Por: Jack Goldstein
El Faraón no se amilanó al oír las amenazas proferidas por el tartamudo de Moisés. Pero poco sabía que, en simultánea, un enemigo peor comenzaba a rugir: el volcán en la isla de Santorini. Para cuando Moisés se aburrió de exigirle al Faraón que dejara salir a su pueblo libre, el volcán finalmente hizo erupción. El milagro sería pues, que estos hechos se dieran en paralelo. Esa isla, que hoy es destino predilecto de cruceros y lunamieleros, estalló como pocas veces se ha registrado algo así en la historia de la humanidad. Seguramente, hace 3.300 años, la actual Santorini era una isla grande y verde, circular y con una cima alta por cuenta de su imponente volcán. Pero de eso queda hoy medio filo de la caldera y dos promontorios medianamente activos en el centro del anillo. El resto, o bien se sumergió, o en átomos voló, como aquel célebre prócer de la independencia. Fue tan grande la explosión, que un gran tsunami se desplazó hacia el sur y destruyó media isla de Creta, acabando con la civilización minoica. Posiblemente, ese desastre también puso a navegar a otros pueblos que eventualmente llegaron a asentarse en la actual Gaza y que fueron conocidos como Filisteos, de donde se deriva el término Palestino.
Explosiones como la Santorini con efectos devastadores a larga distancia están registradas en la historia más cercana y no me refiero a la nube radioactiva de Chernobyl que arrasó el norte de Europa hace 35 años. Por ejemplo, hace tan solo diez años, una erupción en Islandia afectó la navegación aérea de toda Europa durante cosa de una semana, por efecto de la nube de cenizas que arrojó. Más dramática fue la erupción del Krakatoa, hace siglo y medio en Indonesia. La isla terminó partida en dos, y la nube de humo cubrió buena parte del planeta. La fotosíntesis se dificultó por la oscuridad reinante, y las temperaturas mundiales se dice que bajaron hasta en 2C durante varios meses. En Irlanda, las cosechas se arruinaron y eso trajo como consecuencia la gran Hambruna de la Papa que obligó a más de la mitad de la población de la isla a migrar a Estados Unidos.
Y ¿Qué tiene todo esto que ver con el éxodo de Egipto? Pues que la nube de cenizas arrojada desde Santorini fue tan grande que se desplazó hacia el sur del Mediterráneo y cubrió la zona del Delta del Nilo, justo mientras Moisés amenazaba al faraón con una plaga de oscuridad. Y la oscuridad hizo que la fotosíntesis no se diera y que las cosechas se perdieran y que el ciclo de la vida se afectara. Los bejucos que crecían sobre el Nilo se secaron, los peces no tuvieron de qué alimentarse, murieron y se pudrieron, las aguas se tornaron rojas y no oxigenaron, los anfibios tuvieron que salir del Nilo y afectaran los campos. La pestilencia reinó, las vacas se enfermaron y sufrieron de llagas y Egipto enteró se afectó seriamente con langostas.
Para ilustrar esto mejor, en el siguiente video podrán gozarse esta explicación y asombrarse del parecido que existe entre nuestra Hagadá y algunos papiros egipcios desenterrados:
¿Qué cómo explica eso la muerte de los primogénitos? Para eso les dejo este video, de otra erupción volcánica, ésta más curiosa aún:
Nyos, en Camerún, es un volcán que encierra un gran misterio. Hace unos 30 años, una misteriosa nube de gases ascendió de sus profundidades y cubrió rápidamente la superficie de las tierras circundantes. En cuestión de minutos, miles de personas y un mayor número de cabezas de ganado habría de perecer mientras dormían, sin si quiera haber tenido la capacidad de reaccionar y escapar de ese Angel de la Muerte. Las hipótesis dicen que en una sociedad como la egipcia de hace tres milenios, los primogénitos gozaban del beneficio de dormir bajo techo, en casas formales y cerca del Nilo, mientras que el resto de la gente dormía a la intemperie, sobre los tejados o retirados del verde Delta. Eso hizo que, irónicamente, los menos privilegiados sobrevivieran y los primogénitos murieran en masa.
Les dejo entonces estas explicaciones científicas a uno de los grandes capítulos de nuestra querida historia y que capaz hacen más digeribles las narrativas de nuestro génesis.