Por: Jack Goldstein
La teoría dice que no debemos acudir a brujerías ni amuletos, pero nuestro folklore, como en cualquier pueblo, está lleno de agüeros, amuletos y rezos para protegernos de fuerzas oscuras y malignas. Algunos acuden a la Hamza y a rezos de rabinos milagreros. Pero una versión más aceptada y fiel a la ortodoxia, es acudir a los ángeles, aquellos alfiles de Dios que aparecen desde antes de la creación y quienes, en su sentido más preciso, son mensajeros de la Divinidad.
Los hay corresponsales, guerreros, sanadores y caídos. Hay ángeles, arcángeles, serafines, ofanim, bestias sagradas (jayot hakodesh) y otras 5 o 10 clasificaciones diferentes según la fuente (Maimónides, Kabala, etc). Los rabinos enseñan que con cada mitzva que hacemos creamos un ángel que se convierte en nuestro protector personal. Algunos ángeles tienen misiones únicas y muy definidas, pero otros son repetidos protagonistas de importantes capítulos de nuestra historia sagrada.
Los arcángeles, aquellos ángeles con jerarquía, son cuatro. Son a quienes les cantamos al entrar el Sábado el famoso Shalom Aleijem. Ellos son Mijael, Gabriel, Uriel y Rafael. Mi tía abuela me enseño desde muy joven a que, después de recitar el Shemá de la noche, le debía rezar a ellos para que me protejan, y esa costumbre la sigo hasta hoy. A pesar de tratarse de algo eminentemente contradictorio con tantas cosas que predico, es una parte muy personal e íntima de mi cotidianidad. Cuando sintiéndome ya derrotado, sorpresivamente, la situación se mejora, no puedo dejar de pensar en mis cuatro guardaespaldas.
En su honor, acá va la fórmula protectora:
Bibliografía
Myjewishlearning.org
Asktherabbi
Chavar.org