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La isla de Corfu, apenas el recuerdo de una bella comunidad

Por: Jack Goldstein

Escapando persecuciones, sefaradim migraron en 1540 hacia oriente desde la región italiana de Apulia y Pugliese y llegaron a la isla de Corfu. Ahí se encontraron y mezclaron con romaniotes que vivían desde hacía mil quinientos años al extremo noroeste de Grecia, en el mar Jónico y frente a las costas de la actual Albania. Los primeros datos verificables de una comunidad datan del siglo XII. Puerto de navegantes venecianos, Corfu vivió momentos de mayor gloria entre los siglos XV y XIX. Hoy, es un gran veraneadero para europeos, y una parada importante para cruceros que recorren el Adriático y el Egeo.

Es poco lo que queda una bella comunidad que antes de la Guerra contaba con unas 2.000 almas y que llevaba ocho siglos de vida amable, salvo por el penoso incidente en 1891 de una acusación de crimen ritual, conocida como la Ghezera del Novanta Uno. Para peor de males, la muerta fue una joven judía, Rubina Sardas, pero el chisme que corrió fue diferente y las consecuencias fueron devastadoras. 5.000 judíos corfiotes migraron entonces a Alejandría y Trieste. De los dos mil judíos llevados por nazis a los campos, 1.700 fueron asesinados en cámaras de gas y 300 fueron llevados a trabajos forzados. De ellos, solo la mitad sobrevivió. Entre sus miembros más célebres estaba el escritor y pacifista Albert Cohen.

Solo una sinagoga de estilo romaniote se conserva en pie, en la calle Velisariou. En su sótano, un pequeño escaparate ofrece panfletos en inglés, griego y hebreo para que los curiosos se lleven consigo alguna reseña de lo que fue y es la comunidad; la señorita que atiende no conoce del tema. De las otras cuatro sinagogas que existían antes de que los nazis llegaran, ni las ruinas quedan. Del ghetto (Al fin y al cabo, los venecianos fueron los inventores del concepto), tan solo queda el chisme de que “era por allá”. En la plaza al lado de uno de los accesos a la ciudad vieja, sobre la circunvalar que bordea el puerto, hay una curiosa escultura a la memoria de nuestras mártires. Una familia de cuatro, perfectamente desnuda, caminando sin rumbo, y una pequeña placa recordando la tragedia.

Hoy viven en Corfu apenas unos 60 judíos. Melancólicos, sin mayor futuro, como es el caso de tantas ciudades y comunidades en Europa donde seguramente con esta generación, morirá el último de sus judíos.