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Velas, aceite, lácteos y un solo pueblo

Por: Rav Daniel Shmuels

Actualmente estamos celebrando la festividad post bíblica de Janucá, celebración que también se la conoce como el festival de las luces debido a su principal Mitzvá. Durante esta semana se lee públicamente la Torá todos los días en el rezo de Shajarit, adicionamos un párrafo entero en la lectura de la Amidá, tenemos cenas festivas toda la semana, encendemos la Janukiá todas las noches al caer el sol. Literalmente son ocho días en donde celebramos con amigos y familia esta festividad que a través de los siglos se convirtió en el emblema de la supervivencia de nuestras tradiciones y creencias. Sin embargo; todas estas observancias tienen variaciones de una costumbre a otra, en un aspecto u otro, y no por ello dejan de estar contempladas en nuestra sagrada Halajá; por el contrario, ella abraza todas esas variaciones para que Israel sea uno, así como lo es el Creador.

Janucá puede ser una de las festividades más controvertidas dentro de nuestro pueblo por los factores históricos que la rodean. La dedicación del Templo nuevamente al servicio del único Dios del universo, el Dios de Israel, fue intermitente durante la misma guerra contra los Seléucidas, la victoria contra ellos y su proceso de helenización fue temporal y no permanente; aparte de ello, la asunción tanto al poder político como al poder religioso por parte de los Hashmonain, creó discordia dentro del pueblo y cuestionó el proceder ético de nuestros líderes a posteriori. Empero, cualquiera sea el análisis u opinión que se tenga al respecto, hay un aspecto que es indudable frente a esta festividad; a saber, la tenacidad y perseverancia del pueblo judío por mantener sus costumbres y creencias fieles a la Torá de Dios para ser esa luz en el mundo que en nuestros tiempos, como en los pasados, es tan necesaria.

Esa luz se presentó en el milagro del aceite de la Menorá del Templo, aceite que solo podía durar un día y que milagrosamente duró los ocho días necesarios para ir por las mejores aceitunas y entonces hacer el mejor aceite de oliva para iluminar permanentemente la Menorá del Templo; por consiguiente, nuestros sabios establecieron la Mitzvá de las luminarias de Janucá. Hoy en día, la gran mayoría de judíos encienden velas de Janucá, tanto esposos como esposas, hijos e hijas, encienden sus Janukiot en una ventana para asegurarse que la Halajá de hacer público el milagro de Janucá se está cumpliendo. Sin embargo; en otras tantas casas, la mía incluida, sólo los hombres de la familia encienden la Janukiá como lo estipula el Rambam junto con el Mejaber –Rav Yosef Caro, autor del Shuljan Aruj-, no se usan velas de cera sino luminarias con aceite porque la Halajá nos insiste en que el milagro fue de aceite; de hecho, solo usamos aceite puro de oliva sin colorantes porque el aceite de la Menorá no tenía colorantes. 

Paradójicamente hace un año tuvimos la oportunidad de celebrar una de las noches de Janucá con las directivas del RCA –Rabinical Council of America-, uno de los temas que surgió fue el grado de asimilación que nuestro pueblo tiene en esta festividad para asemejarla a la celebración que el mundo gentil festeja en esta época del año, subrayando que antes no existía la necesidad de “colorear” la Janukiá con los mismos colores que los gentiles lo hacen.  A título propio no comparto este concepto, ni siquiera veo el vínculo entre uno y otro. Veo una manera de expresar la alegría y el orgullo de llevar a cabo esta Mitzvá. No nos enseña nuestra sagrada Halajá que la Mitzvá de las luminarias debe ser Mehadrim MinHaMehadrim (de la manera más hermosa que se pueda realizar); entonces, ¿por qué esto no puede entenderse desde esa óptica? Es más, ¿no se ven sencillamente hermosas las Janukiot con aceites de color, sobre todo cuando estamos llegando al final de la festividad? Es la alegría de traer luz al mundo, no importa el color, mucho menos puede ser ello índice de nada.

Nosotros no ponemos nuestras Janukiot en las ventanas, las ubicamos dentro de la casa al lado opuesto de una Mezuzá tal como nos lo enseña el Shuljan Aruj, opinión donde prevalece la seguridad de la Janukiá sobre la publicación del milagro. Nuevamente traigo a colación la experiencia del año pasado donde se agregó el proceder de poner las Janukiot en las ventanas como índice de asimilación. Lo lamento, pero tampoco comparto esa opinión. La Halajá no nos prohíbe poner la Janukiá en la ventana; de hecho, nos enseña que antiguamente las ubicábamos afuera de la puerta de entrada, al lado opuesto de la Mezuzá, para hacer público el milagro. El ponerlas en la ventana es una interpretación indulgente, contemporánea y dinámica que expresa públicamente el orgullo de ser judío en nuestros tiempos. Además, ¿quién puede negar la alegría junto con la emoción y ese único sentimiento de pertenencia al ver vecindarios llenos de Janukiot en las ventanas?

Así mismo, después de encender la Janukiá nos sentamos a la mesa para festejar y somos nosotros, los hombres de la casa, los que servimos a las mujeres del hogar en remembranza de los atroces decretos que los griegos tuvieron contra ellas. Entonces, todos disfrutamos de los deliciosos Latkes y Sufganiot fritos en aceite; de cualquier forma, la Halajá nos enseña que debido al comportamiento de Yehudit frente al regente griego debemos comer lácteos. Pues bien, desde hace más de una década decidí introducir un plato nuevo dentro de los clásicos. Señoras y señores, les presento el buñuelo colombiano. El buñuelo, sin lugar a dudas, es una comida que no debería faltar en ninguna casa judía en Janucá. Sigamos los requisitos de la Halajá, es hecho con queso y es frito. Para aquellos que no lo saben, el queso israelí, ese mismo que le dio Yehudit al regente, es extremadamente salado, así como lo es el queso costeño colombiano utilizado para los buñuelos. En nuestro caso, cambiamos un queso por otro y Kashrut del asunto resuelto, tenemos un plato más para Janucá. Lo mismo se puede hacer con empanadas de queso o con los tequeños venezolanos. En los países de la diáspora donde vivimos podemos encontrar muchos platos semejantes y no por ello se está siendo víctima de la asimilación. 

En Janucá, y en todo nuestro judaísmo, no se trata de establecer quién es más observante o quién sigue más rigurosamente la Halajá. Hoy en día, cuando el grado de asimilación dentro de nuestro pueblo ha llegado a un porcentaje tan abrumador, le debemos tener aún más apego y cariño a esta festividad, cualquiera sea el nivel de observancia que se tenga hacia la misma. Igualmente, debemos ser más indulgentes con nuestras opiniones hacia aquellos que optan por vivir una Halajá menos estricta o por aquellos que quieren vivirla solo bajo la perspectiva más estricta. Es indudable que necesitamos ser más compasivos unos con otros y entender que existe la diferencia dentro de nuestro pueblo. Todos somos judíos y todos pertenecemos a un solo pueblo. Que Janucá nos inspire a ser esa luz todos los días de nuestras vidas. 

En memoria de la madre de mi muy querido amigo y hermano, Mordejai Ben Shmuel, la señora Braine Bat Zev.