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Carta abierta a don Enrique Santos Calderon

Por: Jack Goldstein

Con motivo de su intervención en el conversatorio
“¿Aprendió la Humanidad las lecciones del Holocausto?”
Academia Colombiana de Historia, 10 de Febrero.

Sabias las palabras del Dr. Moisés Wasserman al referirse a la banalización del Holocausto como uno de los grandes retos que enfrentamos en la actualidad a la hora de aprender lecciones del pasado. El Genocidio goza de una definición universal y flaco favor se le hace cuando un presidente como Maduro tilda de “fascista” a cualquier opositor, o cuando una masacre en un bar, por horripilante que sea, es tildada de “genocidio”. Otro reto es saber opinar y discutir correctamente del tema cuando la ocasión lo amerita.

No seré quien salga a defender todas las políticas de Netanyahu. Para el caso, he advertido acá múltiples veces de los riesgos que veo en la radicalización de ciertas posiciones en Israel, muchas inspiradas en textos religiosos y otras como reflejo de una angustia existencial válida. No fundamento mi apoyo al Estado de Israel en promesas divinas y por el contrario, considero que el mérito de su pueblo está en todo lo que no es divino, en su capacidad de adaptarse, regenerarse y de ser práctico. Para mí, todas las religiones son protagonistas por excelencia de los capítulos más turbios de la historia, pero ni creo que todas lo sean por igual ni que posean la misma predisposición o patente de corso para hacer el mal.

Opino que discutir las amenazas al pluralismo y a la justicia es lo que hace de Israel la más atractiva de las democracias del mundo. Si, lo digo sin titubear y a mucho orgullo. El mérito de ese Estado está, Don Enrique, en comprometerse a defender la justicia y la democracia precisamente cuando sus enemigos, dentro y fuera de sus fronteras, libran múltiples guerras para exterminarla, cuando su población es un arcoíris en agua y aceite de culturas, razas, religiones, tradiciones, orígenes geográficos y posiciones políticas; cuando se es líder a nivel mundial en la generación de ideas, patentes o libros; cuando cada metro cuadrado es un espacio vital y a la vez un testimonio de la presencia de algún dios, profeta o mesías, y se es centro de pasiones para las religiones que representan a media humanidad. Distará de ser perfecta la sociedad israelí, pero ser democrática cuando cada decisión es existencialista no es sólo admirable sino constituye un ejemplo para la mayoría de las naciones, muchas que aún ni visualizan esos dilemas y objetivos sociales.

El mérito de una sociedad y un estado no está en ser perfecto. Está en saber actuar, errar y corregirse para perdurar. Está, por ejemplo, en ser capaz de encarcelar a un Primer Ministro y a un Presidente, o en abrir más de 50 investigaciones por posibles violaciones a las reglas de la guerra y juzgar o absolver según corresponda, incluso adelantándose a las acusaciones tendenciosas de la ONU que están preocupándolo.

Sí, Don Enrique, como a usted, me preocupa ver que la Corte Internacional considere acusar a Israel por crímenes de guerra, pero no por lo que usted piensa. No me preocupa que quien fuera la primera nación en germinar del seno de la ONU sea irónicamente la primera en ser condenada penalmente por la misma ONU; por el contrario, me preocupa el estado de nuestro mundo cuando considera que éste sea el caso a juzgarse. Me preocupa más bien por el precedente que deja, por ese tufillo antisemita que deja al sumarse a la vergonzosa estadística que enseña que la mayoría absoluta de condenas en la ONU se dictan contra Israel y no contra la sumatoria de Cuba, China, Norkorea, Iran, Congo y afines. Porque, si bien podemos especular que ningún pueblo es libre de cometer atrocidades, en Ruanda, Siria, Iraq, Sudan, Serbia y Croacia se reirán porque ahí ya las cometieron y nadie las condenó, y porque en Colombia tampoco pasará nada, porque como usted también dijo, llegará el momento en que las ilusiones de acariciar una paz se impondrán sobre las necesidades de hacer justicia; porque la necesidad de hacer la paz callará la necesidad de hacer historia. Me preocupa porque Hamas y Hezbola bailarán de la dicha gozando del perverso fruto de sus acciones mientras se relaman de la dicha en medio de la inmunidad de sus status. Me preocupa, porque veo entre la Inteligencia un afán de equiparar a Israel y al pueblo Judío con los demonios que perturban sus conciencias liberales, como quien queriendo “empatar” se limpia de toda culpa sacando de contexto y proporción, afanosamente y sin el menor análisis, cualquier acto de algún israelí o judío con el único fin de igualarlo con el peor de los crímenes de la Humanidad y poder decir que “al fin y al cabo todos los humanos somos igual de malos”.

A Noruega le aplaudo su vocación nacional de prestarse para acompañar los procesos de paz en países como Colombia e Israel, pero su democracia no me impresiona y presentarla como ejemplo a seguir me molesta. Inundada en petróleo, su población se mantiene bastante homogénea, permitiendo escasos flujos de inmigración para poder jactarse de pluralista. En Noruega, la amenaza a su soberanía sólo puede venir de focas, ballenas y de suecos perdidos en lo profundo de la tundra cazando venados. Además, la intervención de su colega panelista, Diana Uribe, estuvo históricamente equivocada cuando alegó que Noruega y su casa real se portaron a la altura de los daneses y su rey. Valga la pena resaltar que Noruega, además de haber colaborado abiertamente con los Nazis, es hoy un país prácticamente Judenrein, en triste homenaje a ese legado. Para mi gusto, el único ejemplo meritorio en la Europa moderna es, curiosamente y por múltiples razones, Alemania.

El pueblo judío perdió en las cámaras de gas y crematorios a 6 millones de personas, entre ellos a millón y medio de niños, equivalentes a una tercera parte de su población mundial, a más de la mitad de su población europea y casi la totalidad de comunidades antiquísimas en países como Polonia, Hungría, Lituania o Grecia. Fueron prácticamente exterminadas por la voluntad expresa de un gobierno y de varios pueblos que felizmente se prestaron para perpetrar el crimen. Los nazis y sus colaboracionistas cometieron genocidio sobre a una población indefensa, patriota, que hacía parte integral de su sociedad y aportaba con orgullo a ella. Hoy en día, grupos como Hamas y Hezbola, con el apoyo de países como Irán, mantienen vivo en sus Protocolos la misma determinación Nazi de eliminar a Israel y de erradicar a la población judía de esas tierras. A Israel no se le puede acusar de algo ni remotamente similar con su minoría palestina o con sus vecinos árabes. Israel peleó una guerra contra Hamas pero no una guerra contra el pueblo palestino. Esos antisemitas que denuncian el supremo poderío judío mundial les queda imposible explicarnos cómo es que Israel, después de 65 años, no ha querido eliminar a esos enemigos a quienes describen como débiles y pacíficos.

Los palestinos pasaron de ser 700 mil en 1948 a ser 7 millones hoy, una cifra que de por sí invalida cualquier argumento de genocidio. A diferencia del judío del gueto, el pueblo palestino ha estado armado. Gaza fue una guerra entre ejércitos, cosa que el Holocausto Nazi nunca lo fue. Desde Gaza dispararon en los últimos años unos 15.000 misiles contra poblaciones civiles judías antes de iniciarse la guerra del pasado verano. Desde la fundación del Estado de Israel, los palestinos y las naciones árabes han luchado múltiples guerras para aniquilar a la joven nación. Las guerrillas palestinas atacaron a Israel mucho antes de que hubiese territorios ocupados pero curiosamente nada hicieron para eliminar de sus tierras a los usurpadores Jordanos y Egipcios del año 48. El tema, entenderá usted, Don Enrique, más que de tierra, es de antisemitismo. Dentro de la democracia israelí siempre ha habido cabida para congresistas árabes que abogan por la destrucción del mismo estado que los eligió. Si bien no es posible poner límites y cuantificar cuántos muertos son muchos, poner a la par 2.000 muertos en Gaza con 6 millones en el Holocausto, en fondo y forma, es una aberración. Sabrá usted que en Gaza, cerca del 80% de los muertos el año pasado fueron jóvenes entre 15 y 30 años empuñando fusiles y disparando misiles, y los otros muertos fueron víctimas civiles de la propia cobardía de quienes, mientras dicen a CNN, Telesur o a El Tiempo que están luchando para defender los Derechos Humanos de sus hijos y mujeres, los usan como coraza protectora para alimentar la sed amarillista de periodistas ligeros porque su razón de ser es la hacer de sus familiares mártires de la fe. Varias han sido las veces desde 1938 incluso, en que Israel ha ofrecido establecer un Estado Palestino soberano. Eso no es de un genocida.