero contribuir al pueblo de Israel y con ayuda del Cielo estar siempre listo para ello.