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La tumba de Noé y las reliquias de su Arca: un comentario complementario

Por: Roberto Gerstenbluth

A mi muy estimado Jack, donde quiera en el mundo que se encuentre navegando, un complemento sobre su columna del pasado 19 de Julio.

La tradición Judía ha optado por privilegiar la santidad del tiempo y de la persona humana, sobre la santidad del espacio físico o del suelo.

En la Parashá de Shemot, la primera sección del libro de la Torah que lleva su mismo nombre, se narra el episodio de arbusto ardiente. Ahí la instrucción es clara: Éxodo capítulo 3 versículo 5; “No te acerques más –dijo Dios –. Quítate los calzados de los pies. El lugar en que estás parado es tierra sagrada”.

Esta instrucción: Quitarse el calzado al estar parado sobre tierra sagrada se repite en otras pocas oportunidades. Sin embargo, los libros de historia no dan reporte de la búsqueda arqueológica de aquellos lugares. 

Dice la tradición que el arbusto debe estar ardiendo hasta nuestros días, luego no sería una empresa complicada encontrarlo. ¿Por qué no hay un grupo de expertos de la universidad de Anatevka dedicados a esta búsqueda? ¿Por qué no hay allí una enorme sinagoga? No será por falta de financiación.

Mucho más adelante en el libro de Vayikra, Parashat Matot, se hace un listado de las 42 estaciones y campamentos donde pernoctaron los hijos de Israel durante su travesía por el desierto. 

Tenemos los nombres, tenemos los mapas, tenemos la fuerza, ¡Vamos, vamos a su conquista!, hubiera sido el grito de la legión cruzada judía en la edad media (¿“estrellada” hubiera sido un calificativo más exacto?). Pero no, la historia no nos cuenta sobre un grupo de sacerdotes conquistadores judíos que hubieran ido en la épica gesta. ¿Por qué? 

Podríamos haber construido en cada uno de estos 42 lugares un templo que hiciera honor al mishkan que allí construyeron los viajeros. En 42 sitios armaron y desarmaron el tabernáculo y allí hicieron sus sacrificios para Dios. ¿Por qué hoy no tenemos 42 lugares sagrados? ¡Imaginemos!, ¡42 enormes santuarios de peregrinación!

Vamos a la Parasha Terumah, de nuevo en el libro de Shemot allí se nos enseña todo lo referente a la construcción del Mishkan. El texto viene con otra observación interesante: Una vez todo el santuario estuviera armado y dispuesto, la gente habría de ser convocada y reunida y justo en ese momento, con la comunidad reunida, Dios promete “Habitar” en medio de ellos. 

 42 veces armaron y desarmaron el mishkan, 42 veces se reunieron en torno a él y 42 veces Dios habitó en medio de ellos. 

Son 42 motivos para armar una “estrellada” muy bien organizada e ir a la búsqueda de estos 42 lugares. ¿No?, pues no: la historia del pueblo judío no relata sobre esta aventura épica. ¿Por qué?

Porque la tradición Judía ha optado por privilegiar la santidad del tiempo y de la persona humana, sobre la santidad del espacio físico o del suelo.

En medio. No en frente, no sobre ellos. Pero si junto a ellos como uno más. No en virtud a la presencia de un sacerdote, no por la construcción misma del templo portátil, habitara Dios en medio de ellos simplemente en honor a la comunidad misma compuesta por personas corrientes. Es la acción de reunir personas la que invita a la presencia divina. 

Cada vez que un grupo de judíos, al día de hoy, se reúne con el objeto de cualquier celebración, de acuerdo al texto de Terumah, garantiza la presencia de Dios allí, en medio de ellos. No es la participación de un sacerdote; no es la magnificencia del edificio; no es la presencia de un rollo de la Torah. Nada de eso: es la presencia de la gente. 

Además es la presencia de un número determinado de personas: diez. No el disfrute de un cierto número de metros cuadrados de construcción.

La tradición privilegia a la reunión de personas. No ocurre lo mismo con las edificaciones.

Pero la tradición empodera un elemento aún más intangible: El tiempo.

El calendario judío es prueba de ello. Marcamos el inicio y el final de cada día. Elevamos a la calidad de santo, el final de cada semana. Tenemos un momento especial para marcar el final de cada mes. Marcamos de forma especial el paso de cada una de las estaciones, para cada una de ellas tenemos una festividad especial. 

Una vez a la semana se nos indica marcar el paso del tiempo destinando un día, 24 horas, a la introspección personal y al descanso. Marcamos su inicio y su final con rituales especiales. Durante el santo Shabat, consagramos el tiempo.

En la Havdalah tenemos una bendición en la cual agradecemos a Dios por darnos la capacidad de diferenciar entre lo sagrado y lo profano:

“Bendito eres Tú, Dios nuestro, Rey del universo, que separa entre lo sagrado y lo mundano, entre la luz y la oscuridad, entre Israel y las naciones, entre el séptimo día y los seis días de trabajo. Bendito eres Tú, que separa entre lo sagrado y lo mundano”

La luz y la oscuridad. 

El pueblo de Israel (la gente) y las demás naciones. 

El séptimo día y los días normales. 

Agradecemos por las personas y por el tiempo, no agradecemos por el espacio material, por el suelo.

 Quizás es por esto que no hemos emprendido la búsqueda del arbusto ardiente, porque la importancia del suelo material es muy inferior a la importancia de las personas con sus interacciones en comunidad y en el tiempo que nos ha sido dado para existir.