Por: Victor Zajdenberg
Audio por Raquel Goldschmidt
Hace 100 años, en 1919, Adolf Hitler ingresaba al Partido Obrero Alemán, un grupo de extrema derecha, luego transformado en el nefasto Partido Nacional Socialista. El mundo comenzaba a conocer lo que estaba sucediendo en Alemania. En 1929, 90 años atrás, el libro “Mein Kampf” de Adolf Hitler ya derramaba por todo el país un antisemitismo absoluto y feroz que anticipaba la tragedia mundial que se avecinaba (50 millones de muertos) y la catástrofe del judaísmo europeo (6 millones de seres humanos fusilados, gasificados e incinerados). La sociedad global democrática y civilizada estaba totalmente enterada de lo que estaba pasando con los judíos en la Alemania nazi y optaron por dar la espalda a las terribles noticias que iban llegando a las mesas de los gobiernos de los EE.UU, Gran Bretaña, Francia y otros. Esta inicua indiferencia provocó a fines de 1939, hace 80 años, el inicio de la 2ª. GM y el peor desastre humano en la historia de la humanidad.
En 1939 zarpa el trasatlántico del puerto de Hamburgo-Alemania con destino a La Habana-Cuba con cerca de 1.000 pasajeros, casi todos judíos. Poseían permisos de residencia transitoria en Cuba y las correspondientes visas para ingresar, mas tarde, en los Estados Unidos, una vez cumplimentadas las formalidades de inmigración norteamericanas. Se trataba de refugiados judíos brutalmente perseguidos por el régimen nazi el cual se encontraba en su máximo apogeo no solo en Alemania sino también en Austria y Checoeslovaquia y a punto de engullirse, por el infame Pacto con la Unión Soviética, a Polonia. Para poder salir de Alemania el gobierno nazi les impidió a los judíos llevar dinero y bienes. Llegado el barco a La Habana fueron anoticiados que el Presidente de Cuba, Federico Laredo Bru, apoyado por el Jefe del Ejército Fulgencio Batista, había anulado los permisos otorgados. Luego de largas negociaciones que no tuvieron eco alguno el “Saint Louis” se dirigió a Miami-USA, pero el gobierno del “demócrata” Franklin D. Roosevelt le negó la entrada a los Estados Unidos. Apelaron entonces al gobierno del Presidente Mackenzie King de Canadá y nuevamente el Capitán del barco, Gustav Schröder, recibió una negativa al desembarco. La nave tuvo que volver a Europa donde pocos de sus pasajeros pudieron salvarse de la masacre que sobrevino con el inicio de la guerra y la “solución final” de los judíos. Recién en 2009, 10 años atrás y 70 años después del fatal maltrato recibido, el Senado de los Estados Unidos emitió una Resolución donde “reconoce el sufrimiento de aquellos refugiados causado por la negativa de los gobiernos de Cuba, Estados Unidos y Canadá a brindarle asilo político”.
Entre 1939 y 1945 las atrocidades criminales que los nazis y sus cómplices europeos estaban cometiendo eran sabidas por todos los países democráticos y sin embargo no hicieron nada para salvar, o por lo menos intentar disminuir la aniquilación del judaísmo europeo. Recordemos una y mil veces más: 6 millones de judíos asesinados, entre los cuales 1 millón y medio eran niños y bebés. Podían haber bombardeado las líneas férreas que llevaban a las víctimas a los Campos; sabían cómo destrozar desde el aire las cámaras de gas y los hornos crematorios; tenían que haber abastecido con armas y recursos a los partisanos que luchaban desesperadamente desde los bosques y colinas; y mucho más. Weitzman, Ben Gurion, Beiguin y los dirigentes de la población judía de Palestina dedicaban sus máximos esfuerzos para reclamar ayuda a las Democracias pero no hubo respuestas; solo obtenían una indiferencia que colaboró con el exterminio judío. Cuantos judíos se hubieran salvado si las Democracias no hubieran sido displicentes e insensibles!!!