Imprímeme

El craso error de Herzl

Por: Jack Goldstein

La historia en que baso este artículo tiene ya algunos meses, pero precisamente la considero relevante y valedera porque, después de que cesan las pasiones, el sentimiento que me deja es el mismo y la necesidad de expresarme se mantiene firme.

Preocupado por lo que sería una masiva violación del Shabat frente a millones de televidentes en todo el mundo, el gran rabino Ashkenazi, David Lau, le rogó al universo de judíos piadosos en Israel extender la observancia del shabat por 20 minutos durante el sábado que coincidió con la final de Eurovisión (Jerusalem Post Staff, mayo 17). Su fórmula para el sabotaje consistía en encender velas 10 minutos antes de lo normal, y hacer Havdalá 10 minutos más tarde de lo acostumbrado. Netanyahu tuvo que disculparse ante las elites religiosas explicando que Eurovisión no era un proyecto patrocinado por el Estado y que la mayoría de los involucrados en su realización ni eran judíos, dos forzadas aseveraciones en épocas en que negociaba su frustrada coalición. Resulta pues que el shabat pareciera estar regulado por el “qué dirán los goyim” y que la solución está en ser más papista que el Papa, o en este caso, en ser más divino que Dios. La teocracia se acerca a pasos agigantados. Este dilema de las apariencias me recuerda una discusión en el Colegio Colombo Hebreo hace unos 35 años a raíz de unos partidos de fútbol de Uncoli que se jugarían en sábado y si eso constituía o no un mal ejemplo ante la sociedad en general.

Vino a conocerse después de la exitosa Eurovisión que, durante las negociaciones para formar su gabinete, Netanyahu estuvo dispuesto a concederles a los partidos religiosos la segregación de ciertos espacios públicos entre hombres y mujeres. En el Violonista en el Tejado no recuerdo que Tevie anduviera por una acera y que su esposa y cinco hijas lo hicieran por la otra, y tampoco recuerdo que, al cruzar el Mar Rojo, hombres usaran la calzada derecha y las mujeres la izquierda. De ser así, estoy seguro de que la Hagadá lo diría. 

A veces, una sencilla palabra o artículo terminan afectando trascendentalmente el sentido de las cosas. Por ejemplo, aquella resolución de la ONU que en un idioma habla de “retirarse de territorios ocupados” pero que en otro idioma dice “retirarse de los territorios ocupados”. Tres letras que implican la diferencia entre negociar el todo o una parte. Eso pasó con Teodoro Hertzl cuando escribió su famoso libro “El Estado Judío”. Si bien tuvo la clarividencia de atinar en 1898 que tomaría 50 años lograr la meta de establecer un estado soberano, falló al no calcular que tomaría otros 70 años para ver que el estado comenzara a verse inviable para algunos judíos. ¡Qué lamentable tristeza!

Así llegamos nuevamente al trillado y peligroso tema de quién es judío. La Ley de Retorno requiere tener al menos un abuelo judío, como venganza a las definiciones estipuladas por nazis quienes consideraron que con solo tener un zaide o bobe judíos, podían condenar a alguien a la muerte. No obstante, hoy en día, aplicar la Aliya resultar ser un proceso muy complicado y mal regulado, entre otros, para conversos, etíopes o Bene Menashe. Si eso no fuera suficiente, Israel parece ser un país que garantiza la libertad de culto a los adeptos de cuantas religiones existan, salvo a judíos que sean ateos, conservadores o reformistas.   El proyecto sionista, diseñado por ilustrados liberales, está hoy en manos de fuerzas cada vez más radicales y religiosas, que se destacan precisamente por no apoyar al Estado mismo. Irónicamente, instituciones como la Gadol Rabanut fueron creadas, no por nosotros, sino por los británicos imperiales. Quienes no entienden la realidad israelí, seguramente estarán perdidos leyendo estas líneas pensando que algo me habré fumado.

Entiendo que suena irónico que buena parte de la población judía en Israel sea eminentemente secular (para no usar el término “asimilada” que sería ridículo ya que es imposible asimilarse a uno mismo). Algún madrij en Israel me comentó que no concebía la idea de un Israel que no fuese religioso, pues hacía ilógico todo el esfuerzo sionista. El rebe Schneerson de Lubavitch solía usar una frase con bonita resonancia para describir su tibia relación con Israel, una donde apoyaba el sionismo exclusivamente si el movimiento fuera religioso, o sea, si se trata de una teocracia antidemocrática. Si bien Chabad fundó su propio pueblo en Israel y claramente ha apoyado de madera decidida a la población del país y a sus soldados, mantiene una postura distante con el sionismo. Por lo general (salvo para ciertas ocasiones fotogénicas), los miembros de Lubavitch evitan usar banderas israelíes, no recitan Halel en fiestas patrias, no cantan Hatikva, se esconden durante Iom Hazikaron o Iom Yerushalayim, evitan servir en el ejército y aun así son los hasídicos más cercanos al Sionismo. De puertas para afuera, tienden a ser más amigables, pero siguen considerado a Medinat Israel como otra diáspora, como Galut y como Avoda Zará. (Sí, el Estado de Israel es aún su diáspora y no, no me he fumado nada raro aún). Medinat Israel es una aberración, y Eretz Israel, esa tierra que ni Dios mismo nos supo definir, esa es la única valedera. La situación se hace más grave aún entre otros grupos más ortodoxos y menos amigables a la pluralidad de nuestro Am Israel.

Haredim y hasídicos tienden a no respetar la autoridad civil, a menudo generan caos en las calles en nombre de la Halajá, no van al ejército, pero condenan cualquier negociación sobre la soberanía de ciertas tierras a cambio de la paz. Reciben estipendios del Estado, pero son antidemocráticos. Hablan de Eretz Israel y nunca de Medinat Israel como si el uso del mero término intoxicara su espíritu. En fin, puedo extenderme demasiado y puedo volver a hacer hincapié en temas que he tratado en otros artículos sobre la imperiosa necesidad de ser mucho más respetuosos de nuestras propias diferencias, sobre la conveniencia de dividir a Israel en cantones con identidad propia donde exista un espacio legal para Haredim y Hasidim y otro igualmente legal para seculares, gays y goys. La ultraortodoxia cuenta con mi voto para defenderles su derecho a vivir en su barrio dentro de sus preceptos. De eso que no quede dudas.

Entre tantas grandezas que tienen, los gringos respetan de su Constitución el espíritu que tuvieron las mentes brillantes que la redactaron. En Israel nos queda faltando la claridad meridiana que una Constitución básica y sencilla pudiera aportar. ¡Qué bonito tener un estado para todos, donde los derechos de unos judíos no se den a expensas de los derechos de otros judíos, incluso de los derechos de otros ciudadanos no judíos! Si pudiera devolver el tiempo y encontrarme con Teodoro Hertzl, le diría que “El Estado Judío” suena a una teocracia que ni le permitiría a él mismo tener su espacio. Le recomendaría escribir un libro sobre el “El Estado para los judíos”, para todos y cualesquiera de ellos. Craso error por parte de él haber omitido esas palabritas.