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Mi humilde opinión respecto a la nueva Ley Nacional Israelí

Por: Jack Goldstein

Quise dejar pasar unas semanas para decantar las aguas antes de opinar en voz alta. No quise apresurarme a condenar lo que mi instinto me decía que era equivocado. Ley, analicé, pensé y llegué a la misma conclusión: No la considero conveniente.

Sí, yo sé que existen otros países que por constitución son cristianos, budistas o islámicos y por ende no debiera haber problema ni vergüenza con que solo uno sea judío. Sé que hay países donde la nacionalidad del pueblo es lo que les da su razón de ser y que las convierten en el hogar nacional de esos pueblos. Israel no debe ser la excepción. También tengo claro que difícilmente esos países enfrenten riesgos tan existenciales y continuos como Israel y que, del otro lado de la ecuación, cualquier proyecto de Estado palestino no toleraría a un ciudadano judío. Soy consciente que en Colombia cantamos en el himno de un país secular “al que murió en la Cruz” o a “la virgen que en agonía arranca sus cabellos”, pero eso nunca me ha hecho menos colombiano. Pero no creo que esos argumentos sirvan para darle validez a esta nueva ley. Bien manejado, Israel puede seguir siendo el mismo país para el que fue fundado sin tener que acudir a esa legislación. La considero innecesaria.

Evidentemente, Israel debe defender su futuro como el Estado que fue imaginado hace 120 años y establecido hace 70, pero para eso considero que el plan de acción debe ser otro. La realidad en el terreno así lo exige y el tiempo corre. Las soluciones a los grandes retos implican decisiones osadas y riesgosas. Pero eso no se hace degradando de status un idioma oficial. A Ucrania ese chiste le costó Crimea y sus provincias orientales. Eso no se hace absteniéndose de utilizar lenguaje democrático e incluyente en su redacción. Las minorías nacionales justamente se incomodan y se ofenden, especialmente aquellas que nos han sido fieles y han derramado su sangre por una Israel que sin esa Ley también la reconocían como judía. Considero peligroso retar los conceptos de ciudadanía. Israel no es el demonio que BDS y las hordas antisionistas de derecha e izquierda quieren pintar, pero cada vez se hace más difícil hacer una defensa mesurada del accionar del gobierno. Si esa Ley es la que llegase a defendernos de convertirnos en minoría, entonces sí seremos el apartheid que ni somos ni queremos ser. Israel no debe dejarse acorralar y desesperarse ante las amenazas. Precisamente eso ha hecho parte de su grandeza y excepcionalidad. Por apegado que me sienta a Israel y a su razón de ser, considero que todo nacionalismo es siempre peligroso.

Siento también que esta ley, aprobada pírricamente y tras gran desgaste, terminará siendo nociva, ante todo, para los mismos judíos. La ley es sospechosa, cuanto menos, para la diáspora y para la mayoría no ortodoxa de nuestra judería. Muy posiblemente nos lleve a nuevas y odiosas definiciones del eterno cuestionar de “quién es judío”. Mal manejada, podrá convertirse en un boomerang que llegue a minar nuestra unidad de pueblo, esa que por mezquindades nos llevó a humillantes derrotas hace dos mil años. Nos dividimos internamente mientras el enemigo exterior se relamía en la victoria.

Pero la Ley podrá convertirse, sin quererlo y muy en contravía de su propósito, en un mecanismo de renovación nacional que lleve al pueblo israelí y al pueblo judío en general, a generar nuevas respuestas a nuestros trascendentales dilemas. Los soldados y oficiales drusos retirándose del ejército, las marchas de judíos unidos a drusos y árabes protestándola en las calles, las campañas para aprender Árabe, son síntoma de una sociedad inquieta y pensante, autocrítica, que quiere evolucionar y mejorar, y que podrá encontrarle una salida más eficiente a sus prerrogativas nacionales sin tener que plasmarla en ley.