Por: León Celnik
A principios del 2012, en Turquía se estableció como lectura obligatoria por los niños en las escuelas, un texto con la falsa noción de que Darwin era judío (aunque él mismo se consideraba librepensador, fue bautizado en la iglesia anglicana), dibujado con nariz enorme y rodeado de simios, para desvirtuar el concepto de la evolución como una toxina venenosa esparcida por los judíos. El año pasado, el presidente Erdogán prohibió definitivamente enseñar la teoría de la Evolución, contraria, según él, a las doctrinas predicadas por el fundamentalismo musulmán y de paso aprovechar para emponzoñar aún más la noción de antisemitismo rampante instituida por su retardatario gobierno, en un país que, por cierto, ya en las últimas décadas del siglo XX había logrado distanciarse de las otras naciones árabes por su liberalización y secularismo tolerante.
Esto no sería extraño en un estado del medio oriente, pero ¿cómo explicar que, en los Estados Unidos de América, el supuestamente más liberal, laico y avanzado país del orbe, solo hasta 1967 se permitió legalmente -pero con restricciones, la enseñanza de tales nociones, ya que antes de esa fecha era penada con cárcel hacerlo? Aún hoy en día varios Estados, desacatando la ley federal, las impiden oficial o extraoficialmente. ¿Y como es posible que en pleno siglo XXI, la tercera parte de su población rechaza la teoría de la Evolución, así como que 1 de cada 8 profesores de biología de secundaria presenta el Creacionismo como científicamente creíble y demostrable, en contraste con la aceptación por parte del 98% de los científicos acreditados del mundo de la teoría Darwiniana y sus largamente comprobadas y transcendentales aplicaciones genéticas?
En su libro “Sobre El Origen de las Especies por medio de la selección natural” de 1859, Charles Darwin establece los fundamentos de su teoría de la Evolución y presenta evidencias sobre la biología evolutiva, basada en hechos evidentes y sus consecuencias en el desarrollo de la naturaleza, en contraposición con lo hasta esa fecha establecido irrefutablemente por las religiones occidentales en cuanto a que todo lo que existe fue creado de acuerdo a lo escrito en el Génesis, primer libro de la Biblia, lo que se denomina comúnmente como Creacionismo.
Por a la idiosincrasia y el libre albedrío de buena parte del pueblo hebreo, hay toda una gama de enfoques sobre el tema, desde la negación absoluta de la Evolución hasta su aceptación absoluta, todo ello dentro del contexto de la Torá (Pentateuco; los cinco primeros libros de la Biblia).
Rechazan totalmente la teoría. Ellos consideran que la Torá es textual y contiene las verdades universales literal e históricamente al pie de la letra y no aceptan interpretación diferente. La mayoría veta la lectura de textos divergentes de cualquier índole, aun cuando algunos de sus propios fieles como el Rebe Natán Slifkin, se haya dispuesto a aceptar en sus libros tal hipótesis, conciliándola con la idea de que D’s creó varios mundos antes del actual como lo manifiesta el Midrash (comentarios e interpretaciones de la Torá oral y escrita).
En general, hay partidarios de ambas tendencias, con un mayor número a favor de la Evolución. Estos últimos, particularmente los científicos y estudiosos consideran que se puede concordar el contenido de la Torá con esta teoría, argumentando que la Biblia y la proposición científica moderna describen el mismo proceso, pero en términos diferentes. El Concilio Rabínico de América, afiliado a la prestigiosa Ortodox Union (OU), sostiene que la teoría de la Evolución, adecuadamente interpretada, no es incompatible con la creencia en D’s ni con el Génesis. Por otro lado, el físico israelí, Gerald Schroeder, ha empleado la teoría de la Relatividad de Einstein para explicar como 6 días de creación podrían ser equivalentes a 15 mil millones de años de evolución. Ellos no están solos: tenemos una larga tradición histórica de pensadores judíos que consideraban que la Biblia no se debía tomar literalmente. Desde los talmudistas de Babilonia hasta el propio Maimónides, quien afirmó que “Si la ciencia y la Torá no coinciden, es porque, o bien la ciencia no ha sido comprendida o la Torá ha sido malinterpretada”. Vemos entonces que, a diferencia del razonamiento de algunos Creacionistas, varios movimientos ortodoxos judíos modernos están abiertos a múltiples interpretaciones del Génesis a través de la “tradición oral”, “Tora she be al peh” y el “misticismo judío”, asociado con la Kabala.
Aceptan totalmente la teoría de la evolución aduciendo que respalda y corrobora el entendimiento de los orígenes del mundo, así como la unidad de la vida y desarrollo de la naturaleza. Como dato curioso, el importante kabalista del siglo XIII E.C. Rabbi Isaac de Akko, discípulo de Nahmánides, sostenía que “El universo tiene aproximadamente 15 mil millones de años”, cifra pasmosamente igual a la admitida por los científicos actuales.
Los más radicales expresan su total oposición a la textualidad de las Sagradas Escrituras, aduciendo que se trata de documentos compilados y escritos por hombres, para gente de su época y nada tienen que ver con la realidad actual, misma que solo la ciencia puede explicar. Steven Pinker, pensador y psicólogo judío/ateo, argumenta que solo la teoría de la evolución explica la complejidad de los orígenes de la vida y que “Ningún dios podría haber creado un mundo con tantas fallas en su diseño”.
Los últimos desarrollos científicos aseguran haber confirmado con aún más argumentos la teoría de la Evolución y logrado armonizarla con los conceptos bíblicos. La teoría del Big Bang, ampliamente aceptada por la inmensa mayoría de los científicos y pensadores mundiales de nuestra era, concuerda con la Biblia en que el origen de todo se dio en un punto y momento en el tiempo, inicio de cuanto existe en nuestro universo, ya que antes no habría habido materia, ni espacio ni tiempo. Así, podría intuirse la mano de Dios en todo este evento.
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