Por: Ricardo Angoso
“nuestro gran sueño era emigrar a Israel”
“siempre tuve la voluntad y la determinación de vivir, de salir adelante como fuera”
“sin la generosidad de algunos, en este caso un polaco, no estaría ahora vivo, aunque los polacos eran tradicionalmente antisemitas”
Después de que el polaco Sigmund Halstuch llegó a Bogotá, en 1945, huyendo de la guerra, el hambre y la muerte, no quiso volver a hablar del Holocausto y tardó mucho tiempo en rememorar esa parte tan trágica de su vida. Ahora lo hace sin dejar ningún detalle en el bolsillo. Una buena parte de su familia, amigos y seres queridos fueron enviados por los alemanes a los campos de la muerte, pero él quedó como testigo de ese horror. Casado con colombiana, afincado en Bogotá desde hace años y hombre de convicciones profundas, en esta entrevista nos habla en primera persona de una historia que no se debe olvidar. A fuerza de repetir esta expresión se ha acabado convirtiendo en un lugar común, pero no deber ser así y conviene recordar ahora a Primo Levi, superviviente del Holocausto y después suicidado, cuando llegó a afirmar: “No es lícito olvidar, no es lícito callar. Si nosotros callamos, ¿Quién hablará?”.
Ricardo Angoso: Podíamos hablar de sus orígenes, donde nació y donde estaba cuando estalló la Segunda Guerra Mundial.
Sigmund Halstuch: Soy judío de origen polaco, nacido en Czortkow, en 1929, Polonia Oriental, actualmente Ucrania. El territorio donde vivía cambio de manos en muchas ocasiones. Cambiábamos de nacionalidad como de camisa. Primero pertenecimos al Imperio austro-húngaro, después pasamos a ser polacos y más tarde, ya con la Segunda Mundial, estuvimos ocupados por los nazis…Luego llegaron los rusos, que finalmente nos liberaron del terror nazi, y finalmente el territorio donde vivíamos quedó anclado en la Ucrania dominada por los soviéticos, de donde emigramos y nos fuimos, ya que nadie quería quedar bajo el dominio comunista. Estábamos muy cerca de Rumania y de Hungría. Europa Oriental siempre estuvo sujeta a estos vaivenes y cambios de fronteras. Yo tengo ochenta años y nuestra vida hasta que nos fuimos de allí estaba condicionada por estos sobresaltos, digamos lo así, territoriales. Éramos una familia normal, de clase media, que vivíamos sin grandes problemas ni angustias hasta que se abalanzó sobre nosotros el nazismo. Incluso yo pude estudiar y alcanzamos un nivel de vida que se podría definir medio-alto.
R.A.: ¿Y cuándo comenzaron los problemas para la comunidad judía de esa zona de Europa?
S.H: Los problemas comenzaron nada más estallar la Segunda Guerra Mundial, cuando todo el mundo veía venir con certeza el desastre dadas las ansias territoriales de Alemania y el discurso belicista de Hitler. Nosotros vivíamos en una zona en la que no había un antisemitismo latente, debido sobre todo a que los polacos eran también una minoría y que ninguna de las poblaciones que poblábamos este territorio era una mayoría definitiva, sino parte del complicado censo étnico de la región.
La situación cambió drásticamente tras la invasión de Polonia por los nazis, en 1939, que provocó automáticamente la entrada de los rusos en la zona en que vivíamos, pues los nazis y los soviéticos habían firmado un pacto para repartirse Polonia y el Este de Europa entre ambos. Nosotros fuimos ocupados por los soviéticos, pero por poco tiempo, ya que después llegarían los nazis y el escenario cambió radicalmente. Estuvimos en manos rusas entre 1939 y 1941, más o menos sin problemas, pues los comunistas perseguían a las clases altas y escapamos fácilmente a su control. El gran cambio fue en el año 1941, cuando entraron los alemanes y echaron a los rusos. Nada más llegar los alemanes, sobre todo la Gestapo, comenzaron los problemas. A mi padre, por ejemplo, los alemanes se lo llevaron a punto de pistola y a golpes. Mi madre se opuso, pero no se pudo hacer nada. Mi padre desapareció para siempre, al parecer fue echado a una fosa común después de ser asesinado, según nos contaron algunos testigos y nunca más lo volvimos a ver con vida. Mi hermano, que también había sido llevado por los nazis en esa misma jornada, también fue apresado, aunque más tarde liberado. Sería asesinado unos meses después pos los alemanes.
Y mi abuela, por ejemplo, ni siquiera llegó a los campos de exterminio, pues murió en el tren que la conducía a una muerte segura. La guerra, en definitiva, destruyó nuestra familia. Yo, además, era un niño; tenía apenas doce años y la vida me dio una lección rápida mostrándome toda su crudeza. Sin mi madre, que en alguna ocasión me escondió de los alemanes, tampoco yo hubiera sobrevivido, aunque mi voluntad siempre fue la de vivir y sobrevivir a pesar de todo. Los nazis destruyeron el mundo en que vivíamos, nunca imaginamos que todo pudiera acabar así.
R.A: Entonces, ¿las cosas, con la entrada de los alemanes, cambiaron súbitamente?
S.H: Sí, muy pronto se creó un gueto donde fuimos internados todos los judíos y la lucha por la supervivencia se tornó muy difícil. Mi hermano y yo, por ejemplo, conseguimos un permiso para trabajar en una empresa alemana, pese a que era un niño y apenas sabía hacer nada. Estoy hablando del año 1942, cuando estaban a punto, los alemanes, de poner en marcha la solución final. En este territorio donde vivíamos, por ejemplo, de los 14.000 judíos apenas quedaron un centenar. Ya sabe, los alemanes son gente organizada y la matanza fue total, no quedaron testigos para dar fe de lo que había ocurrido. En definitiva, era un plan de exterminio que incluía no dejar testigos para la posteridad que pudieron dar fe de la barbarie.
R.A: ¿Y qué hicieron para sobrevivir su madre y usted?
S.H: Yo quería vivir, tenía una voluntad ciega por salir adelante y no sucumbir al terror. Mi madre, por el contrario, no descartaba el suicidio, algo que yo había abandonado como idea definitivamente y que me sirvió para convencerla de que no lo hiciera. La gente, incluida mi madre, andaba con veneno entre sus pertenencias por si llegado el caso había que tomar tan fatídica decisión. Yo, sin embargo, había tomado la decisión de vivir pese a tan adversas circunstancias y salir adelante. Y tuvimos suerte. Un campesino polaco, amigo nuestro, nos refugió en su casa y preparó un escondite pequeño en una habitación de apenas un metro cuadrado. Estuvimos escondidos mi madre y yo unos diez meses. Estamos muy agradecidos a este campesino, que arriesgó su vida, e incluso construyó un túnel para poder alimentarnos. Así sobrevivimos el resto de la guerra y gracias a ese gesto heroico de un polaco, que por cierto encontraba la resistencia de su mujer, que amenazaba con entregarnos a los alemanes y delatarnos, estoy hoy aquí para contarle todas estas experiencias.
R.A: Después de la liberación por los soviéticos, ¿cómo evolucionó la situación?
S.H: Llegaron los rusos, que liberaron la ciudad, en el año 1944. Fue una gran epopeya y el territorio quedó en manos de la nueva Ucrania bajo dominio soviético. Con este cambio territorial, aunque todavía no había terminado la guerra, a los polacos y a los judíos se les permitió emigrar, pues los rusos querían territorios sin problemas ni minorías. De allí emigramos a Cracovia, en Polonia, y luego con nuestros papeles falsos conseguimos llegar hasta Alemania Occidental, que había sido liberada por los Estados Unidos y los aliados. Una vez allí, estuvimos un largo tiempo en un campo de refugiados donde había muchos judíos que habían escapado del Holocausto. El sueño nuestro, junto el de miles de judíos que allí esperaban, era ir hasta Israel y ser definitivamente libres, una idea que teníamos ya desde que comenzó la guerra y que no nos abandonaría durante el resto de nuestras vidas. Israel era el gran sueño por el que vivíamos. Teníamos nuestras expectativas materiales cumplidas, pero nos faltaba por cumplir nuestro gran sueño, el que nos había mantenidos vivos hasta entonces: vivir en Israel el resto de nuestras vidas.
R.A: ¿Se imaginaban la magnitud de la tragedia que había acontecido para los judíos en Europa, los seis millones de muertos, los campos de exterminio, la tragedia del Holocausto?
S.H: No, nunca pensamos que había sido algo tan terrible. Nadie se lo podía imaginar, era un mundo muy distinto al de hoy. La información no fluye como fluye hoy, la realidad era muy distinta. Vivíamos aislados del mundo, completamente solos, viviendo nuestro drama personal, pero ajenos a lo que estaba pasando en el resto de Europa. Luego llegamos a Alemania y conocimos de primera persona a través de los testimonios de otros judíos la tragedia y el horror que había sucedido, algo inimaginable hasta que lo conocimos de primera mano. Veíamos un horror indescriptible. El sufrimiento de estas gentes que venían del infierno era inenarrable. La gente estaba desnutrida, hambrienta, enferma, eran cadáveres en vida… Muy pocos podían contar el drama y el sufrimiento padecidos. Un joven judío, cuando estaba muy enfermo, me llegó a contar que incluso, llevado por la venganza, asesinó con un tronco tras la guerra a uno de los kapos (guardianes de campo de exterminio) que les habían atemorizado, torturado y asesinado. Vivíamos situaciones límites, casi incomprensibles en el mundo de hoy, y es muy difícil comprender el sufrimiento inhumano del que fuimos testigos y víctimas. Luego estaba el daño psicológico, casi nadie de los que escaparon de estas situaciones límites a las que me refería antes pudieron rehacer sus vidas normalmente y llevar una existencia digamos normal. Mi madre fue víctima de esta gran tragedia de por vida. A Dios gracias sobrevivimos algunos para contar la tragedia y dar testimonio al mundo lo que realmente ocurrió.
R.A: Sin embargo, en su caso, ¿usted tuvo suerte y fue salvado por alguien que tuvo piedad del sufrimiento de los judíos?
S.H: Los polacos tradicionalmente eran antisemitas, es más o menos cierto, pero aquí un polaco que era un hombre digno y de una gran humanidad, nos dio una muestra de un gran coraje en unas circunstancias muy adversas para todos. Pero fue una experiencia muy dura. Resistir en un pequeño espacio, sin apenas comida ni luz, fue duro e incluso la religión se convirtió en el único recurso para sobrevivir. Rezábamos a todas horas, pidiendo a Dios que nos liberase de ese sufrimiento y nos permitiese seguir viviendo. Fue una gran lucha por la supervivencia, por seguir adelante. Mi padre y mi hermano no pudieron ver ese día, perecieron en el Holocausto. Luego, tras la guerra, regresamos a mi casa y la única alegría que recibí fue comprobar que mi perro seguía allí y al llegar, como una bendición, saltaba de emoción al recibirnos. Fue un momento muy bello. El perro había sobrevivido al horror humano. Incluso los animales parecen sentir alegría en las circunstancias más adversas y terribles, la vida es un milagro, desde luego.
R.A: Tras la entrada de los rusos, ¿cómo evolucionaron las cosas, cómo les trataron?
S.H: Hubo una gran confusión. Entraron los rusos, liberaron el territorio, pero pronto se anunció que los alemanes estaban intentando volver. Nuevamente nos tocó huir, los nazis nos daban pavor y no estábamos dispuestos a dejarnos cazar sin resistir. Caminamos hacia el monte, en la nieve, nos perdimos y pasamos muchas calamidades. Luego regresamos a la ciudad, de nuevo libres, y finalmente los alemanes perdieron la guerra. Qué gran alegría, terminaban nuestras desdichas.
R.A: E Israel, ¿se cumplió su sueño de ir?
S.H: Por desgracia, no. Nadie nos quería ni ayudaba a los judíos. Las cosas tampoco fueron fáciles para los judíos después de la guerra. Salimos de Polonia hacia Alemania, como le dicho, y de allí a Checoslovaquia. Seguíamos siendo unos desgraciados en busca de un destino. En Praga nos iban a ayudar para embarcar hacia Israel, supuestamente, pero tampoco las cosas se dieron y tuvimos que seguir viaje a Alemania, donde pasamos dos años de nuestras vidas esperando el billete para ir a la tierra prometida. Pero nunca llegó ese billete, nunca pudimos viajar hacia Israel.
Así las cosas, entre tanta espera, mi madre consiguió una visa y un billete para venir a Colombia, donde vivo desde hace 68 años. Me tocó luchar duro, trabajar mucho y así eche raíces en Bogotá, donde tengo mi familia e hijos. Hasta ahora, quizá porque siempre he sido demasiado parrandero y me gustó mucho la juerga, no he ido a Israel. Mis hijos, que han sido siempre un aliento en mi vida, ahora me van a regalar un viaje y finalmente veré cumplido mi sueño de conocer Israel, tras tantos años de espera y sufrimiento. Así es la vida y así se desarrollaron las cosas.
R.A: ¿Dónde queda su antigua patria en sus recuerdos, no añora ir?
S.H: No, no quiero ir. No queda nadie de la gente que conocía y los judíos que había allí están todos muertos. Sería sin sentido regresar y volver a recordar una experiencia dolorosa. Ni he vuelto, ni pienso volver. Creo que es mejor olvidar y pasar página. Además, los rusos se llevaron pueblos enteros a Siberia, cambiaron la fisionomía de este territorio. Primero los alemanes destruyeron nuestra vida y luego los rusos cambiaron para siempre la faz de esas tierras; ya nada sería igual y han pasado demasiados años para desempolvar aquellos recuerdos. Es mejor no mirar atrás y seguir adelante.