Por: Vivianne Tesone
Hace casi un año, poco después de que finalizara la Feria del libro de Bogotá, estaba conversando con una prima de 13 años. Ella me contó que había ido a la feria del libro con el colegio y que el único requerimiento era que tenían que leer uno de los libros comprados.
Después de quejarme por unos minutos de que en mis épocas escolares nunca me llevaron a la feria, le pregunté qué libro había escogido. No me acuerdo exactamente cuál era el título, pero ciertamente no era algo que imaginé que escogería una adolescente.
- ¿Y te gustó? - pregunté.
- Está como aburrido… Leer es como aburrido.
Pregunté entonces, “¿por qué no escogiste otra cosa, como Los Juegos del Hambre?” y mi prima respondió que el profesor le había dicho que esos libros y cualquier Best Seller no contaban como literatura porque los autores solo los escriben para ganar dinero.
Dejando de lado que eso es lo mismo que decir que un edificio no es realmente arquitectura porque los ingenieros aspiran lógicamente que les paguen por su trabajo, quiero detenerme un momento a analizar esta noción de que hay libros que podemos llamar literatura y libros que no.
Neil Gaiman, reconocido autor de literatura infantil, juvenil y de fantasía, escribió un ensayo en el que invita a los padres a celebrar la lectura de sus hijos, cualquiera que esta sea, y dejar de mirar con malos ojos aquellos escritos que consideremos “populares” o “de moda”.
Una de mis profesoras de literatura en la universidad decía que había dos tipos de lectores, el lector de escritorio y el lector de hamaca. El lector de escritorio está sentado con un lápiz y papel, listo a tomar apuntes, complementar fuentes y resaltar frases de interés. El lector de hamaca es el que se relaja con un libro en mano y se deja transportar a otro mundo. No hay nada mejor que ser un lector de hamaca.
¿Por qué le negamos entonces a los jóvenes este placer? ¿Por qué les decimos que hay literatura que sí vale la pena y literatura que no cuenta?
Gaiman resalta en su ensayo la importancia de impulsar a los niños y jóvenes a leer lo que ellos quieran, a que lo vean como el placer que realmente es y no como una tarea impuesta. Así, naturalmente, en su exploración por la literatura, ellos mismos migraran a leer todo tupo de libros, incluyendo aquellos que consideramos “alta literatura” y lo disfrutarán más porque llegarán orgánicamente, y en su momento.
Mi mamá me volvió adicta a los libros desde pequeña. Ella me leía historias y cuentos cada noche antes de dormir, lo que solo abrió más mi apetito por la literatura. Cuando estaba en el colegio y mis amigos decían que no les gustaba leer yo no entendía de qué hablaban. ¡Era como decir que no les gustaba la televisión!
Pero claro, después de la primaria las clases de español estaban plagadas de libros tediosos como Fuente Ovejuna, María o La Llamada de la Selva; libros que hasta hoy en día me producen un leve letargo al solo pensar en ellos. Mi profesora de Cervantes en la universidad decía que no hay nada más cruel con los jóvenes y con Cervantes que obligarles a leer el Quijote a los 13 años. Lo que es una tarea horrible a los 13, puede ser un gran placer a los 22.
En lo que creo que fallan algunos profesores y adultos es en que se empeñan en mostrar la literatura como un televisor estancado eternamente en Señal Colombia —con solo programas educativos y culturales— e ignoran que hay un sin número de canales con un sin número de historias para el gusto de cada persona.
En los últimos años ha ocurrido un boom de literatura para jóvenes adultos o “Young Adult”. Este genero que el profesor de mi prima miraba con desdén ha creado cientos de miles de lectores jóvenes en el mundo. Adolescentes emocionados por la lectura, que esperan con ansias el último libro de la saga, que dicen cuando sale la película en cines “el libro es mejor”.
Esos mismos adolescentes que se emocionan con sagas de Cassandra Claire y James Dashner, después buscarán a Tolkien y Asimov, descubrirán a Virginia Wolf y Nicole Krauss, explorarán a Murakami y Chejov, volverán a clásicos como El Quijote y Crimen y Castigo, le darán la oportunidad a la Vorágine y Cien Años de Soledad. Los amarán o los odiarán, como es derecho de todos, y leerán cada vez más. Y si de vez en cuando vuelven a Harry Potter lo harán como quien ve de nuevo una película favorita, sin olvidar que hay todavía muchas historias por descubrir y muchos libros por leer.